En alguna parte de su brillante La palabra que aparece (Premio Anagrama de Ensayo 2021), Enrique Díaz Álvarez cuenta cómo, después de luchar en las brigadas internacionales que combatían en España contra el fascismo, Simone Weil le escribe ni más ni menos que a George Bernanos, el escritor conservador y monárquico que era su reverso ideológico, para compartirle su desazón ante la barbarie de la guerra y los excesos cometidos en el bando republicano, tal como éste había denunciado los cometidos por los nacionales a los que había apoyado hasta entonces. A sabiendas de que sería acusada de traidora por sus correligionarios, Weil decide apostar por la verdad. El carácter excepcional de esta correspondencia radica en el diálogo entre dos militantes que se vuelven críticos de sus propios compañeros de batallas: un intercambio de ideas entre bandos opuestos que, hoy como entonces, resulta del todo improbable.
Igual que este episodio, que parecería remitirnos directamente a estos tiempos en los que cualquier acercamiento con quienes son percibidos como enemigos -aliados o críticos del Presidente, por ejemplo- es percibido como un acto de traición, el libro de Díaz Álvarez -antiguo coordinador de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM- está colmado de historias de disidencia y resistencia de una actualidad sobrecogedora.
De las peripecias experimentadas durante los vertiginosos años que culminan en la Segunda Guerra Mundial de Elias Canetti, Walter Benjamin, Rachel Bespaloff o Hannah Arendt a los poemas escritos por los prisioneros de Guantánamo, las batallas por la paz de Javier Sicilia o el retrato de las víctimas de la “guerra contra el narco” contenidas en la Antígona González de Sara Uribe, pasando por una relectura de La visión de los vencidos de Miguel León Portilla, el espeluznante reportaje de John Hersey sobre los efectos de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima, las vivencias de los supervivientes de los campos de concentración recogidas por Claude Lanzmann en su monumental Shoah o los escalofriantes monólogos de víctimas y verdugos filmados por Everardo González en La libertad del diablo, Díaz Álvarez hila una visionaria contrahistoria del último siglo basada en los testimonios de quienes han vivido en carne propia las múltiples atrocidades de cada una de nuestras guerras recientes.
“En contextos de violencia e impunidad extrema”, escribe en el prólogo, incluyendo sin duda el nuestro, “el testimonio suele ser el último reducto para hacer figurar -literalmente dar forma, hacer constar en algún lugar- una ofensa a quien solo cuenta con su palabra”. Cada uno de los relatos que se engarzan y analizan minuciosamente en La palabra que aparece pertenece a quienes se han empeñado en ser árboles en medio del bosque a fin de narrar, desde su experiencia individual, los sufrimientos de millones. En todas las guerras que hemos librado -y Díaz Álvarez no evita una lúcida relectura de la Ilíada, el texto fundador en Occidente en torno a nuestra naturaleza guerrera-, desde aquellas que todavía enfrentaban a un cuerpo con otro hasta nuestras actuales guerras digitales -las de los drones, los asesinatos y bombardeos selectivos y los ataques terroristas-, son los testigos quienes pueden ofrecer un relato capaz de contradecir a los vencedores.
Un contrarrelato necesario en un momento en el cual, como señaló Achille Mbembe durante una visita reciente a la UNAM, el campo de batalla se ha desplazado de los soldados a los civiles: baste observar lo que ocurre en nuestro país, donde distintas “máquinas de guerra” -milicias urbanas, ejércitos privados, grupos criminales que usurpan las funciones del Estado con la complicidad de las instituciones- someten a comunidades enteras. Si algo podemos aprender de los testimonios estudiados por Díaz Álvarez es la urgencia por desmantelar el relato unívoco del poder -cualquiera que este sea- recogiendo las voces disidentes y críticas de quienes lo han padecido.