Entre 1910 y 1920, México fue sacudido por una serie de luchas y revueltas conocidas como La Revolución, que intentaron transformar el sistema político y social creado por Porfirio Díaz. 

La Revolución, que contribuyó a formar el México contemporáneo, no tuvo un carácter homogéneo, sino que consistió en una serie de revoluciones y conflictos internos, protagonizados por diferentes caudillos y militares que se fueron sucediendo en el gobierno de la nación.

La Revolución aparece como un desorden y como un caos, pero también como una forma de purificar un régimen.

Los revolucionarios quieren establecer un nuevo orden, transformar la estructura económica de explotación, la política de poder antidemocrático y abolir el conflicto de clases. Asimismo, quieren encontrar nuevas imágenes morales y culturales para la sociedad.

Pero, ¿por qué estalla La Revolución en México? Los estratos sociales más pobres y desprovistos se plantean permanentemente la necesidad de una sociedad mejor, no solo en términos sociales y económicos, sino sobre todo humanos. 

Los hombres, para sobrevivir, construyen sus propias utopías, buscan consuelos en ellas, es el mito de la felicidad. En la utopía siempre se piensa que el futuro será mejor. Cuando se despierta de ésta y todas las utopías eran ilusorias, sobreviene entonces el fantasma que recorre la nación: La Revolución.

Ésta expresa los mitos y las realidades de los cambios desde el siglo de las luces, sirve en el imaginario colectivo como una forma de renovación total de la sociedad. 

Para los más esperanzados tendría que ser el movimiento político que acabara con todos los males sociales. Son fenómenos únicos e irrepetibles.

Ninguna revolución moderna se parece a otra, pero existen algunas constantes entre ellas: La norteamericana, francesa, mexicana, soviética, china y cubana.

Se trata de movimientos populares que aspiran a la democracia, a la igualdad y a la fraternidad; en una revolución, los que participan desean acabar de una vez por todas con la injusticia y desigualdad. 

Las revoluciones pasan por una etapa de terror y luego aparecen los tiranos: Stalin, Mao, Huerta, Fidel Castro& No existe ninguna revolución permanente, ya que después ésta se institucionaliza.

A Marx le toca hacer el análisis y la crítica de la Historia como una lucha de clases, las falsas ilusiones con las que alienan las clases dirigentes al proletariado. 

“No es la conciencia lo que determina el ser social, sino el ser social el que está determinando la conciencia. La sociedad está enajenada y es irracional, y sólo una clase, la más explotada y humillada, el proletariado, puede ser revolucionaria y hablar en nombre de la mayoría”: Marx.

Hace más de dos mil años, los oprimidos y explotados culpaban de todas sus frustraciones a los gobernantes y a las clases adineradas.

Escribe Erik Fromm que los dirigentes cristianos, con el tiempo, supieron cómo proteger y exculpar a las clases pudientes, subvirtiendo el sentimiento de ira de las masas indigentes contra las clases dominantes, por el de autocompasión y culpa que deberían sentir ellos mismos, los pobres, por sus pecados que los hunden en una miserable existencia.

Luego, en lugar de revelarse estos menesterosos, pedían perdón, y ofrecían sumisión al clero, al rey, porque el sufrimiento en esta vida sería recompensado en la otra. 

“La religión es el opio de los pueblos”: Carl Marx.

“Una revolución es la transformación violenta de un orden de cosas opresivas e injustas. Las ideas se precisan en las mentes superiores; la angustia y la esperanza fermentan en los corazones y un día de grandeza, primero el hombre, el precursor, el caudillo y luego el pueblo entero estalla de ira divina, levanta los brazos con el ademán que rompe cadenas y las manos desgarran y derriban instituciones y monumentos, ídolos y leyes”.

“El instinto destructor se apodera de las multitudes y arrasa con todo como si las cosas mismas fueran enemigas y obstáculos. Se va contra todo lo que ha contenido el anhelo infinito que cada ser lleva adentro, imperioso y triunfal”: José Vasconcelos.

Luis Cabrera, primero ideólogo y luego crítico de La Revolución, decía que las revoluciones son siempre operaciones dolorosísimas para el cuerpo social, pero el cirujano tiene, ante todo, el deber de no cerrar la herida antes de haber limpiado la gangrena& 

“Hay de usted si acobardado ante la vista de la sangre o conmovido por los gemidos de dolor de nuestra patria, cerrara precipitadamente la herida sin haberla desinfectado y haber arrancado el mal que se propuso extirpar. El sacrificio habría sido inútil y la Historia maldeciría su nombre”.

La Revolución mexicana fue un movimiento brutal y violento, cuyo rostro destructivo se ha ido olvidando. Exterminó a toda una generación de mexicanos; devastó la riqueza y el capital acumulado.

Recrear la riqueza destruida y cuidar que se redistribuyera con justicia social, fue la mayor carga sobre los hombros de “La Revolución”. 

La Historia nos exige cuestionarnos como individuos, como pueblo y nación: ¿Fue necesaria La Revolución, triunfó, se suicidó porque transó, o simplemente fue un proyecto inconcluso y hay que concluirlo?

Bolivia está en crisis, Perú en un punto muerto, Argentina empeorará, y los chilenos se alzaron exigiendo una nueva Constitución.

¿Por qué los ciudadanos se sienten insatisfechos? El presidente López Obrador dijo muy claro que con su triunfo habría un cambio purificador de régimen, la Cuarta Transformación, la tercera fue La Revolución. 

¿Concluirá esta Transformación con los pendientes del movimiento armado, pero de manera pacífica? ¿Sería necesario cambiar de régimen? ¿Quedará como un proyecto inconcluso? O, ¿transará la Cuarta Transformación y se suicidará&? 

Las respuestas se las dejo a usted, mi estimado lector. 

Por lo pronto, el triunfo de AMLO fue una válvula de escape para el coraje y la frustración que calaba hondo a 33 millones que votaron por un cambio de régimen.

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