“Nunca te relaciones formalmente con
alguien que lleva una pésima relación con su familia, recuerda que, de prosperar la
relación, formarás parte de la misma.”
Don Nadie.
No tengo remedio, mi senectud anticipada es un hecho que no va a modificar, cada vez más me siento y me comporto como un anciano refunfuñón, intolerante, irreverente y podrido. La juventud me encanta, hasta cierto punto me nutre, me divierte y me hace sentir que cada vez más, mi isla se aleja de ellos. A la mayoría de los muchachos y muchachas les quiero arrancar la cabeza y dejarla debajo de un árbol como ofrenda. Ya no me divierto como antes con las masas de muchachos, quizá nunca lo hice, pero fingía, ahora ni eso puedo hacer cuando estoy rodeado de juventud en éxtasis en plena edad de la mentada punzada.
Ellos y ellas parecen que los han sacado a todos y todas de un microondas. Dicen lo mismo y no expresan nada, estudian arte y se la pasan preocupados por su insigne vanidad, es más relevante pintarse el pelo de todos los colores que leer una revista de vaqueros y apaches. Van a la universidad que su presupuesto económico pueda sustentar y se la pasan cacareando, eso sí, se ven muy atractivas las muchachas, todas bonitas, maquilladas, a la moda, o en la onda autóctona.
Aun no sé cuál es mi mundo, mi ambiente, mi onda chida. Quizá es la decrepitud a la que tarde o temprano nos llega a todos y todas. El vacío, la nada. No me quejo, me va relativamente bien, sigo tomando cerveza en las cantinas, encuentro uno que otro compañero de lamentos con el cual puedo dialogar, reír, escuchar tropical Panamá, decir salud al unísono en el instante en el que chocan los tarros de cebada. Sigo haciendo deporte como cuando tenía 15 años, de vez en cuando escucho reguetón y danzo como una mariposita recién salida de la pupa, me fascina la miel de abeja, la artesanía de mis colegas, la calle y sus perros, gatos y fantasmas. Seguiré siendo un anciano viejo en un desierto de mocosos que gritan, hacen rabietas y piden auxilio al manicomio del arte. Yo solo les pido que no interrumpan mi sagrado silencio, que me dejen pero no me abandonen. Yo solo les pido que cuando entren por la puerta, no ignoren al otro o a la otra, que no sean solo amables y diligentes, rompan con todo lo que está podrido, eso sí, no nos molesten a las viejos cuando estamos bebiendo luminosos tarros de cerveza espumosa, porque muerdo, y ya no suelto. Salud compañeros o compañiebrios, os wachamos tarde o temprano en la barra de los sedientos. Abrazos fraternos querido amigos y posibles enemigos de la infelicidad, les deseo lo mejor a todos y todas.
[email protected]