Recuerdo a León, en los años 50, 60 y parte de los 70, era una ciudad creciendo poco a poco, a ritmo pausado. Había tiempo para todo, para estudiar, trabajar, jugar y divertirse; crecía con la tasa de nacimiento alta, de aquellos tiempos, pero el crecimiento por migraciones a nuestra ciudad casi era nulo, pues ya se habían suscitado aquellas muy numerosas del vecino Estado de Jalisco, en especial, de la zona de Los Altos.
La extensión urbana era reducida y el Centro o Plaza Principal era la zona con más afluencia donde se concentraba el comercio, el entretenimiento, la administración municipal, los juzgados civiles y penales, la junta laboral y otras oficinas de gobierno.
Los niños en sus propias colonias y pocos fraccionamientos convivían y jugaban por las tardes; los adolescentes, jóvenes y aún estudiantes también lo hacían, salvo los que tenían horarios vespertinos en secundarias y preparatorias saliendo de clases en la noche a temprana hora.
Los adultos convivían con sus familias también por las tardes, a veces en las afueras de sus hogares en tiempos calurosos, en semicírculo en sus sillas más cómodas, con sus bebidas refrescantes y sus botanas que a veces comerciantes ambulantes les ofrecían al pasar, tales como semillas o pepitas y cacahuates tatemados, garbanza fresca.
Algunos acudían a los tres o cuatro cafés que había en el centro a emprender largas pláticas sobre política, economía o eventos sociales, o en fin, tratando de “componer el mundo”.
Pero un gran segmento de la población, eminentemente de obreros dedicados a la industria zapatera o a la curtidora, tenían sus rutinas o su “calendario semanal”.
En lo particular conocía la de los zapatos, porque familiares se dedicaban a esa actividad en diferentes oficios o partes del proceso productivo ya especializados, en el pespunte, el cortado, acabado o el cosido.
Ellos decían en son de ironía que el lunes era santo y por eso lo llamaban “San Lunes”, trabajaban medio día o a veces ni eso, porque algunos faltaban a la chamba para acudir a la función de cine llamada “Matineé” con dos películas desde las 10 de la mañana y pues salían a las 2 de la tarde.
O había una liga de futbol local llamada Interclubes o de los Barrios que jugaban los lunes por la tarde, era un clásico del futbol llanero entre equipos de zapateros y curtidores.
El martes era día por la tarde de ir al Templo de San Juan Bosco hasta el cerrito arriba de Piletas o la Colonia Españita, para aquellos cuyos rumbos eran por las colonias Obrera, Industrial o Bellavista y allá iban caminando a observar la obra de construcción y devoción que impulsaba el Cura de apellido Becerra.
El miércoles, jueves y viernes ya laboraban completo para tener derecho a pedir “Chivo”, una especie de adelanto del salario que percibirían el sábado siguiente “día de raya”; quienes cobraban por las “tareas” que terminaban, a veces pedían que el sábado al cobrar les incluyeran las “tareas” que aún no acababan para obtener un poco más de ingreso, con la promesa o compromiso de que a más tardar el lunes lo concluirían y a ese pendiente inconcluso le llamaban “Borrego”.
Por eso algunos a quienes otros trataban de que “hicieran San Lunes”, o sea que faltaran al trabajo, respondían negativamente precisamente porque “tenían Borrego” que entregar. Y así transcurría la semana.
En fin, había tanto ocio que se reflejaba en los cines de la ciudad, donde se exhibían por lo regular dos películas, y una se repetía ya tarde, para salir pasadas las 10 de la noche; pero en algunos, por la competencia, se llegaban a exhibir hasta ¡tres películas!, sí leyeron bien amables lectores, tres filmes a partir de las 15 horas de programación inicial.
Recuerdo los cines Hernán (que después se convirtió en el Plaza), Coliseo, Vera, Isabel, León y después el Américas y el Reforma, algunos otros anteriores ya no me tocó conocerlos y otros posteriores o nuevos claro que sí los conocí.
También en el Cine León, los sábados había programación de Matineé con dos películas a partir de las 10 de la mañana. Así que imaginen cine todo el día sábado, domingo y lunes.
Desconozco quién y cómo seleccionaban en cada cine las películas para atraer a los espectadores. Cómo las programaban por temas o por artistas, por extranjeras o nacionales.
A mi primo Ramón González, quien laboraba en el Cine Hernán, y a su compañero de trabajo, Don Goyito, que entrenaba jugadores de basquetbol del equipo del Sindicato (STIC), les preguntaba y por darme “el avionazo” me contestaban que venían desde México las programaciones.
Pero eso sí, me permitían ingresar “gratis” a esa sala a cualquier función, siempre y cuando estuvieran ellos trabajando, o sea, menos en su día de descanso, así que disfruté mucho tiempo digamos que de esa “franquicia”.
Ya para terminar, comparto a ustedes una cartelera que nunca he olvidado por su ingenio de programación, (de allí mi pregunta ¿quién hacía las programaciones?) pues eran tres películas en esa función cuyos títulos eran de una sola palabra y con un actorazo: Burt Lancaster. Los títulos eran “Veracruz”, “Apache” y “Trapecio”.
Platicando sobre este tema, hace días varios amigos me comentaban que para evitar el ausentismo en el trabajo de las fábricas y talleres, desde el gobierno municipal se desautorizaron las Matineés y se redujo la programación de los cines, posiblemente durante la etapa de la Junta de Administración Civil en el Municipio de Don Roberto Plascencia Saldaña, y hubo quienes aseguraban que había sido durante la administración de don Rodolfo Padilla Padilla.
Desconozco si sea verdad, porque en ese tiempo ya no radicaba aquí sino en la Ciudad de México, si los amables Lectores pueden corroborar esa información, háganmela saber.