Hemos comentado en reuniones informales diversos grupos de colegas abogados, cuyo común denominador entre todos ha sido nuestra vocación y actividad durante muchos años por la docencia y la academia en diversas Universidades, Centros de Estudio, Institutos Tecnológicos o dependencias gubernamentales, el que en la última década específicamente se ha agudizado la problemática consistente en la apatía por el estudio y la ausencia de gusto por la lectura del alumnado en general que hemos tratado de preparar en esas instituciones; claro, con honrosas excepciones.
Nos preguntábamos también a qué se debía esta tendencia cada vez más identificable y que difiere mucho de aquellos que estudiamos durante el siglo pasado, porque en la mayoría de los casos se trata de centros escolares de carácter privado en los que se cobran colegiaturas e inscripciones, si bien, en algunos casos no muy onerosas, sí son lo suficientemente altas para dejar jugosas ganancias a los propietarios o socios de esas Escuelas de Derecho.
De tal manera que si se tienen los recursos suficientes para cubrir ese gasto, los estudiantes gozan también normalmente de buena alimentación, salud y bienestar, de tal forma que su carencia del gusto por el estudio, esfuerzo y su superación no tiene nada que ver con aspectos nutricionales y mucho menos de apremiante necesidad, lo cual significa que esos factores quedarían descartados.
Uno de los compañeros maestros con casi 40 años de experiencia en la docencia comentó que la atribuibilidad de esta postura por parte de la juventud y de los actuales estudiantes se debe a la premura que tienen por obtener un título, sea cual fuere, sin gran esfuerzo y poder justificar ante sus padres y entorno social simplemente su crecimiento o adultez provechosa.
Pero otro maestro muy joven, apenas con cinco años de participar como docente en una institución educativa local, explicó que en su momento están fallando los filtros necesarios para poder admitir en las universidades a los jóvenes a los estudios superiores, sin evaluación o requisito alguno.
Esto es que se ha dejado de verificar si efectivamente cuentan con la vocación para la carrera que pretenden, si cuentan con esas habilidades, si están suficientemente preparados y con bases desde la enseñanza media superior para entender las nuevas enseñanzas de las materias que implican una licenciatura.
Otros dos de los maestros que nos reunimos a disertar sobre este tema coincidimos en parte con la visión de este último Maestro, por estar más cercano generacionalmente a los alumnos que tiene en cada semestre.
Pero también quisimos agregar que es tal la competencia que existe actualmente entre el número de instituciones que ofertan la carrera de Derecho en nuestra localidad que hacen lo imposible por captar a los muchachos que egresan de las preparatorias para inscribirlos y formar los grupos en sus escuelas, por lo que algunos quienes realizan un examen de admisión lo hacen sólo con el fin de clasificar a los aspirantes, pero no para rechazarlos por impreparados o por no ser aptos para los estudios que pretenden.
Además, una vez aceptados existe un afán desmedido por conservarlos y que no cambien de institución a otra similar o de menor costo, que estén a gusto y se atiendan todas sus quejas en contra de los maestros, tengan o no razón.
A los mentores en su plantilla general se les recomienda no ser muy exigentes para con los alumnos y cuando hay exámenes parciales o finales se les pide “mesura y comprensión”.
Todas estas políticas educativas internas son precisamente para evitar deserciones y disminuir los ingresos. Así pues, todos contentos.
Pero finalmente la política que más ha dañado creemos y que hemos coincidido los dialogantes, consiste en aquella de facilitar las formas, los trámites o requisitos para obtener la titulación.
En este tenor la laxitud ha sido tal que las opciones para obtener el título son tan simples como la de lograrlo por el simple promedio; otra a través de la inscripción en un curso de posgrado y en automático se otorga la titulación.
Quizás la más difícil que subsista es la de realizar en conjunto (tres o cuatro aspirantes) un tema y exponerlo brevemente en una hora ante un Sínodo de tres maestros con preguntas y respuestas.
Aquellos tiempos en que se requería elaborar una tesis de licenciatura con un mínimo de 120 cuartillas y una lista bibliográfica de consulta e investigación básica, más un examen recepcional con tres sinodales que examinaban durante casi dos horas, ya pasaron a la historia y han sido erradicados de las universidades; en algunas todavía son opcionales.
Y, para colmo de todo lo anterior, ahora han surgido licenciaturas para abogados con estudios por internet sin tiempo preestablecido sino desahogando cada una de la currícula de las materias y aprobando las evaluaciones a distancia.
¡Imagínense los amables lectores que podrían haber aprendido estos profesionistas! ¿Dejaría usted en sus manos su patrimonio, su libertad, su seguridad o hasta su vida?
En conclusión, el problema es de falta de rigor académico que se ha perdido por las instituciones.