Nuestro querido País está enfermo de corrupción. Estamos llenos en el País de ese mal. La enfermedad no es genética, se incubó en el medio; la adquirimos por el sistema político monopólico de un partido en el poder que por 71 años nos gobernó; fue el PRI el que lo enquistó en nuestra vida y después el PAN el que la adquirió y reprodujo en 12 años en algunas de sus mañas, olvidando ambos a un pueblo pobre que sufría con la rapiña y el despojo.

Sí, como sociedad permitimos que naciera la “cleptocracia”. La cleptocracia (del griego “clepto” que es “robo” y “cracia” que es poder) se puede entender como el dominio de los ladrones; esto es, el establecimiento y desarrollo del poder, pero basado en el robo del dinero, institucionalizando la corrupción y todos sus derivados como el tráfico de influencias, el nepotismo, el clientelismo político y/o el peculado.

Lo mismo “la pinta que la colorada”. Los gobernantes de todos los partidos han mostrado el cobre. Al estar en contacto con el poder y el dinero. Nadie se salva. Hoy Morena con engendros priístas como Bartlett y Napito; el PAN con su García Luna y toda la corte celestial de priístas que tendríamos que enumerar. Todos, gozando de las mieles de las prerrogativas electorales, de los buenos sueldos y del poder hacer, sin que nadie les escrute. Sueldos, plazas, contratos, colocación de cercanos, para vivir cómodamente al amparo del sistema político y también de la narco política. Por 20 años en este espacio lo comparto y lo sufro igual que ustedes.

Esta semana la iniciativa de Morena en el Congreso, la que exigimos por décadas: la reducción de las prerrogativas a los partidos, no pasó la prueba, pues el PT y el PVEM– instituciones parásitas del presupuesto electoral-, lo detuvieron. En tanto gocen del presupuesto, los políticos seguirán siendo cleptocracia y lucharán “como los perros, por no soltar su hueso”. Faltarían muchos prominentes miembros de la cleptocracia todavía por caer; ex gobernadores, prestanombres, abogados, líderes sindicales, funcionarios chapulines y políticos que brincan de un partido a otro. Los priístas que hoy son morenistas; los perredistas y panistas que hoy siguen gozando del poder al formar parte de las filas morenistas. También deberán caer los hijos de Marthita, las huestes de Elba Esther, todo el entorno de Romero Deschamps, los prestanombres de Bartlett.

Tenía razón AMLO para colocar en su discurso de campaña por décadas, a la corrupción, incluso antes que la desigualdad social y la inseguridad. Entendió que el sistema político estaba enfermo y que los votantes le preferirían, pues ni el PAN y mucho menos el PRI, entendieron que el pueblo estaba harto de un sistema político que permitía la transferencia descomunal de dineros hacia cuentas de prestanombres y familiares.

Pero todo esto, es cultural, podemos erradicarlo desde el seno familiar, en las escuelas, en nuestros barrios. No es sólo el gobierno. Los responsables somos todos. Requerimos contrapesos e instituciones vigorosas para evitar el saqueo. Será la Unidad de Inteligencia Financiera la que investigue y denuncie; serán asociaciones valientes como Mexicanos contra la corrupción y la impunidad y medios de comunicación independientes, quienes complementen la tarea.

Un ejemplo de esta modalidad de enriquecimiento, de “cleptocracia” es Bartlett, el prototipo de funcionario corrupto, al inventar la figura de la “amiga cercana” para burlar la “ruta del dinero”, pues esta semana la Secretaría de la Función Pública, a pesar de comprobar el enriquecimiento no encontró lazo sanguíneo con el funcionario, a su pareja que ha sido beneficiaria de la vida política de Bartlett a través de empresas inmobiliarias.

Hoy, el presidente AMLO, ha transferido obra pública con un manejo multimillonario de recursos al Ejército, a una institución altamente respetable, pero que sigue acumulando recursos y responsabilidades, de manera exponencial. Lo mismo que en Venezuela y que en Bolivia, que en Chile, el ejército y la cantidad de privilegios y recursos económicos, le garantizaron a sus gobiernos, estabilidad y lealtad el Presidente.

También esperamos que las promesas de AMLO se cumplan en esos reclamos que por décadas hicimos desde la izquierda. No queda otra alternativa, más que los medios de comunicación hagamos periodismo de investigación y la sociedad civil siga creciendo en sus expresiones organizadas, para ser contrapeso del poder público. Soy optimista. Se acabará la cleptocracia y nacerá una nueva política donde ser político no sea una vergüenza, sino un orgullo.

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