La educación es una tarea socializadora que se ejerce de manera formal, no formal e informal. La forma más sistemática y más institucional es la escolarización formal, pero también existe en modalidades no formales, como lo son las conferencias y los talleres, y en modalidades informales como la educación familiar y cualquier otro tipo de episodio educativo exento de formalidades y regulaciones espacio-temporales. En cualquiera de estos tres tipos de experiencia educativa tenemos el recuerdo y la huella de quienes han sobresalido lo suficiente al enseñarnos como para formar parte de lo más querido en nuestras vidas. Estamos hablando de nuestros educadores más entrañables. Si excluimos de este grupo a nuestros padres, quienes debieron ser el núcleo de esos educadores cruciales ¿quiénes son esos educadores inolvidables? Pudieron ser algunos de los maestros que nos dieron clase en nuestro pasado escolar, en cualquier nivel o grado, o algún familiar o alguno de nuestros amigos. ¿Qué es lo que los hizo entrañables? Básicamente el habernos enseñado bien algo importante para nuestras vidas, esto es, el que supieron cómo lograr que nuestra atención, nuestra motivación y nuestro esfuerzo convergieran en el compromiso de aprender aquello que nos plantearon como tarea o desafío de desarrollo , y el que esa tarea fuese lo suficientemente importante para nosotros como para convertirse en un activo de nuestra personalidad, ya sea como idea luminosa, como habilidad relevante, o como valor orientador. Podemos aclararlo anterior con algunos ejemplos personales como estos: un amigo me reveló, a través de hechos y argumentos, que la mayoría de las noticias y la mayoría de los periodistas de opinión, principalmente los televisivos, desinforman, adoctrinan y confunden; un maestro de la carrera me preguntó qué pensaba sobre un tema psicológico y cuando yo le contesté repitiendo lo que decía un autor, me dijo ¿pero tú, qué piensas?, y entendí como la escuela nos hace ecos del magister dixit; un amigo ponía discos de rock progresivo, jazz y música clásica, desconocidos para mí, y me decía “chécate esta rola”, y aprendí a escuchar nueva música y a ensanchar mis gustos musicales; varios maestros y amigos me recomendaron libros como Rayuela, de Julio Cortázar (mi novela favorita), La investigación científica, de Mario Bunge (mi libro favorito de metodología y de hermenéutica), y se han convertido en parte fundamental de mi pensamiento y de mi sensibilidad. Todos los ejemplos anteriores ilustran lo que cada uno tiene como experiencias indelebles de enseñanza de maestros, de escuela y de la vida, que nos hicieron crecer y nos ayudaron a convertirnos en lo que somos. Y ellos son el parámetro al que debiera aspirar todo aquel que, de manera formal o informal, pretenda enseñarle algo a alguien.
Profesor-investigador de UPN Guanajuato