Las maravillas navideñas llegan de muchos lugares: la sonrisa de hermanos; la vida que prosigue su marcha en los hijos, sobrinos y nietos, felicidad convertida siempre en sorpresa; la mirada cálida y la voz alegre de los amigos. Adorable época.

Hay quienes pierden la felicidad porque siempre la Navidad tiene tonos de ocre, verde profundo y nostalgia. Pero también huele al frescor del pino en casa o a las cocinas a todo lo que dan, con espléndidos aromas a piña, guayaba o manzana. Qué decir del pan horneado y los humeantes ponches.Todo son luces y esperanza en medio de villancicos y canciones.

Esta Navidad, sin embargo, recibimos en casa un regalo no esperado: la fascinante historia cinematográfica de “Los dos Papas”. Una película distinta a las guerras galácticas o los interminables melodramas de las series.

Netflix y el director Fernando Meirelles reprodujeron la relación entre Benedicto XVI y su sucesor Francisco “basados en hechos reales”.  El Papa alemán, Joseph Aloisius Ratzinger,  es un erudito en Teología, hombre que disfruta la soledad del pensamiento y trata de mantener su Iglesia en la senda de la ortodoxia, vive los cánones heredados de todos los concilios de todas las épocas. Es un aristócrata de zapatillas rojas de Prada y autos Mercedes 600 con chofer, lleva joyas en anillos y crucifijos, vuela como césar helicópteros augustos de marca Augusta.

Anthony Hopkins, el galardonado actor inglés lo representa en toda su fuerza de carácter. El hoy Papa “emérito” con sus pecados y angustias resumidas en una sola palabra, según el guionista Anthony McCarten

Francisco, nuestro papa latino, polarmente distinto, en el otro lado del péndulo y del mundo que “usa Dios” para mantener a su Iglesia Católica en la alternancia dinámica entre conservadores y liberales. Un papa humano, cercano, cálido y sencillo.Jonathan Pryce, otro actor británico extraordinario nos hace creer que él es más parecido a Francisco que Francisco mismo.

Más allá de la espléndida escenografía de castillo de Castel Gandolfo, el lugar de vacaciones y retiro de los papas; más allá de la Capilla Sixtina y las votaciones cardenalicias, el film cobra vida en los diálogos, en la cosmovisión de dos hombres que viven el poder de forma distinta. Uno con certidumbres dogmáticas inamovibles que se convierten, al final del día, en arenas movedizas; otro pleno de carisma y amor, que duda a cada paso, desde la comunión a divorciados hasta la aceptación tácita de la homosexualidad como un fenómeno natural.

Los críticos anglosajones pueden quedarse con la actuación de Hopkins como Benedicto; los latinos estaremos siempre del lado de Pryce, del jesuita Francisco quien también carga con sus demonios en la historia de Argentina. Una sola palabra también pesa sobre sus hombros desde los setenta.
 

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