Con el peine en la mano damos un último arreglo al cabello frente al espejo. La mañana comienza y la escena que vemos es el reflejo de la evolución de nuestros días, de nuestras vidas. Hasta que la tecnología rebota en automático otras figuras, otros trazos de la personalidad, algunos conocidos, otros sorprendentes.

Spotify envía una pasta rosada de un disco que dice 2019,  “Tu Top de canciones”. Hay otra pasta violeta con las canciones del 2018 y sugerencias que hizo el algoritmo sobre lo que podría gustar. No sobra decir que la música es coloreada, destilada en un prisma de géneros y estilos.

En 2019, dice Spotify, escuché docenas de veces la música de Gabriel Yared, un compositor escénico de películas memorables como “Cold Mountain”, “City of Angels”, “The English Patient” y “The Lover”; también está ahí James Horner de “Titanic”, Hans Zimmer de “Interestelar” y John Barry de “África Mía”. 

Sin recurrir al algoritmo de Spotify, veo que los modernos compositores, los clásicos de hoy, son los creadores de las bandas sonoras, especialmente genios como John Williams de la Boston Pops. Pero esa es una opinión desde el Siglo XX.

Los jóvenes disfrutan el intercambio de sus preferencias de Spotify en Instagram en algo inimaginado para nuestra generación cuando intercambiábamos acetatos, casetes o CDS.

La sorpresa maravillosa de la época son las recomendaciones. “Te podría gustar” dice la aplicación. Y sí, no sólo me podrían gustar las sugerencias; son un descubrimiento. El algoritmo enlista artistas que desconocía de Jazz o intérpretes de música clásica. También regresa a Shirley Bassey, Natalia Lafourcade o Ennio Morricone. Encuentra los sonidos preferidos en nuestras horas de trabajo intelectual o la que acompaña una partida de dominó con los amigos.

Como si fuera poco, llega en el lector digital Kindle de Amazon la estadística de lo que leo. Cuántos días y cuántas semanas, cuántos libros y propone una meta para leer el año que viene. Amazon tiene en su registro todos los libros comprados desde 1997 en formato impreso y digital. Aún compro ambos (por diferentes razones) pero en Kindle la información sobre nuestros hábitos queda registrada.

Primero los libros leídos, los que dejamos al 30 por ciento o los que apenas comenzamos. De cada libro registra los subrayados, lo que nos interesó y las anotaciones. Muestra esos subrayados comunes con el número de lectores interesados por un pasaje.

Toda nuestra búsqueda literaria o intelectual vive en la nube, incluso Amazon hace posible que las bibliotecas digitales puedan ser heredadas. Las familias pueden perpetuar su valor a través de generaciones. 

Otras aplicaciones registran el tiempo en pantalla del iPhone, los lugares que visitamos y en Whatsapp todos los mensajes escritos o grabados. Mientras eso sucede las computadoras de Facebook, Instagram o Twitter registran miles de millones de terabytes de todo lo que sucede en Internet.

Hay otro espejo más vívido, completo y complejo de lo que somos. Está en Internet y puede ser tan bueno o malo como se quiera. “La mano de Dios o la cola del diablo” porque otros pueden inspeccionar nuestras vidas con algoritmos e Inteligencia Artificial y saber más de lo que nosotros vemos todos los días por la mañana cuando usamos un peine, ¿o será un cepillo?
 

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