La educación sexual en nuestro país es, aún en los mejores casos, una materia formativa para la vida que no ha sido lograda como se debiera. Como es un tema política y socialmente delicado, se le ha tironeado para una y otra orientación y se le ha reducido su alcance y su difusión. De este modo, la educación sexual apenas se ha tratado como algo físico, anatómico, y poco o nada se habla de lo fisiológico, que es la dimensión biológica más cercana a lo vivencial, esto es, a las ganas.
El enfoque físico se lleva al terreno médico, de la salud pública (el de las enfermedades de transmisión sexual y el de los embarazos prematuros y no deseados), y eso porque representan costos económicos. La educación sexual no trata los aspectos emocionales y sus riesgos, como las confusiones, turbulencias, impulsividades, heridas, sumisiones y victimizaciones que afectan seriamente el equilibrio emocional y la salud mental.
Tampoco trata los riesgos psicológicos: las anomias, las desviaciones y reducciones de las posibilidades de lograr la realización de los proyectos de vida y la elección correcta, conveniente, de pareja. Serviría muchísimo que en las escuelas se analizaran, debatieran y juzgaran con criterios científicos y experienciales, los casos prototípicos tanto de los riesgos físicos, emocionales, psicológicos, familiares y sociales, como los casos exitosos de ejercicio sano de la sexualidad, lo cual podría complementarse con talleres para desarrollar habilidades de manejo emocional de las ganas, con el concurso de sexólogos y psicólogos para los casos de crisis o riesgo inminente en adolescentes y jóvenes.
Como un ejemplo de lo que podría mejorar las cosas al respecto, hay una gran constelación de temas asociados a la sexualidad que son tratados en la tan atinada columna de este periódico llamada La Tía Remedios, de la cual entresaco una muestra de los que podrían ser casos a analizar, algunos en secundaria, otros en preparatoria con todas sus implicaciones y posibles soluciones preventivas y correctivas: imprudencias conceptivas, gustos sexuales por familiares, inseguridad sobre el desempeño sexual, infidelidades y engaños a la pareja, atracción por mayores o menores, permanecer en relaciones con parejas maltratadoras, excesos y adicciones al sexo, manipulación afectiva, promiscuidad, uso chantajista del sexo, codependencia afectiva, baja autoestima sexual, fastidio de pareja, dudas sobre afectos hacia otros, temores infundados para ejercer la sexualidad, inconciencia sobre situaciones de riesgo, machismo, confusión de amor con sexo y viceversa, etc.
La nómina anterior podría ser considerada como muy atrevida, como innecesariamente anticipadora de experiencias que nuestros adolescentes y jóvenes aún no viven, pero esta idea va en contra del hecho de lo que ahora saben ellos a través, no solamente de su experiencia directa, sino por las narraciones indirectas que les platican quienes las han vivido, y por tantos programas y películas que tratan esos y muchos otros temas relacionados con la sexualidad.
De hecho, los medios sexualizan de más, y sin reflexión de por medio, las mentes de nuestros jóvenes, por lo cual trabajar educativamente el análisis y el buen juicio de esos casos, y otros que los mismos estudiantes propusieran, permitiría lograr mejores estadísticas de salud pública sexual y de parejas felices. Educar las ganas es educar para una vida mejor.