León, Gto. El divorcio es un fenómeno de rompimiento que afecta a todo un ecosistema y muchas veces no se considera que los hijos son parte de la extensión de esa relación y quienes resultan más afectados cuando esta ruptura no se da en los mejores términos.

Ricardo Emmanuel Morado Martínez, director del Instituto Gentium, colectivo de servicios humanistas especializado en temas de desarrollo humano, desarrollo organizacional y desarrollo comunitario, explica que cuando dos personas deciden unirse, cada una proviene de un ecosistema diferente en el que existen creencias, expectativas, historia de familia, donde también se entrelazan valores, formas de relación, formas de comunicarse, ideas, código de pensamiento en el que las personas van interactuando.
“Este ecosistema nuevo, que se convierte en un tercero, es un ecosistema en el que interactúa todo eso de origen, pero también las restricciones, el carácter, temperamento y personalidad de cada uno y esta combinación hace que no siempre haya coincidencias”, agregó.
Ricardo explica que el nuevo ecosistema surge porque hay una atracción física, profesional o mental a la que algunos especialistas llaman amor, el cual está envuelto en realidad en una cosa romántica que se llama propósito y que se da en dos personas que deciden construir una relación.
“Este propósito puede ser para formar una familia, viajar juntos, construir un patrimonio, ejercer la paternidad o la maternidad, tener un compañero, pero la parte más interesante es que confundimos el amor con el único elemento que se necesita en una relación y se nos olvidan cosas como el respeto, la misión compartida, la salud mental, emocional y solo pensamos que es el amor”, destacó.
Existen diferentes tipos de amor: el Eros que es el que genera placer, erotismo, atracción, química y la fuerza; el filial, que tiene que ver con aquello con lo que me siento identificado; y el ágape, que es universal, que transforma y trasciende, en algunos casos, esa trascendencia se da cuando existen los hijos.
“Nuestros hijos son la extensión de mi personalidad, pero también de mi misión de trascendencia y muchas parejas centran su relación en la existencia de sus hijos y pierden el propósito original de su unión y empieza el desgaste”, explicó.
Culpas y autoestima
El divorcio tiene varias vertientes: la legal, donde la relación se formaliza y se establece un contrato que cuando termina ya no existe el objeto pero para los hijos eso no importa, porque la relación de familia y sus referentes con el mundo son papá y mamá.
“Cuando estos roles se rompen, se dispara una desconexión del entendimiento, los niños y niñas, se cuestionan, quién soy cuando estoy con papá, quién cuando estoy con mamá, quién cuando pelean o cuando están juntos y empieza un conflicto profundo de identificarse y en la adolescencia peor todavía porque no encuentran un referente que les permita tener certezas en su caos”, mencionó.
Con el divorcio se forma un cuarto ecosistema en el que una pareja en caos, afecta a la noción de la salud emocional de sus hijos, y ellos comienzan a presentar señales de alerta como el aislamiento, la culpabilidad por el rompimiento y el deterioro de su autoestima y confianza.
“El primer elemento a resolver es cómo amplificamos la mirada, la visión de los padres de familia para que se den cuenta que el sistema que se afectó logró impactar en los hijos. La segunda es que la pareja tiene y seguirá teniendo responsabilidad emocional, psicológica y social con sus hijos, luego algunas parejas lo toman como objeto de venganza, los hijos se sienten culpables, se vuelven mediadores y se convierten en víctimas”, señaló.
De acuerdo a la experiencia de Ricardo, existen muchas maneras y formas de abordar esta situación, desde la terapia familiar sistémica, constelaciones familiares, psicoterapia Gestalt, psicoterapia existencialista, hasta el psicoanálisis, pero lo que sugiere es que puedan tener un programa integral de atención con los hijos.