El Banco de México afinó la puntería y cerró la cortina de posible crecimiento para este 2019. Según sus encuestas y datos, el país crecería entre -0.2 y +0.2%. Si sacamos la media nos da un grande y redondo cero igual a 0.
¿Cuánto le debemos ese resultado a la desorbitada decisión de destruir el mayor proyecto de infraestructura del siglo?
La aniquilación del NAIM en Texcoco marca la inflexión de la curva de crecimiento del país. En octubre del 2018 comienza un declive constante. México no estaba en crisis ni tenía una recesión en puerta antes de las elecciones de julio. Ese cambio de tendencia coincidente marca una transformación, o como les gusta decir en la nueva administración, “un cambio de régimen”.
Como la economía se estancó y comienza a hacer agua, los empresarios, muy apurados por el futuro, van y acuerdan grandes inversiones para eliminar el letargo. Un día leemos que será cerca de un billón de pesos a lo largo del sexenio, otro día se establecen proyectos que presuntamente harán despertar al gigante dormido que es México.
No es suficiente.
Los empresarios grandotes encabezados por Carlos Slim no podrán cambiar el ánimo al país si persisten las medidas absurdas como la cancelación de Texcoco. Cada vez que escuchamos las dificultades técnicas de Santa Lucía; la enorme cantidad de recursos que se le invertirán a Pemex y a la nueva refinería de Dos Bocas; cada que escuchamos sobre la fantasía económica del Tren Maya, nuestra intuición y nuestra razón nos dicen que, por ahí, la cuesta es hacia arriba.
Luego vienen las trabas y las decisiones absurdas de proteger de la competencia a la CFE, empresa paraestatal que comprará la energía más cara y sucia por prejuicios ideológicos del corrupto y vetusto Manuel Bartlett.
Por si algo faltara, vemos la regresión al querer controlar los órganos autónomos forjados al calor del espíritu democrático de los últimos 20 años.
Hay quienes critican a la cúpula empresarial, a los más acaudalados inversionistas del país por forjar alianzas con la nueva administración y en particular con el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Más vale que estén cerca, que influyan lo mejor que puedan para que el País no caiga en una espiral estatista.
Lo mejor sería que se dejara acompañar de todos.
La fiebre de la izquierda radical que ve en Evo Morales una guía, que condena el capitalismo y quisiera un modelo cubano o venezolano, no tendrá repercusión real en el futuro del país si hacemos que el tiempo pase rápido dedicados a nuestras tareas, enfrascados en tirar duro la cuerda del crecimiento.
Mucho ayudaría que el gran golpe de inversión fuera de todos los empresarios, grandes, medianos y chicos. Una gran Alianza por la Inversión y el Crecimiento. Entre más se invierta, resulta menos probable nuestro hundimiento. Es la única fórmula para contrarrestar a la fuerza opuesta de un Gobierno que no sabe administrar como lo vimos ya en el presupuesto de gasto para el año que viene.
Suena paradójico. Muchos quisieran que esta pesadilla terminara pronto con un descalabro mayúsculo, una sacudida mayor. Es un error. Hay que resistir con trabajo y empeño, como hacen los trabajadores japoneses cuando no están de acuerdo con su empresa. Un moño en el brazo y a trabajar más, porque si se hunde la empresa, se hunden todos. Si México se hunde, si hay un gran fracaso, vamos en el Titanic.
(Continuará)