Hace 25 años, Elías Oliva Mares fue el creador de la Procesión del Silencio del Templo de San Roque.
Prácticamente hizo y consiguió todo lo que se necesitaba; desde la misma imagen de Cristo hasta cargarla, apoyado por su familia, sólo por promover la fe. La tradición continúa hoy con su hijo José Isabel Oliva Guerrero.
En 1990, Elías Oliva pertenecía a la Hermandad de Cargadores del Templo de San Roque para las representaciones del Viacrucis.
“Mi padre era solamente cargador y le propuso a Juan Ramón, que era el Celador Mayor de la Hermandad, hacer la procesión, pero Ramón no podía y mejor habló con el padre Anselmo Rosas”, relató José Isabel Oliva.
El cargador Martín García dice que la intención de ambos era hacer una representación del Santo Entierro, similiar a la que se llevaba a cabo en el Templo de la Compañía, que ya tenía muchos años de existencia.
“Pero tenían un grave problema, el templo no tenía un Cristo articulado. Él dijo que no era problema, que él lo hacía y lo hizo. Era herrero, pero Dios le dio mucha inteligencia para hacer las cosas y se le facilitaban, si le pedían un trabajo de fontanería, lo hacía”.
Elías Oliva fabricó al Cristo con una estructura de hierro y el cuerpo de cartón con el que hacen los costales de cemento y engrudo nada más. Él mismo diseñó y fabricó la urna de metal en la que está la imagen el resto del año. Incluyó la movilidad de los brazos, para que caigan cuando lo bajan de la cruz.
Ya con la imagen, tenía que definirse dónde se haría el recorrido de la procesión.
“Él decidió que fuera en la parte de atrás, adentro del templo. Hizo unas lonas que colocó afuera de la casa, las pintamos, -su familia le ayudó- él hizo el cielo y un bosque”.
Esta lona sirvió como escenario de fondo para la representación. La Cruz también fue diseñada y construida por Oliva Mares, y como herrero que era, la fabricó de metal.
Sólo faltaban los personajes
Con los materiales listos, ahora tenían que conseguir a los varones, es decir, quienes representan a José de Arimatea y a Nicodemus, quienes bajaron a Jesucristo de la Cruz después de haber muerto.
Los primeros que asumieron dichos papeles fueron el propio Elías y su hermano Juan Antonio Oliva Mares.
“En ese entonces no había sonido. Así que ahí estamos con unas láminas moviéndole para hacer los truenos y con unas cámaras de humo, como las que utilizan en los antros. Porque según el pasaje bíblico, el cielo se oscureció y empezaron los truenos”, recuerda José Isabel Oliva, quien en ese primer año tenía 14 años y servía de ayudante a su papá.
El primer recorrido
Con todo organizado, en ese primer Vienes Santo de 1990, la Procesión del santo entierro inició su recorrido en la calle a espaldas del Templo de San Roque, subió a Pocitos, bajó por 28 de Septiembre, siguió por 5 de Mayo, Avenida Juárez y regresaron por la Plazuela de San Fernando.
Para reunir a los cargadores, Elías Oliva recurrió a su familia para que le ayudaran. Y con los pocos fieles que iban al templo, se completó el contingente. Pero fue necesario que él también “le entrara”, pues lo que hacía falta eran voluntarios.
“Mi papá empezó a cargar, él llegó a tener 10 silicios”.
Su hijo José Isabel se inició como cargador en 1994.
Para la primera parada se decidió que el color de los silicios fuera negro, para la segunda, morado, para la tercera, rojo y para la cuarta, guinda.
“Al principio, en las andanzas íban todos pintos, porque había de todas las paradas”.
“A pesar de haber sido algo nuevo, nos fue bien, porque aunque el primer año no hubo mucha gente, quienes la vieron (la procesión) lo platicaron a los demás. Porque nosotros empezamos a las 8:30 de la noche y no había que esperar a las 10 que empieza el Templo de la Compañía”, rememora José Isabel.
La primera Procesión del Silencio había cumplido con las expectativas y le valió el reconocimiento a su fundador, Elías Oliva.
“Juan Ramón, al ver el ímpetu que tenía Elías Oliva, renuncia y lo deja como Celador Mayor de la Hermandad”, dice José Isabel.
Juan Antonio Oliva participó dos años como varón. Al tercero lo suplió Esteban Flores y a Elías Oliva lo suplió su hijo José Isabel.
En ese mismo año ingresó a representar también ese papel Enrique Arturo Rodríguez Mata, quien vestia las imágenes en el Templo de la Compañía. Lo hizo por invitación de Elías Oliva.
Enrique Rodríguez y José Isabel representaron esos papeles durante 10 años. Enrique sigue hasta la fecha.
Una muerte muy sentida
Elías Oliva Mares falleció el 29 de enero de 2009.
“Ese año fue muy duro para la Hermandad, porque fallecieron otros seis hermanos”, afirma José Isabel.
José Isabel no sólo heredó la herrería de su padre junto con su oficio, sino también la responsabilidad de seguir organizando la Procesión del Santo Entierro del Templo de San Roque.
“Dijo Angel Morales: ‘tú sabes cómo lo hacía tu padre’. Yo dije: ‘Sí, pero vamos a trabajar todos, porque mi padre lo hacía todo.
Cambios, evolución y devoción
En 2010, José Prado ayudó a representar a uno de los varones.
A partir de 2011, José de Arimatea y Nicodemus son representados por Enrique Rodríguez y Marco Antonio Pérez Ruiz.
En los años siguientes, hubo algunos cambios. Dos los más importantes.
Primero cambio el recorrido en sentido contrario y se alargó. Desde hace varios años salen por San Roque hacia la Plazuela de San Fernando, Juan Valle, Pocitos, Alóndiga, 5 de Mayo, Avenida Juárez y regresan nuevamente por San Fernando. La segunda mejora se introdujo hace cuatro años, las fanfarrias, porque hasta entonces sólo habían tenido la banda de guerra. Estas acompañan al contingente durante todo el recorrido.
Una Procesión muy concurrida
La Procesión del Silencio del Templo de la Compañía tiene ya por lo menos 40 años de realizarse. Y por lo mismo, es de las más conocidas y concurridas de la ciudad.
El sacerdote Alejandro León Romero, encargado del templo, recordó que hasta 1969, las celebraciones del Viernes Santo comprendían únicamente el viacrucis y la ceremonia de las siete palabras.
“Hasta 1970 ó 1972, cuando el padre Rodolfo Antonio Balandrán Rodríguez, perteneciente a la Congregación del Oratorio, hizo sentir la necesidad de prolongar el Viernes Santo pasada la medianoche.
“Esto para realizar la escenificación de las siete palabras de Cristo en la cruz, su muerte en la cruz, el descendimiento de la cruz y el Santo Entierro o Procesión del Silencio”.
Para representarla, utilizan una imagen de Cristo muy antigua, que data de 1790 y hasta la fecha se utiliza. Su particularidad es que es movible, tanto de la cabeza y los brazos, para que después de que se pronuncia la famosa frase: “Consumatum Est” (todo está consumado), la cabeza caiga cuando expira en la cruz.
León Romero recordó que la Procesión del Santo Entierro es la escenificación del trayecto que siguió Cristo desde la cruz, después de morir, hasta el sepulcro.
Explicó que la procesión inicia con la representación de las siete palabras, que son las siete frases que Jesucristo pronunció en la cruz. Luego lo bajan los dos varones: José de Arimatea y Nicodemus. Lo colocan en las andas. El cuerpo es rodeado de flores de manzanilla.
En el trayecto hacia el sepulcro lo acompañan tres mujeres, representadas en la procesión con imágenes cargadas por mujeres: la Virgen María, María Magdalena, María de Cleofás y Juan el Evangelista.
Se acompañan con sonoros truenos y rayos para simular la tierra que se cimbra y el cielo que se nubla y suenan truenos, como lo menciona el pasaje bíblico. Para ello se utilizan estrobos. La música la ponen los tambores y fanfarrias.
El recorrido y las reliquias
El contingente sale del Templo de la Compañía por la puerta lateral y camina por Pocitos, Juan Valle, Avenida Juárez, Plaza de la Paz, para por la Basílica y Presidencia Municipal, Teatro Juárez, Sopeña, San Francisco, Cantarranas, Ayuntamiento para regresar a la Compañía.
El sacerdote informó que los cargadores de las imágenes son alrededor de 100, vestidos con un sayal, que es un costal grande de ixtle pintado de morado o negro, con una soga de ixtle, se cubren el rostro y la cara con un capirote, se colocan una corona también de ixtle.