“Niñas, no saben, estoy aterrada. Les aviso porque me dio mucho miedo y no quiero que les vaya a pasar a ustedes. Cuando salí de la reunión que tuvimos no me fijé que no había prendido las luces de mi coche. Un policía que no era tránsito me paró y me señaló que las traía apagadas. Esperaba una multa o algo así, pero me pidió que me bajara del coche. Yo no quería. Tenía mucho susto. Me dijo que sería peor si no lo hacía. Me bajé. El policía revisó todo mi vehículo. Creí que se robaría mi celular. Me dijo que estaba revisando si no traía drogas. Luego me dijo que podía irme si le daba un abrazo. ¿Se imaginan el asco? Tenía tanto miedo que para poder irme accedí. El muy cerdo me jaló de la cintura y dijo que le diera un beso. De verdad que moría de miedo y empecé a llorar. Fue entonces cuando me soltó y me dejó ir. Si les para un policía, llamen rápido a alguien para que lo que me pasó no les pase a ustedes, porque fue horrible”.
Historias como la de esta muchacha se escuchan en círculos de chicas. Habrá quien piense que la joven se atontó y cosas por el estilo, pero es importante sensibilizarse de lo que puede sentir una mujer sola con alguien que se muestra intimidante abusando de su autoridad. El miedo paraliza e impide pensar. El terror te bloquea. Cuantificar qué tan frecuentes son estas situaciones puede ser difícil, porque muchos de los casos de abuso como éste no se denuncian por desconocimiento, vergüenza y temor.
Las jóvenes tienen miedo a los delincuentes que rondan por la ciudad, tienen miedo de pedir un Uber o tomar un taxi por los feminicidios perpetuados por choferes de estos servicios y ahora tienen miedo hasta de los policías. Unas chicas comentaban con gran frustración que ya no podrían salir. ¿Dónde queda el derecho al tránsito seguro de las mujeres?
Las necesidades de movilidad de las mujeres son mucho más complejas que para los hombres, ya que ellas están expuestas a constantes riesgos, como vivir situaciones violentas e incómodas en su entorno social, laboral y público. La solución no es andar con un hermano, novio o padre como guardaespaldas, tampoco que estés en tu casa a las ocho de la noche. Estas chicas trabajan su jornada laboral y posteriormente les gusta reunirse con sus amigas y amigos. Lo ideal es moverse en grupo, pero hay quienes no tienen a nadie que viva cerca de su domicilio. Por supuesto que las mujeres deben vivir una cultura de prevención y autocuidado, pero el abuso policiaco es grave, ya que son quienes deben proteger a la ciudadanía y vigilar el orden público.
Reconozco el esfuerzo que realiza el Municipio de León para un cuerpo policiaco capaz y efectivo, así también el énfasis que se ha puesto en la capacitación y formación para su profesionalización, pero la violencia de género representa un gran reto en el cual hay que enfocarse aún más. Tenemos conductas que históricamente han estado consideradas como normales, pero que en realidad constituyen violencia contra las mujeres. Hay una cultura que permite y justifica esa violencia y un gran desconocimiento de los derechos humanos de las mujeres.
El Manual de la ONU formula varias recomendaciones para las leyes que regulan la respuesta policial a la violencia contra las mujeres. La policía debe: Responder con diligencia a todas las solicitudes de asistencia y protección en casos de violencia contra la mujer, incluso cuando la persona denunciante no sea la demandante/superviviente& Y así continúan una serie de pasos a seguir. Pero ¿qué pasa cuando es el mismo policía quien está cometiendo el abuso contra la mujer?
Los policías deben sensibilizarse y tener conciencia de que ese tipo de conducta constituye un delito. Debe ser requisito básico que todos los elementos del cuerpo policiaco y de tránsito tomen talleres en derechos humanos con perspectiva de género y se logre una reeducación y un cambio de mentalidad que respete y valore a las mujeres.