¿Y si de pronto nos hartamos del ruido y la furia? ¿Y si por un momento ya no queremos seguir escuchando los insultos, las maldiciones, las excusas hipócritas, los zafios ronroneos, las descalificaciones baratas, los chistes macabros y las palmadas cómplices? ¿Y si ya nos hartamos de abrir los periódicos -es decir: de revisar sus páginas web-, cada vez más plagados de invectivas cruzadas, y de sumergirnos en el pantano de las redes sociales y de recibir indeseados mensajes de odio en nuestros propios teléfonos, que es como decir en nuestras casas? ¿Y si ya no toleramos las diatribas del Presidente contra sus críticos y las diatribas de la oposición contra el Presidente? ¿Y si ya no queremos escuchar las burdas y reiteradas defensas de Salgado Macedonio o de Roemer, sus artimañas retóricas y legales, las maromas que sus protectores deben barajar para seguirlos apoyando?
Hay días, como esta luminosa mañana de marzo, en que uno quisiera huir del griterío político, de la charlatanería y la polarización, así sea por unos momentos, a fin de recuperar, en medio de la pandemia y de la desesperación y de la justa rabia de las víctimas, algo de confianza en la humanidad. La tarea a ratos suena imposible, son tantos los agravios -y, peor aún, la repetición inaudita de esos agravios por los mismos actores de siempre: casi todos ellos hombres- que se imponen la ira y la indignación, motores que deberían impulsarnos a un cambio drástico. Pero de pronto hallamos algo, el relato de una de las grandes conquistas de nuestra especie, que acaso nos confiera un poco de optimismo para perseverar, luego, en la lucha.
Confieso que tardé en leer El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo, que ya se había convertido en el libro del año en España y en una de las obras más comentadas y apreciadas en fechas recientes. No por desconfianza hacia quienes lo ponderaban, sino por simple descuido: su lectura, a lo largo de estas agitadas semanas iniciales de 2021, ha sido un remanso en medio del caos. Su tema, que podría parecernos un tanto ajeno y extravagante, incide sin embargo en lo más alto que nos queda, en ese impulso humano hacia la reflexión y el conocimiento.
Filóloga clásica de formación, Vallejo es sin duda una erudita, pero de esa especie cada vez más rara que opta, a la hora de escribir su magnífica historia, por la claridad y la sutileza. De las primeras historias orales a la invención de la escritura, de los juncos en las riberas del Nilo que dieron lugar a los papiros a los pergaminos nacidos a causa de una guerra comercial entre Egipto y -sí- Pérgamo, de la Biblioteca de Alejandría a la primera biblioteca pública en Florencia, de la impronta de Alejandro Magno y Ptolomeo I a la pervivencia de ese ideal helenístico en el mundo romano, Vallejo nos lleva de la mano, con reflexiones tan precisas como evocadoras, puntuadas por leves metáforas, por la ardua y maravillosa empresa que nos ha permitido conservar nuestra evanescente voz en piedras, plantas o pieles de animales, abismarnos en esos otros mundos que también son nuestro mundo, extraviarnos en otros tiempos y lugares, reinventarnos con letras.
Enhebrando anécdotas personales, viajes y apuntes autobiográficos con excursos por la invención del alfabeto, las primeras librerías y los primeros libreros, sus extenuantes viajes en busca de obras raras, el impulso totalizador de los sucesores de Alejandro, que ansiaban conservar en un solo lugar toda la sabiduría de su tiempo, la evolución de la lectura y el supremo desarrollo tecnológico del libro en papel, El infinito en un junco nos permite volver a tener esperanza en nosotros mismos y en nuestra imaginación. La gran empresa del libro es una de nuestras grandes conquistas como especie.
Ahora que se acerca el Día Internacional de la Mujer, este asombroso libro, escrito por una escritora tan aguda como lúcida, y tan minuciosa como ligera, me parece un remanso y una recomendación imprescindible.
@jvolpi