“En medio de la aparente confusión de nuestro mundo misterioso, los individuos se hallan tan exactamente ajustados al sistema, y los sistemas tan ajustados entre sí y en relación al conjunto, que con  sólo ausentarse un instante el hombre se expone al terrible riesgo de perder su lugar para siempre.
Como Wakefield, puede convertirse en un paria 
del universo.”
Nathaniel Hawtorne

Un certero macanazo en la cabeza lo desconectó. O lo envió de viaje. Un largo viaje través del túnel del tiempo que -mental y emocionalmente- lo dejó varado en su juventud.
Durante los años transcurridos muchas cosas pasaron y el mundo entero mudó de piel mientras él, sumergido en un coma profundo, quedó confinado al pequeño islote de su corporeidad, hundido en un camastro de hospital: un bulto de carne y hueso en estado vegetativo, un saco cargado con fragmentos de memoria e ilusiones perdidas, rostros, nombres, amores, utopías, sueños y coordenadas que guiaban a los jóvenes de su generación. Así estuvo desde aquél funesto 10 de junio de 1971, conocido como el día del halconazo: la operación de represión brutal por parte del aparato estatal mexicano en respuesta a una manifestación estudiantil post sesenta y ocho. Un día, sin más ni más –y ya entrada la década de los noventa, con todo lo que ello significó–, Lauro (el Bulto) abre los ojos, y como un robinsón sobreviviente que vuelve del naufragio, o como Wakefield, o un fantasma, o una epifanía bizarra, regresa de sopetón a la vida. Una vida que a golpe de vista le parece sucia, despreciable, corrompida: sus amigos claudicaron o fueron muertos o desaparecidos, el bloque soviético se derrumbó, el iconoclasta John Lennon cayó asesinado; México firmó un tratado de libre comercio con Estados Unidos, sus hijos fueron educados en la levedad y el desenfado de la cultura pop, aparecieron los walk-man, las computadoras, el nintendo y Mario Bros. Todo aquello más significativo que había forjado su educación sentimental se encontraba desplazado, perdido, degradado. Lo abraza la ira. 
  El bulto (1991), dirigido por Gabriel Retes, es un filme que retrata la vida de una familia clasemediera defeña, desde la polifonía de todos sus integrantes, pero sobre todo desde la perspectiva nostálgica, ácida, pero también humorística y sobre todo irónica, de un hombre que permaneció los últimos veinte años de su vida constreñido a un limbo comatoso, con todo lo paradojal que eso conlleva: desepertar como se despierta de un día a otro y encontrarse convertido un viejo joven y al mismo tiempo un joven viejo. 

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