Después de ver a la actriz Linda Hamilton, de 63 años, en su papel de Sarah Connor con un cuerpo atlético y una actitud desafiante en el filme “Terminator: Destino oscuro”, quedé sorprendida. Las escenas de acción que realiza Hamilton hicieron un choque en mi memoria con las imágenes de mi infancia en la que visualizaba a la abuelita de la canción “Di ¿por qué?” del compositor Cri Cri, cuya letra decía: “Di ¿por qué?, dime abuelita. Di ¿por qué eres viejita? Di ¿por qué sobre las camas ya no te gusta brincar? Di ¿por qué usas los lentes? Di ¿por qué no tienes dientes? Di ¿por qué son tus cabellos como la espuma del mar?… ¿Por qué lloras a ratos?”.
Con la interpretación de Hamilton el estereotipo de abuelita o de mujer adulta mayor sedentaria queda obsoleto. Ahora esta heroína no sólo brinca, sino realiza acciones intrépidas; sí usa lentes, pero son de sol y ultra modernos, tiene una bonita dentadura y sus cabellos son dorados como sol radiante y no blancos como la espuma del mar. Y pues el personaje proyecta una gran fuerza que para nada llora a ratos como la abuelita de Cri Cri.
Ya habían incursionado en el cine de ficción mujeres de gran autoestima y seguridad que con astucia, ingenio y confianza, lograron salvar a su pueblo y transformarlo como la heroína de “Los Juegos del Hambre” y la de “Divergente”, pero eran jóvenes. Ahora Linda representa un reto al rango de supuesta vejez en la que las mujeres arriba de los 40 eran colocadas en Hollywood.
Linda rompe con la usual femenina imagen de fragilidad y delicadeza, presentando a una figura desafiante, fuerte y con coraje, capaz de vencer retos con gran autonomía. La actriz aparece con un rostro natural, con arrugas propias de su edad, sin importarle no tener una piel lisa y lozana.
La protagonista Sarah Connor tiene metas y objetivos propios y está dispuesta a cumplirlos a como dé lugar. Con una mente propia y decidida, sabe que tiene que tomar riesgos y vencer miedos para lograr sus propósitos.
En la vida real la joven Malala, nominada al Premio Nobel de la Paz en el 2013, no se dejó intimidar ni vencer por las balas que recibió para ser silenciada. Ella siguió luchando con valentía por defender los principios de libertad humana y los derechos de las personas, rompiendo con usos y costumbres que coartaban en su país el desarrollo de las mujeres. Este ejemplo se vuelve más frecuente entre la juventud, pero no es común en las adultas mayores que se han resignado a vivir sueños ajenos y no propios.
La escritora mexicana Emma Godoy luchó por la dignificación de la edad adulta. Ella decía que el ser humano debía prepararse para la vejez desde sus primeros años de vida, pero sobre todo a partir de los 40, así no sería una carga para nadie y sí una persona activa y productiva. Señalaba que mientras el ser humano tuviera espíritu la ancianidad dejaba de ser una amenaza para convertirse en una ardiente promesa.
Godoy reconocía el valor de la gente adulta, consideraba su experiencia y sabiduría como una guía para las generaciones presentes. Para lograr esa visión le apostaba a la educación, porque un país culto y en progreso es capaz de estimular a sus ancianos y no verlos como un estorbo, ya que ellos son la parte sabia de la humanidad.
En la ficción encontramos realidades. En el mencionado filme la protagonista ya no se esconde como en las versiones anteriores de la saga. Su madurez le ha servido para saber enfrentar miedos y obstáculos. En este filme el personaje de Sarah utiliza una escopeta para defender a sus protegidas en peligro, en un mundo violento. En la realidad de Emma, ella considera la educación en el amor un arma poderosa; la gente debe amar, respetar y tomar en cuenta a quienes ya llevan un buen camino recorrido.