Hay una sensación extraña cuando alguien dirige un discurso solemne en inglés ante un cuerpo legislativo y la mayoría tiene que usar traducción simultánea.
Avergüenza que muchos de los senadores y senadoras vean sus celulares en lugar de poner atención al mensaje.
Eso pasó ayer mientras el Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, daba un mensaje breve y sustancioso sobre el pasado y el futuro de las relaciones de México y su país.
Eso refuerza la idea de la nula competencia de nuestros “representantes”.
Con raras excepciones, no tienen la capacidad de comprender la magnitud y la responsabilidad de su encargo.
Desconocen a detalle la Constitución y las normas que nos rigen; viven alejados de la realidad, sumergidos en sus cómodos sillones de piel que nos costaron 20 mil euros cada uno; deambulan por un edificio que en su momento se construyó como pocas instalaciones públicas en cualquier lugar del mundo.
Su precio fue de más de 5 mil millones de pesos y su manutención es carísima.
Además, de muy buena fuente, sabemos de los cientos de millones entregados en efectivo por los constructores a legisladores encargados del proyecto.
La inmoralidad del moche en los templos de la nación.
Hay quien pide exámenes mínimos de conocimientos para los candidatos y candidatas de elección popular.
Eso es imposible en una democracia participativa porque no se puede excluir a nadie: ni por raza, credo, condición humana o preparación académica.
La discusión viene desde hace 2 mil 400 años en la Grecia clásica, donde se debatía quiénes debían gobernar, si los aristócratas, los sacerdotes, los militares o los ciudadanos con profesión.
Digamos que la democracia tiende a la superación dialéctica, a base de prueba y error.
El problema de México es que cada prueba parece ser un error.
Lee Hsien Loong, en palabras sencillas explicaba la posición histórica de México en el comercio mundial y destacaba las oportunidades de asociarnos con entidades multinacionales para el libre comercio.
Como el señor sí entiende de política, gobernanza y geopolítica, comprende que México es y será una tierra fértil para la inversión de los recursos de su nación.
Un país que es la veinteava parte de México y con apenas la mitad del territorio de su capital, no le cabe el dinero en las bolsas y deben invertirlo en todos los lugares donde encuentren oportunidades.
Y México, hasta hoy, tiene miles de oportunidades para invertir si no las destruye la nueva Administración como hizo con Texcoco.
Ese es el temor que no llega a los inversionistas extranjeros, pero que llegó ya a muchos nacionales quienes tienen en la memoria el fracaso de los gobiernos populistas del pasado.
Si se concreta el proyecto del tren y los puertos que unirían al Atlántico con el Pacífico, el país puede competir con Panamá y transformar su comercio marítimo.
Pero imaginemos que iniciamos la construcción de esos puertos y ese tren, pierde Morena en el 2021 y llega una legislatura que cancela los recursos y detiene la obra, tal como hicieron con Texcoco.
De esa magnitud sería la demencia política, igual que la nueva administración que quitó las alas a México y le cerró sus puertas.