…todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio;
todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.
Popol Vuj
La madrugada es el pasamontañas del día que se aproxima. La calidez del amanecer se abre paso entre la niebla y el frío. Las miradas diáfanas como el ambar se miran entre sí como habitantes de un sueño extraviado en la vigilia. Tras una larguísima noche ya despunta el alba: el silencio ofrenda su decir. Es la palabra verdadera tanto tiempo silenciada. Y no habla castilla. No analiza en inglés. Ni hace poesía en francés. Tampoco filosófa en alemán. La verdad se exilia en los rincones menos explorados y habla idiomas que cantan su amor a la tierra y el respeto a la diferencia: tzotzil, tzeltal, chol, tojolabal, zoque y mame, entre tantos otros. Hace veinte años se inauguró un tiempo nuevo, inédito –y por ende milenario–, donde cada madrugada es primero de enero de mil novecientos noventa y cuatro, y cada paso un camino recorrido. Desde entonces en este mundo que es muchos mundos, los días ya no avanzan en línea recta en una trayectoria vacía de sentido(s). Desde hace veinte años el tiempo se mira a sí mismo en el espejo de la memoria y la no-identidad de los invisibles. Ahora el tiempo gira en espiral hacia el corazón de sí mismo para no olvidar, para no sepultar, para no arrasar y no avanzar maquinalmente, para no marchar en el sentido de la barbarie llamada progreso. Cada instante, cada rostro, cada evento, cobra sentido en un gran rompecabezas que se arma y descifra en el cumplimiento de los ciclos. El futuro avanza dando saltos de jaguar hacia el pasado y se reconoce en los muchos presentes. Sobre el cielo estrellado se leen las constelaciones como gramática de nuestra ciudadanía cósmica: no existe el centro ni las periferias. Ustedes, hermanos, hermanas, hombres y mujeres murciélago, brotaron de la noche para despertar a los dormidos, para anunciar la luz del día. Gracias por compartir el aire que respiran, la niebla que los perfuma, la montaña que los cobija, el café de la mañana, la milpa que silba, el paisaje de su vestimenta y el crepúsculo en su mirada. Gracias por su sonrisa. Gracias por su fuerza para pelear, para amar, para resistir a pesar de todo. Gracias por su ejemplo y su coherencia. Gracias por su luminoso sentido del humor. Gracias por aquellas tardes inolvidables de café y frijolitos, de charlas interminables; por abrir el mapa de su vida colectiva y dentro de él mostrar el archipielago de sus dolores y alegrías. Simplemente gracias. O como dirían ustedes: kolaval. En fin, como no puedo ni quiero definirles porque indefinibles y oximorones vivientes son, repito un pregunta que flota en el aire: ¿puede ser visto quien sólo mirada es? *Dedicado a los compas de Sn. I. de la Libertad, Zin., Chis.