La Cuarta Transformación sabemos de dónde viene y conocemos la mano que mece la cuna. Es mañanera. Lo que ignoramos los mexicanos de a pie, es hacia dónde se dirige ese proceso.

¿Se trata de una nueva democracia populista, es un socialismo disfrazado, democracia cristiana distorsionada, social democracia sujeta a una sola voluntad?

Se carece de datos o guía ideológica o estructural como para visualizar directrices que den certidumbre.

Por lo pronto, en ese reformismo pragmático que hoy plantea una cuestión y mañana otra, en ocasiones contradictorias, ya apareció una amenaza a los partidos políticos registrados y claro que se entiende va igualmente contra las asociaciones que sin ser oganismos electorales propiamente, succionan  de la ubre presupuestal. 

En ellas hay zángano, rufianescos, como ya lo veremos. Incluidos sujetos que se han quedado con propiedades de partidos y ya se preparan para venderlas, mediante truculencias jurídicas; pero, como dijo la viejta: Esa es otra historia.

La idea o amenaza de reducir el subsidio a los partidos políticos hizo que éstos pusieran de inmediato el grito en el cielo.

A tal propósito hagamos no un recuento cronológico, sino el debido recordatorio de cómo se originó esa especie de tentación financiera.

Para un análisis serio se debe recordar que el partido del Gobierno, conocido de siempre como oficial: Nacional Revolucionario; de la Revolución Mexicana y finalmente Revolucionario Institucional (PRI), fue amamantado desde el poder.

Esto es que las arcas públicas nutrían, por abajo del agua o sobre la mesa con descaro, a ese organismo, tentacular por cierto, ya que contaba con una plantilla de operadores disfrazada, que percibía su lana con puntualidad.

Y si sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de dónde la sacaría? Pues del erario, de los fondos públicos, con diversos y nada nítidos pretextos. En ocasiones a flor de cinismo. 

En las campañas políticas todo el poder, repito: todo el poder del gobierno, se vaciaba al oficialismo electoral.

Resultaban los gastos algo increíble, descomunal y, claro, sin luces comprobatorias.Aviones, avanzadas, camiones, templetes alquilados. Cocina y cocineros para el personal de planta. 

Todo con previsión; estrategia pura, aunado a todo ello y algo más, los comités dinamizados por el poderoso caballero. ¿Algunos voluntarios? ¡Claro!, con la esperanza de colocarse luego.

En tanto la oposición luchaba en la inopia; se rascaba con sus uñitas; lo que aportaba, muy poco por cierto, gente generosa, de buena voluntad, dispuesta a combatir al monstruo oficialista a golpes de trabajo cívico. 

Mientras que el oficialismo montaba todo un espectáculo, con acarreados -lo que no ha entrado en desuso-, artistas de primer nivel popular y locutores con verbo florido, grandilocuentes oradores demostenianos, la frágil oposición traía sus botes con cal y volantitos para dar de mano a mano. 

Esto pagado, casi siempre, por el heróico candidato. La verdad en esa época se promovían  pocas candidatas, sino es que ninguna.

El Gobierno tenía, además, en sus manos todo el tinglado: en lo nacional, la Comisión Federal Electoral y para los estados otros organismos similares. 

Aparte que para calificar los eventos máximos se contaba con una especie de congreso chiquito, llamado Colegio Electoral que decidía o determinaba quiénes habían ganado. Mayoría oficialista. Obvio el color gubernamental era el de los vencedores.

El sistema se desgastó coyunturalmente, hasta el ridículo puede decirse, ya que nadie creía en él; lo alababan, claro, los beneficiados y también los maiciados de ese tiempo que a la hora de votar a favor de los oficialistas, recibían si no beneficio inmediato, por lo menos promesas.

En ese tiempo nacieron no pocos mecanismos: operación “tamal”, que consistía en darle a los votantes un bocado y atole, para luego llevarlos a la casilla. La operación “taco”: En la manga el activista portaba rollo de boletas, previamente cruzadas por el tricolor, y al dejar su papeleta, metía el paquetito. A la hora del conteo, rápidamente el representante priísta quitaba la liguita. 

Urnas embarazadas, por cientos y miles en nuestro Estado, auspiciado el truco por Rafael Corrales Ayala y como máximo operador Juan Chávez Rebollar.

Ya algún día ofreceremos el catálogo de tan abundante truculencia, que un día se la expuse a Luis Dantón Rodríguez, quien abrió boca y ojos de manera descomunal. Como Subsecretario de Gobernación aseguró no conocer todo el catálogo de argucias. Eso dijo… ¡ajá!

Pero el mundo dio un vuelco: algaradas mundiales con protestas de estudiantes, que en México cobraron cientos de víctimas.

Las demandas eran confusas pero apareció  el giro hacia la democracia con vista al izquierdismo.

Díaz Ordaz (Gustavo) dio una manotazo criminal, que sacudió a parte de la estructura nacional.

Luis Echeverría, ansioso de atemperar la tormenta, con varios consejeros en su entorno, entre ellos el ahora silente diputado de Morena, Porfirio Muñoz Ledo, movió el timón a un cierto tipo de socialismo.

Reforma política uno de los ejes del nuevo equilibrio. Meter a la contienda comunistas y sinarquistas. Cambio en las formas y parte del fondo. Establecer nuevo organismo calificador. Subsidio a los partidos políticos.

La izquierda, pragmática históricamente, desde los tiempos de sus princiapeles teóricos,hasta las diversas revoluciones incluidas la rusa y la cubana, se frotaron las manos.

Los panistas parecieron resistirse al nuevo método que parecía atraparlos por el bolsillo; incluso en el seno del azul hubo propuestas para que al recibir el subsidio, fuera entregado a algunas instituciones, como la Cruz Roja.

En el naciente Partido Demócrata Mexicano, que brotó del sinarquismo, pronto se escuchó el grito de quien manipulaba a Roberto Picón Robledo, dirigente de la UNS, y a Gumersindo Magaña Negrete: “Fórrense los riñones”. Era proclama de Ignacio González Gollaz.

Ya veremos la forma en que creció una especie de burocracia en los partidos que hoy, con la amenaza de reducirles el subsidio al 50%, sienten que les colocan  la soga al cuello.

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