En la prensa norteamericana tienen la costumbre del “endorsement” o apoyo a ciertos candidatos. Dependiendo de la filiación ideológica del medio es la alineación abierta. El New York Times acompaña siempre a los candidatos demócratas; Fox News fue el puntal de Trump y Joe Biden ganó las simpatías de la mayoría de los medios. 

La prensa no sólo interviene en las elecciones presidenciales o estatales, también mete su cuchara en la elección de alcaldes, sheriffes, jueces y concejales. Un amigo de Miami comentaba que lo más fácil para él era votar con la lista de sugerencias y endorsements del periódico local, el Miami Herald. “Para qué me rompo la cabeza si ellos (los analistas del medio) tienen más información de la capacidad de cada uno de los candidatos”. 

En México hasta 1988 la prensa apoyaba con espacio en las páginas o tiempo aire en radio y televisión al partido en el poder. Antes el PRI tenía todos los reflectores y los apoyos del “sistema”. Como el triunfo estaba asegurado los medios de comunicación daban escasa apertura a la oposición (con sus excepciones valientes y valiosas). Sindicatos, empresarios, agrupaciones sociales y “todos” querían estar con el destapado, con el ungido. 

Eso cambió en esta elección. Nunca habíamos visto que todos los medios y todos los columnistas, articulistas y editorialistas pidan la participación abierta del electorado a favor de un cambio en el Congreso. Al ring se sube el ex presidente Felipe Calderón y Ricardo Anaya; hasta Roberto Madrazo del PRI compra publicaciones en redes sociales advirtiendo que la elección no es entre partidos sino entre la democracia y la dictadura. 

Hay una gran resistencia al autoritarismo político, al dictado con puntos y comas de las leyes al Congreso. Hay resistencia a la intromisión en las decisiones del Poder Judicial y a la extensión del periodo del presidente de la Suprema Corte por dos años, contraviniendo la Constitución. La resistencia comenzó cuando, de entrada, destruyeron la mayor obra de infraestructura en Latinoamérica: el aeropuerto de Texcoco. Muestra de irracionalidad extrema. 

El asunto es que la opinión pública que conocemos a través de los medios no es el reflejo del punto de vista de toda la sociedad. La resistencia mayor está entre los sectores más educados: intelectuales, científicos, empresarios y todos los partidos de oposición. Son a quienes el propio López Obrador considera adversarios y no ciudadanos dignos de respeto y consideración. Es una división artificial, que irrita porque despoja de un plumazo del valor cívico a millones de mexicanos. Como si lo útil fuera echar por la borda del navío a todos quienes “están en contra de la llamada 4T”. 

Las leyes electorales tratan de equilibrar la participación y tiene en el INE a un ejército de auditores, de gente que cuenta espacios, tiempos, volantes y todo lo que pueda medirse en las campañas. Una locura. 

El gran Armando Fuentes Aguirre, Catón, comienza su columna con una posición clara: “un voto por Morena es un voto contra México”. ¿Si lo hace hasta el domingo estará en contra de la ley? ¿Qué decir de los múltiples anuncios, declaraciones, entrevistas y programas en los nuevos medios como Instagram, Facebook o YouTube, gobernados por multinacionales que no pueden someter la inmensidad del mar informativo a reglamentos imposibles de cumplir?

A partir de mañana hablaremos del clima, las series de Netflix o las novedades editoriales en la literatura de hoy. Los temas internacionales no están vedados ni los económicos. Habrá que escribir con chanfle.  

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