La ciudad de Guanajuato es un sitio mágico, el destino turístico más popular en México y famoso por sus múltiples centros nocturnos pero ninguno de los bares que actualmente abarrotan la ciudad existiría, de no ser por la importante labor que desempeñaron las tradicionales cantinas, que forman parte importante de la historia de cada pueblo.
A través de los años, cientos de cantinas han desaparecido en la Capital; algunos establecimientos han tenido que cerrar y después reabrir sus puertas ante la exigencia del público pero con un nuevo nombre, son pocas las que han perdurado y que actualmente el pueblo las considera como símbolos guanajuatenses.
En las cantinas de la ciudad se encuentran miles de voces y gritos de alegría, recuerdos imborrables plasmados sobre la barra o las paredes y un sinfín de historias escondidas detrás de cada copa, y con diferentes conceptos, desde el Famoso Bar Incendio (FBI), con una ya casi centenaria trayectoria (1917), hasta El Bar Luna en la subida de Tepetapa, con apenas 16 años de ser fundado.

Bar Los Barrilitos

Hace 75 años se fundó la icónica cantina Los Barrilitos, en un principio a un costado del puente de Tepetapa pero años después el negocio cruzó la calle para ocupar el local donde actualmente se encuentra otra famosa cantina llamada ‘Aquí me quedo’.
Durante años, Los Barrilitos compitieron directamente contra ‘El Faro’ y Guanajuato Libre, que también permanece desde hace más de 70 años, hasta que decidieron cambiar de estrategia y se mudaron hacia la subida de Tepetapa.
En 1982, la cantina Cañón Rojo ubicada en la calle Juárez, en la esquina del Mercado Hidalgo, desapareció y dejó vacante el sitio que desde hace 32 años ocupan Los Barrilitos, hoy es una de las últimas cantinas que prevalece en la zona, luego de que lugares como El Salón Chihuahua, El As de Copas o The Foreing Club, cerraran sus puertas.
Actualmente, el negocio es propiedad de la familia Galván Ramírez, una de las más conocidas y respetadas en Guanajuato por sus labores altruistas con el refugio de ancianos y sus múltiples negocios.
Desde hace más de 3 décadas, don Juan y Bruno son los guardianes de la barra, encargados de siempre tener las copas llenas y a los clientes contentos; desde que la cantina se encuentra en dicho sitio, ambos han presenciado cientos de historias frente a su barra.
Más allá de un baño improvisado y lo pequeño del lugar, Los Barrilitos es un lugar que sorprende por su noble y buen trato, con un par de cantineros siempre atentos y clientes ávidos de iniciar una conversación sobre la actualidad de la ciudad, sentados en la barra, la misma que ya denota algunos golpes, producto del paso de los años.
La imagen de Los Barrilitos tal vez no sea la más halagadora; un pequeño edificio de unos cuantos metros, rodeado de un penetrante olor a orina; sin embargo, si bien es un poco pequeño, es un sitio acogedor que hace sentir en casa.

Bar Luna

Desde hace 16 años, El Bar Luna de la subida de Tepetapa, es la viva imagen de una nueva generación de bares y cantinas, un concepto moderno que mezcla la tradición y la calidez de una cantina con la variedad en bebidas de un bar.
Durante años, el bar original se ubicaba en el Jardín Unión; después de un tiempo, se fraccionó en dos, el ‘Tradicional Bar Luna’ que sigue en el mismo lugar, y el ‘Bar Luna’ en Tepetapa.
En 1998, ‘El Güero’, el dueño del Bar Luna, tuvo la idea de crear un lugar donde los capitalinos se sintieran identificados, un bar que no tuviera la preeminencia turística como en el Centro, sino que albergara a ‘todo el mundo’.
Es una cantina-bar decorada al más puro estilo de Guanajuato, con un gran mural del maestro José Alfredo Jiménez y la leyenda del ‘Rey del Pueblo’, sobrenombre de este sitio.
Su cantinero, don Miguel, un viejo lobo de mar con más de 40 años de experiencia en las cantinas, ha servido el tequila a grandes actores del cine mexicano como Ignacio López Tarso.

Bar La Norteña

En 1950, el señor Felipe Cadena López, un férreo seguidor de los deportes y fanático del béisbol, tuvo la idea de formar un club de recreación para sus amigos peloteros que jugaban todos los domingos en el parque San Jerónimo y así, entre amigos y el béisbol, nació ‘La Norteña’.
Tras la muerte de Cadena López, hace 22 años, la administración de la cantina pasó a manos de sus hijas, quienes han tratado de conservar intacto el lugar.
‘La Norteña’ conserva la esencia de los años 50’s, una apología al pasado que permite rememorar los viejos días de gloria inmortalizados en las fotografías que hoy adornan sus paredes.
El mote del Salón de la Fama se lo dieron los mismos clientes, quienes acudían a admirar las fotografías donde sus padres o abuelos posaron para la inmortalidad.
Se cuenta que el famoso pitcher ‘Toro’ Valenzuela, fue uno de los clientes de ‘La Norteña’ cuando en la década de los 50’s, en pleno auge del béisbol en la ciudad, vino a jugar a la Capital, dándose siempre el tiempo de visitar el establecimiento.
La fachada del Salón de la Fama 1950: La Norteña, continúa intacta, ni un sólo clavo ha sido removido, al igual que la barra original de hace 64 años.
Lo único que sus propietarios lamentan es la pérdida del mural gigante con la imagen de un pelotero llegando a ‘home’, que fue consumida por el tiempo.

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