Los Sackler son una familia que parecen buenos abuelos clásicos de clase alta norteamericana. Dueños de una de las farmacéuticas más exitosas de Estados Unidos, acumulaban ganancias en millardos de dólares gracias a sus productos contra el dolor. 

El OxyContin, su medicamento más popular, se recetaba a principio de la década como una solución para todo dolor crónico. Nunca se hicieron pruebas reales del poder adictivo de la sustancia. Existía el mito de que los derivados del opio no necesariamente eran adictivos.  

A partir del 2014 la sociedad norteamericana en pequeños poblados y comunidades de la costa este comenzaron a espantarse por el alto número de muertes por sobredosis de heroína y fentanilo. 

La crisis llevó a la muerte por sobredosis a más de 70 mil personas en 2017 según el periódico The Guardian. El doble de los muertos en México por asesinato doloso. 

Todo comenzó hace algunos años cuando la compañía farmacéutica promovió y empujó la venta del OxyContin. El precio del medicamento era alto y representaba una extraordinaria ganancia para el laboratorio Purdue Pharma, las farmacias y los doctores que la recetaban en exceso. 

Doctores sin escrúpulos encontraron una mina de oro al vender recetas de la sustancia controlada. Millones de dólares en ingresos podían tener quienes expedían recetas como facturas falsas en México. El medicamento llegó a valer más de 200 dólares la caja. 

Al principio la alternativa para muchos pacientes adictos al OxyContin fue la heroína, cuyo valor era menor y se encontraba en cualquier esquina sin receta. 

Como la heroína aún era cara, la epidemia derivó al fentanilo, una sustancia 50 veces más potente que fácilmente producía sobredosis. Causó más fallecimientos que los asesinatos dolosos o las muertes provocadas por accidentes de tráfico. 

Los hospitales tuvieron que hacer frente a la emergencia en la costa este con el sufrimiento de las familias y los estragos económicos para el sistema de salud. El fentanilo rebasaba en letalidad a la heroína, la morfina y la cocaína. Con su potencia y bajo precio, invadió el mercado norteamericano. Su tráfico proviene de México y China. 

Las familias y autoridades se dieron cuenta de que el origen de las adicciones era el OxyContin y el afán de lucro desmedido de Purdue Pharma y los doctores que “empujaban” la droga. Las demandas de los ciudadanos y los estados no se hicieron esperar, hasta que la familia Sackler ofreció indemnizar con 12 mil millones de dólares a los demandantes. 

Donald Trump impone el título de terroristas a los cárteles mexicanos, sobre todo después de la masacre en Chihuahua de la familia norteamericana LeBarón. Según las leyes norteamericanas, el gobierno de ese país podría perseguir en cualquier lugar a los narcotraficantes mexicanos. Esperamos que nunca invadan México para ese objetivo. 

Para la nueva Administración resulta una presión ineludible, diga lo que diga el secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard. 

Habría que preguntar si la letalidad de las farmacéuticas norteamericanas como Purdue Pharma también merecen el calificativo de terroristas, por las decenas de miles de adictos y muertos por sobredosis que han provocado. 

Qué decir de los distribuidores mayoristas y minoristas que hacen posible las enormes ganancias de la heroína, la cocaína y el fentanilo que llega a sus mercados. Por cada dólar que gana un cártel mexicano, hay cuando menos el doble o el triple para los “dealers” norteamericanos. El tema apenas comienza. 

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