AMLO, el terco, el mexicano todopoderoso, el que siempre despreció las medidas sanitarias que debería inculcar en el pueblo, enfermó. Lo mismo Carlos Slim el hombre más rico del País, que el ex cardenal Rivera el cercanísimo de Juan Pablo II. Y es que el virus agarró parejo. Nos expuso a la fragilidad humana. Ni más ni menos. Nos recordó que todo es pasajero y que entramos así, con nuestros genes y estilo de vida, a la probabilidad del contagio.
Pero la enfermedad de AMLO era previsible, inevitable, pues él quiso mostrar que ni siquiera el virus le podía contagiar. Él, el “indestructible” como se autocalificó en el pasado, quiso mostrar lo peor de las prácticas preventivas al no usar cubrebocas, ni sana distancia. Todo, olvidando que no es el líder de un movimiento, sino el jefe del Estado Mexicano y que su salud, es un asunto de todos. La estabilidad del País depende de que él esté bien y sano.
En los días en que las vacunas se asoman como la esperanza de sobrevivencia, ya miles migran al norte para vacunarse o para traficar clandestinamente con traerlas. El mercado negro del oxígeno y el robo se inventaron ya como nuevo estilo del robo en este maltratado País que recibió en la semana las noticias del censo del Inegi que desnuda los sub registros que sobre las muertes hizo el Gobierno federal.
De nada sirvió que el subsecretario de Salud López Gatell hubiera sub registrado desde el inicio de la pandemia el total de muertes, que hoy sabemos llega al menos al doble de las reconocidas por el gobierno. Como aquí lo decíamos, los registros del Conapo (Consejo Nacional de Población) basadas en el número de actas de defunción y su diferencia contra el año 2019, desnudaban lo que querían ocultar: el tamaño real de la tragedia.
Cuando los políticos ocultan cifras, se puede deber a que quieren transmitir confianza y a evitar que no cunda el pánico, pero en un País como el nuestro, donde el pueblo tiene creencias y supersticiones, era necesario hablar con la verdad y el gobierno federal optó por sub registrar, minimizando las muertes y contagios y construyendo así cifras falsas para decirnos que ya “habíamos salido de la pandemia”, y hoy, gracias al INEGI sabemos que actuaron con mentiras.
La enfermedad de nuestro Presidente es un hecho que le tendría que atar a la realidad. Biden expresó en un discurso histórico, la importancia de que una comunidad esté unida en tiempos de desgracias; que gobernará para todos y que es el tiempo de la unión para que la economía siga caminando. La fragilidad de la vida debería enseñarle a AMLO que no puede continuar con el discurso del odio, de la revancha, de la división. Dividirnos en liberales y en conservadores, entre los que están con él o contra él, es el camino contrario a la vida y a la convivencia. Las reformas que deba hacer para dar mejores condiciones a las mayorías pobres, deben pasar por el discurso de la concordia.
Sigo afirmando que la vida es un suspiro tan breve que los ideales se construyen siempre desde plataformas de trabajo colectivo; aún entre pobres y ricos, morenos y blancos. Si AMLO insiste en seguir siendo tratado como dios y querer inmortalizarse en esquemas autoritarios que eliminan y/o amenazan a quienes no piensan como él, no solo seguirá actuando contra lo que la izquierda histórica siempre luchó: la igualdad entre las personas desde políticas de equidad y de generosidad.
Pero seguir con la dinámica del engaño de cifras, de eliminación de contrapesos y ataque a los contrarios, será mostrar lo peor de lo que estamos hechos los seres humanos. La soberbia que evita reconocer la realidad de los demás, terminará por dividir a todos los que nacimos en esta tierra de tres colores. Nos llevará a más odio y división, y ya no habrá piso para que todos jalemos parejo.
* Consejero local del INE.