En estos tiempos de linchamiento mediático de los maestros disidentes, hablar del tema de la relación de los padres de familia con los maestros, no puede evitar contaminarse de una tendencia de opinión que busca manchar indiscriminadamente la imagen de quienes trabajan con los niños en las aulas. 

Sin embargo, desde siempre, el tema de esa relación ha sido un asunto harto controversial. Cincuenta o más años atrás, los maestros eran respetados por los padres de familia, quienes acataban lo que éstos dictaminaban y hacían con sus hijos en las aulas, al punto de que muchos padres autorizaban a los maestros para que no sólo reprendieran, sino castigaran físicamente a sus hijos.

En nuestros días, las cosas son distintas: los padres han sido facultados para regañar a maestros que no hacen lo que ellos o sus hijos quieren. Esto ha ocasionado que lo que debiera ser una alianza natural se haya convertido en una relación tensa, llena de fricciones, desencuentros y decepciones
mutuas.

 Vista desde una perspectiva racional, y no pasional, la relación entre padres de familia y maestros tiene lo principal para ser una relación colaborativa, ya que la educación de los hijos y el aprovechamiento de los alumnos, vasos comunicantes, son un objetivo común para ambos
actores.

¿Cómo podría darse una asociación de esfuerzos y voluntades entre padres y maestros? No hay otra manera que conciliando sus diferencias y especificando sus responsabilidades y límites.

En tal sentido, el padre debe dejar de ser invasivo y no meterse en cómo enseña el maestro, y el maestro debe dejar de criticar la actuación parental: cada quien tiene su modo de matar las pulgas en su terreno, y ni el padre es maestro de sus hijos, ni el maestro es padre de sus alumnos. 

¿Qué deben acordar los padres y los maestros para que ambos se beneficien del desempeño del otro? 

Hay cuatro cosas fundamentales. La primera es crear una comunicación bidireccional, para que padres y maestros estén bien informados, negocien expectativas compartidas para los alumnos, y trabajen juntos para crear una escuela donde todos aprendan y se sientan exitosos.

La segunda es acrecentar el aprendizaje en el hogar y en la escuela, para que el aliento para aprender sea fuerte y mutuamente reforzado.

La tercera es proporcionarse apoyo mutuo, de tal modo que los padres apoyen a las escuelas en una gran variedad de formas, y las escuelas se conviertan en vínculos clave de salud, educación y servicios sociales para las familias.

Y la cuarta es tomar decisiones juntos, para que los padres de familia estén comprometidos en la toma conjunta de decisiones  a cualquier nivel, ya sea alumno, salón de clases, escuela y zona escolar.

Para que todo esto ocurra, es necesario el concurso concertado de todos los actores educativos, desde aquellos de más alto nivel, hasta los que se baten diariamente en las aulas, así como el apoyo de aquellos actores de la sociedad que sumen sus esfuerzos y recursos, como las empresas socialmente responsables, las fundaciones y sociedades filantrópicas y las organizaciones no
gubernamentales.

 

Profesor-investigador de la UPN Guanajuato

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