Coincidente con nuestra vivencia y recuerdo del “Día de Muertos”, el Inegi presentó esta semana cifras sobre la mortandad en el País. La mortalidad o mortandad es el número de personas que fallecen en un lugar y en un periodo determinado; para medirla, se registran las causas de muerte como pueden ser accidentes o enfermedades. Durante la pandemia, medios de comunicación registraron que el gobierno federal “sub registró” por alguna razón, las muertes por el COVID; es decir, registraba el sistema de salud público razones diferentes a la del coronavirus, como “neumonías atípicas”. El Inegi al registrar objetivamente las muertes provenientes de las actas de defunción, arrojó números que revelan la realidad y efectivamente, se comprobó que hubo sub registros.
Veamos: en los años treinta los mexicanos morían por enfermedades transmisibles asociadas a la pobreza, como las respiratorias y las digestivas. Ya en los cincuentas, esas disminuyeron para aumentar las de accidentes y cáncer, asociadas a la industrialización. En el final del siglo, vimos que se incrementaron las muertes por enfermedades del corazón, tumores y diabetes, todas por nuestro estilo de vida sedentario y trabajo, para ya en este siglo, las enfermedades crónico degenerativas como la diabetes y la hipertensión comenzaran a ser nuestro dolor de cabeza. Pero fue en el 2020, de acuerdo al Inegi, que con el COVID 19 se incrementó considerablemente la mortandad.
Nuestro presidente AMLO afirmó al inicio de la pandemia (hasta ahora no lo comprendo) que ésta nos había caído “como anillo al dedo”. Sabiendo que el pueblo de México le cree, -pues tiene enorme aceptación social-, él ha afirmado numerosas ocasiones que tuvimos pocos muertos, que la pandemia estaba controlada, que éramos ejemplo mundial, etc. La cuestión es saber hoy, si el Inegi confirma con sus cifras lo que afirmaba el Presidente. Pero parece que no. En el 2020 para el Instituto, el número de muertes registradas tuvo un aumento significativo, alcanzando poco más de un millón, -que en comparación con 2019 donde el total de fallecimientos fue de 747 mil, significó un incremento de poco más de 300,000 defunciones, es decir, efectivamente, hubo un subregistro de cerca de 80,000 muertes.
El reporte del Inegi es útil para confirmar que fueron los adultos mayores varones en condiciones de pobreza -y que debieron salir a buscar el sustento y permanecieron en viviendas en hacinamiento-, quienes fallecieron. Estados como Guanajuato tuvieron escasamente 12 muertos por cada 10,000 habitantes, comparados con Ciudad de México que tuvo 32. La estadística mostró la realidad de las enfermedades crónico degenerativas: fueron los más frágiles ante la pandemia. A mayor edad y pobreza, mayor probabilidad de contagio y muerte, pues mayoritariamente, murieron en casa, no en hospital.
Al final, estos familiares, amigos, conocidos, se nos fueron. La pandemia recorrió todos los rincones del País y ahora que termina la campaña de vacunación y se reactiva la economía, aprendimos el valor de la vida y cómo nos aferramos a ella. Reflejamos aquí, nuestras creencias y cultura, al aceptar o no las medidas sanitarias y al reconocer la fragilidad humana, parece que valoramos más la vida.
Todos moriremos, lo sabemos. Lo único que no sabemos es cuándo y cómo. Lo primero es aleatorio, aunque la probabilidad depende de la esperanza de vida, la cual disminuyó por la pandemia. Lo segundo, depende de nuestro estilo de vida, donde está la alimentación, la movilidad, los riesgos que tomamos, entre otros. Somos un País desigual, donde la pobreza se reflejó en muertes. Por eso, los datos del INEGI registran al final, la cruel realidad de la muerte y donde, a pesar de que bromeamos y cantamos con ella, nuestros altares seguirán mostrando la inexorable caminata donde todos, ricos y pobres, coincidiremos.