Desde el inicio de la semana, los habitantes de la comunidad de Santa Rosa de Lima, mejor conocida sólo como Santa Rosa en Guanajuato, se preparan para su tradicional fiesta, esa que desde que estaban pequeños esperaban con ansias, porque hay mucho que ver, mucho que comer, mucho que beber y mucho que disfrutar.
Los mayores dicen que la celebración siempre se ha hecho el segundo domingo de octubre, esta vez fue el 15, a un mes exacto de la celebración de la Independencia de México. En Santa Rosa, una comunidad que está en medio de la Sierra de Guanajuato, se celebra una de las fiestas más tradicionales de la localidad.
Ese día, los hombres de se visten de mexicanos, ‘de indios’, ellos así se dicen, pantalones de manta o ‘calzón de manta como se le conoce, muchos usan huaraches, otros se quedan con tenis o botas, ya saben lo que les espera: la corretiza.
Todos traen pañuelos amarrados en el cuello, en la cintura, en la cabeza y hasta tapándose la boca, otros más, los mayores, que son respetados por todos, se han colocado otros accesorios con el paso de los años.
“Yo traigo una zorrita (disecada -atada en el cuerpo-), los elotes son como el símbolo del alimento que comían nuestros antepasados, y también representa el cansancio, la caminata; los tejocotes y las manzanas son como asimilando las carrilleras, esas las cultivamos aquí” contó J. Inés Mendoza Mata, de 60 años.
Adrenalina a tope
La risa, la emoción y la adrenalina también vienen con las vestimentas de los hombres, de los niños y de las mujeres, ellas son las típicas llamadas ‘adelitas’; las mujeres que seguían a sus maridos, a su padres o hermanos a la lucha de Independencia de México, ellas visten faldas amplias de colores, blusas conocidas como huipiles, bordadas, ellas mismas las elaboran y muchas son nuevas, otras son heredadas por sus mamás, quienes participaban en este tradicional desfile y la conocida ‘Batalla’.
Inicia el desfile por la mañana, entre el jolgorio de venta de gorditas, tortillas verdes, dulce de membrillo, tejocotes en almibar, café de olla, y hasta casos llenos de carnitas jugosas que se venden por kilo o en tortas. Las nieves de sabores, las coca colas y las cervezas se venden de a montón.
Inicia el desfile, primero van las escuelas, muchachas y jóvenes con sus uniformes.
Les siguen los indios, hombres y mujeres desfilan por las calles empedradas y van con una sonrisa, sin importarles el sol que está a su favor y sólo deja chapitas, ni quema.
La batalla
Atrás va el bando de los españoles. ¡Viva España!, ¡Mueran los indios… mugrosos!, unas de las frases ya son de su cosecha. José Rangel que va disfrazado de español, aunque saben que sus vestimentas son más como de la Guardia Francesa de unos siglos atrás, ellos explican por qué.
“Cuando Maximiliano pasó por aquí, venía de Dolores, este era el Camino Real, se quedó a comer en una casa de aquí, él pidió en 1864 que se le hiciera la representación, los que vivían aquí no tenían trajes de los españoles, Maximiliano para que no se confundiera la gente a la hora de la representación, traía a sus soldados y les dijo que les prestaran los sombreros y las casacas, eran más bien francesas y por eso se imita como francesas, aunque la representación es que eran españoles” platicó Juan Carlos Herrera, habitante de la zona.
En un momento se empieza a emocionar la gente, visitantes de la Capital son los que predominan, aunque también hay algunos extranjeros y de otros municipios.
J. Tomás Xicoténcatl Ulloa Robles, quien representa al Pípila en la obra después de la batalla, trae vestimenta de un mexicano de antes de la conquista, viste pantalón y camisa de manta blanca, un pañuelo en la cintura y sombrero de paja, platica que su papá Tomás Ulloa García, fue quien revivió esta costumbre en 1934, pues se había dejado de hacer desde 1927 cuando estuvo la Guerra Cristera.
La tradición
“Mi papá empezó de nuevo con esta tradición y no se ha suspendido desde 1934, estas fiestas nos recuerdan que a pesar de todo seguimos en pie de lucha, es lo que nos inculcaron nuestros padres, es una tradición que no podemos dejar morir, es una tradición hermosa para todos nosotros, de la que estamos orgullosos”, dice Xicoténcatl.
La representación de la batalla empieza cuando el Padre Reymundo Herrera Juárez, quien trae una sotana que de verdad es de sacerdote, platica que se la regaló un pariente suyo. también cura, “desde que era niño veía ya esta tradición, yo era según un español, pero un día no vino el que la hacía de padre y me dijeron que si yo quería ser y sí quise” cuenta ‘el Padre’, así le gritan todos.
Inicia la escena cuando unos cuatro españoles y cuatro mexicanos se unen al centro, el sacerdote les dice que lo mejor será que desistan y que le digan al Cura Hidalgo que lo van a excomulgar, porque está haciendo esta batalla, pero los mexicanos no se rinden y empieza la pelea.
Corre un grupo de mexicanos… ¡al ataque!, con la adrenalina bien arriba, disparando hacia el aire dejando estruendos que dejan un ‘tiiiin’ en el oído, van al ataque, les responden los españoles con más cañonazos de verdad, usan pólvora, papel de baño y papel periódico, cargan los cañones y los hacen estallar.
Se enfrentan unos contra otros, y cuando se topan hay una verdadera lucha; los niños y las mujeres son las primeras que caen, unos se raspan pero nadie llora, al contrario, ríen.
Se caen de espaldas, de rodillas, los españoles jalonean, un momento, cae uno de los indios, pero sus compañeros, quienes serían unos de los primeros Ejércitos de México después, lo salvan, se llevan su cuerpo inerte, la actuación es espontánea y muy real, la gente ríe y se emociona a la vez.
Así, la lucha se repite en todo el camino, para que todos los asistentes entiendan.
“Esto es todo para mi, cuando actúo en la representación, siento que mi corazón vibra, se me sale de emoción”, cuenta Reymundo, quien representa al Padre. La comunidad de Santa Rosa siente lo mismo.
Reviven Independencia en Santa Rosa
Desde el inicio de la semana, los habitantes de la comunidad se preparan para su tradicional fiesta.