Las Ciencias Sociales lo nombran de muchas maneras: tejido social, capital social, cohesión, entramado, vínculos o relaciones humanas y por el momento no es tan importante cómo se denomina, sino su contenido. 

Y en esto sí hay consenso, pues la desintegración de los lazos comunitarios basados en el respeto, la confianza y la solidaridad, trátese de un ejido, de una colonia, de un grupo o de la familia, produce por una parte un proceso de individualización riesgosa cada quien ve por su bien propio- y al mismo tiempo lleva a buscar cobijo colectivo identitario en agrupaciones de distinto talante, entre ellos, los grupos delincuenciales. 

Quien haya comprendido la moraleja que encierra la reciente película de “Joker” sabrá las dimensiones del problema.

La violencia que sufrimos en Guanajuato, que es la antítesis de la paz que casi todo mundo anhela, es un detonante de primer orden en la ruptura de las relaciones plenamente humanas. 

La violencia estructural (falta de acceso a los bienes indispensables) y la violencia directa (golpes, insultos, maltrato físico y emocional, feminicidios, homicidios, acoso) hacen una mezcla explosiva que antes se expresaba de distintos modos en diversos grupos como las y los pobres, indígenas, comunidad de la diversidad sexual, mujeres, niñez, entre otros. 

Sin embargo, ahora la inseguridad expresión también violenta- no discrimina a sector o grupo alguno; es una dimensión transversal a toda la población, pobres y no pobres.

Vivir sin confiar en los demás, pasar por una calle con el temor de ser violentada, amanecer sin trabajo o sin alimento para la familia, decir “Me fue bien, sólo me robaron”, morir por una bala perdida, estirar a lo que da la quincena sin que alcance, son elementos que no ayudan a la construcción de una sociedad con paz y justicia. 

Y esto no se remedia con sólo atraer capitales extranjeros o, sin duda el muy necesario pero 
no suficiente, aparato policíaco fuerte y confiable.

Se requiere de una política pública en general y de una política social en particular que sepa trabajar con la gente, eleve la capacidad de organización y de conciencia y que vaya modificando las relaciones de desconfianza y de competencia individualizada en vínculos de reciprocidad positiva y de solidaridad.

Quienes hemos trabajado con sectores empobrecidos, bajo los lineamientos de la educación popular sabemos que se requiere de un largo proceso de reeducación en donde la gente de las comunidades se transforma en sujeto de cambio y no botín electoral. 

Es a partir de proyectos que propicien un ambiente de paz y ayuda mutua que se podrá generar una participación activa y ejemplos los tenemos en el estado: orquestas infantiles y juveniles, grupos de recreación alternativa, grupos de mujeres defensoras de los derechos humanos, comunidades rurales que defienden sus recursos, cooperativas de consumo, de comercio justo y de producción, colectivos de defensa de la diversidad sexual y movimientos como el de estudiantes de Celaya, entre otros.

Una política social que contemple la participación real de la población en la solución de sus propios problemas está lejos de ser una realidad en Guanajuato; no basta con que se le llame Impulso 2.0 a la “nueva política social” o que se acuda al encubrimiento discursivo para ocultar la realidad violenta que viven millones de guanajuatenses.

No hablo de memoria, he diseñado e implementado políticas públicas exitosas y de largo aliento para la reconstrucción del tejido social, pero aquí en Guanajuato, no hay prisa. 

Al parecer no se quiere modificar el modelo de desarrollo centrado en la innovación tecnológica, como si ésta por sí sola pudiera contribuir significativamente a la eliminación de la violencia directa y estructural.

Requerimos una drástica modificación de cómo se trabaja en los Centros Impulso, pues las clases de macramé y de zumba tienen sus limitaciones. 

Y lo tienen también la confusión entre los comités comunitarios y la militancia partidaria. 

Si de verdad se quiere reconstruir el tejido social, lo primero que se tiene que hacer es mirarse al espejo, reconocer los errores y confiar en el potencial comunitario, pues la gente tiene ya la lumbre en los aparejos.

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