En la madrugada del 18 de julio de 1918, el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, sus cuatro hijas, el zarévich Alexey, su médico y el personal, son llevados al sótano de la casa donde están retenidos desde abril. 

Nicolás II había abdicado en marzo del año anterior tras la revolución de febrero y había sido expulsado y retenido preso junto con su familia en una casa en los Urales, Ekaterimburgo. 

La dinastía Románov comenzó en 1613 cuando Mijaíl Fiódorovich fue electo soberano de toda Rusia. La dinastía llegó a su final 304 años después, cuando Nicolás II y su familia fueron asesinados por los revolucionarios rojos.  

El motivo aparente fue el temor de que el Ejército Blanco, que se encontraba cerca, intentara liberar al zar. Los soviéticos de los Urales que los tenían cautivos fusilan a toda la familia, incluyendo a los sirvientes, por instrucciones de Lenin.

Aparentemente, los verdugos tenían instrucciones de mutilar y esconder los cuerpos para que no pudieran ser reconocidos. Algunos de los huesos estaban quemados, los restos estaban muy descompuestas y mostraban signos de agresiones químicas de ácido sulfúrico. 

La ocultación de los cadáveres dio pie a especulaciones sobre la posible supervivencia de algún hijo del Zar. 

En 1991, se hizo público el hallazgo de una fosa en Ekaterimburgo con restos que podían ser de la familia del zar. Los análisis genéticos demostraron entonces que se trataba de huesos y dientes de nueve personas: el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, tres de sus hijas y los cuatro sirvientes. 

Lejos de apaciguar los rumores, el hallazgo alimentó nuevas especulaciones al no haberse encontrado a la cuarta hija del zar, Anastasia, ni al zarévich Alexey.

La trágica historia de los Románov ha cautivado durante generaciones al mundo, con rumores de glamurosos misterios y romanticismos que cautivaron a la socialité mundial y a las rancias aristocracias. 

Tan solo dos años después de la ejecución de los Románov, en Berlín, en 1920, aparece una mujer que intentó quitarse la vida saltando de un puente, y que afirmaba ser la gran duquesa Anastasia. 

La mujer declaró que sobrevivió el ataque bolchevique y fue escondida por un soldado, con el que posteriormente se casó. La noticia llenó páginas y páginas de periódicos en el siglo XX.

La reaparición de la gran duquesa Anastasia generó grandes expectativas para los gobiernos imperiales del mundo. Pero, tras 42 años de discusiones y disputas, hasta su muerte en Estados Unidos no fue reconocida por los expertos e historiadores, puesto que no pudo aportar suficientes pruebas para demostrar que era la gran duquesa. 

Al mismo tiempo, se estableció que la muerte de Anastasia no se podía confirmar como un hecho probado&

Pero, vayamos más despacio& La muerte de la joven Anastasia Románov fue todo un misterio, solo se sabía que oficialmente había sido fusilada en la noche del 16 al 18 de julio junto a su familia. 

Con el tiempo surgió el rumor de que podía estar viva, cuando un soldado informó de la posibilidad del rescate de un miembro de la familia, de una de las hijas del Zar, que había quedado mal herida durante aquella noche fatal.

El soldado Tschaikovsky dijo haber recogido a la joven gran duquesa y habérsela llevado a Rumania, para sanar sus heridas.

Los rumores sobre la existencia de la gran duquesa tomó fuerza a partir de 1920, cuando una mujer fue salvada de suicidarse en el puente del río Spree, en la ciudad de Berlín.   

La noticia empezó a correr por toda Europa.  

La gente estaba maravillada ante esa magnífica historia, que daba motivos para pensar que, si realmente era esta joven la verdadera hija del Zar, devolvería las esperanzas a miles de súbditos rusos de colocar a un Románov en el trono, que les habían arrebataron los bolcheviques. 

Pero, la pregunta seguía en pie: ¿Era esta mujer la que decía ser, la gran duquesa Anastasia?

El parecido físico de la joven con la auténtica gran duquesa hizo que la gente que la había conocido o tratado cuando era joven se alarmara y pretendiera aceptarla como tal. 

Por entonces, nadie podía entender cómo tendría tantos recuerdos de la familia imperial de no haber sido la auténtica. Incluso, su abuela paterna, recluida en un castillo en Dinamarca donde se refugió tras la muerte de su familia, la reconoció en octubre de 1928 como tal, después de un tiempo de terribles dudas sobre la identidad de aquella joven. 

Sin embargo, en 1998 y gracias a las pruebas de ADN, se supo que todos los cadáveres encontrados pertenecían a la familia imperial y los análisis y muestras de ADN de la supuesta Anastasia, no coincidieron con los de la familia imperial. 

Según esto la joven era Anna Anderson, que había nacido en Polonia el 16 de diciembre de 1896. Ésta había perdido la memoria cuando trabajaba en una fábrica de Berlín y al ser encontrada cerca de un puente de aquella ciudad asumió los relatos de Anastasia que su marido le contara como si fueran de su propia vida.

Estuvo casada con el soldado Tschaikovsky, que estuvo presente en la matanza a los Románov en 1918. 

Anna Anderson no tuvo una existencia fácil y durante su vida insistió varias veces ante los tribunales ser una  Románov; y, que por desgracia en 1938, cuando se presentó ante la corte alemana para probar que realmente era quien decía, el juicio se suspendió a causa de la Segunda Guerra Mundial. 

Durante el resto de su vida hasta su muerte, en 1984, a la edad de 83 años, afirmó ser Anastasia Románov, la hija del último Zar de todas las Rusias.

Usted ya puede ver en Netflix: “Los últimos zares”. 

La producción se enfoca en el papel de Grigory Rasputin, el lujurioso religioso que convenció al zar Nicolás y a su esposa Alexandra de que podría salvar a su hijo hemofílico Alexei; la distancia entre el pueblo y su gobernante, la ineptitud del Zar; el “Domingo Sangriento,” que detonó la revolución; y, el misterio de Anastasia. 

Una producción atractiva que contiene: drama, sexo, corrupción, política y religión.

Los últimos días de la dinastía de los Románov se intercalan con mini entrevistas a distinguidos historiadores. 

La serie admite cuestionamientos históricos, aunque eso no le resta atractivo.

“La trágica historia de los Románov ha cautivado durante generaciones al mundo, con rumores de glamurosos misterios y romanticismos que cautivaron a la socialité mundial y a las rancias aristocracias”.

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