La semana antepasada que estuve tres días en la Ciudad de México, desahogando varios compromisos, tuve la fortuna de recibir el obsequio de un libro inédito, peculiar y sui generis, debidamente dedicado por mi amigo “Chacho” Medina, su autor.
Seguramente para los amables lectores leoneses, con alguna excepción se preguntarán ¿Quién es este personaje? ¿Y por qué motivo referirme en esta entrega a él? Las respuestas se encuentran precisamente en esta obra, la cual después de leerla tiene una mezcla si bien primordialmente de contenido autobiográfico, algunos de los capítulos nos otorgan de forma independiente diversas experiencias y enseñanzas muy propias y positivas para la formación de los jóvenes y quizás no tan jóvenes que lo lean.
Tres actividades principales son las que podrían determinar la vida y el legado de Manuel “Chacho” Medina, como lo son la arquitectura, como su profesión y formación académica en la UNAM, su práctica y estrecha vinculación con el automovilismo, así como con la cultura.
En este texto con 240 páginas impreso por el Grupo Editorial Patria, S.A. de C.V., apenas el año pasado se encuentra explicada de una forma amena, sencilla, como a modo de plática entre amigos, así como también aderezado profusamente con fotografías relacionadas con los temas que se van abordando a lo largo de sus 27 capítulos, en donde nos hace referencia el autor a su origen y a qué se debe su apodo conocido como “Chacho” que casi ha sustituido a su nombre original que es Manuel.
Pero de ese cúmulo de vivencias y podría decir, casi intimidades, que nos relata, para los efectos de connotación pública, me permito rescatar dos temas que dan una idea de la trascendencia de los trabajos arquitectónicos de nuestro amigo Medina Ortiz.
El inicio del Centro Cultural Universitario de la UNAM lo fue la construcción magnificente de la Sala Nezahualcoyotl, para posteriormente complementar todo el polígono con museos, teatros salas para cine de arte, biblioteca y hemerotecas nacionales, así como otros servicios, tales como una zona para esculturas monumentales, al cual se le conoce ahora como espacio escultórico con obras de seis artistas plásticos de la talla de Manuel Felguerez, Matías Goeritz y Sebastián.
El arquitecto Medina Ortiz participó en la preparación y presentación de estos anteproyectos pero en el que directamente intervino fue precisamente en la obra inicial referida, Sala de conciertos para dos mil 460 espectadores, en conjunción con los arquitectos Arcadio Artis Espriú y Arturo Treviño Arizmendi.
Los retos cruciales para esta obra eran la conformación perfecta para una acústica e isóptica (una forma de obtener la máxima visibilidad para todos los espectadores), de lo cual se encargó el arquitecto “Chacho” Medina, consultando para ello a los músicos universitarios como el Maestro Luis Herrera de La Fuente y al Maestro en Arquitectura Eduardo Saad para la acústica y al norteamericano Christopher Jaffe, lo mejor en esos años de 1975-1976.
Algo que llamó mucho mi atención fue lo que describe este artista de la arquitectura como son dos detalles sorprendentes para su época en la Sala de Conciertos, uno, el respaldo de madera de cada butaca sobresale 18 cms sobre los hombros para que el rebote de las ondas sonoras lleguen hacia la parte posterior de la oreja del espectador.
Y dos, en el escenario al frente se notan unas rejillas que conforma una gran caja acústica o de resonancia que dependiendo del tipo de música o grupo que se presente, por debajo de esas rejillas se implementó un espejo de agua con flexibilidad para llenarlo o vaciarlo, por ejemplo para que la música de cámara tuviera más vivacidad, y cuando hubiese música electrónica vaciar el depósito de agua y correr cortinas de fieltro que apagaran el sonido. ¡Estamos hablando de hace 43 años!
Esta obra obtuvo medalla de plata en la Quinta Bienal de Arquitectura de Sofía, Bulgaria y fue motivo de publicaciones y reportajes en revistas tanto estadounidenses como en la Holandesa BOW, especializada en arquitectura de vanguardia e innovadora.
Su inauguración a cargo del Rector Guillermo Soberón y los miembros de la Junta de Gobierno de la Universidad fue todo un acontecimiento que convocó a los más ilustres representantes de la cultura nacional.
Una obra destacada, modelo de arquitectura residencial, antes de la obra cultural relatada en el párrafo anterior, fue la famosísima residencia conocida como la “Casa Longoria”, construida en un terreno de trece mil metros cuadrados en Bosques de las Lomas, por encargo del magnate oriundo de Nuevo Laredo Tamps., don Octaviano Longoria, fundador de la cadena bancaria que llevaba su nombre y al cual le gustaba de cariño le llamaran Chito Longoria.
Al terminar de construir aquella mansión (y aquí se escandalizaban con la casa de la Gaviota de mil metros, nada qué ver con aquella joya y obra de arte), fue un ícono en la Ciudad de México.
Me agotaría el espacio reducido para esta columna, describiendo la belleza, distribución y contenido de esta verdadera mansión, obra del arquitecto Manuel “Chacho” Medina y de su socio Héctor Alonso Rebaque, pareja inolvidable en el automovilismo mexicano; a grado tal que el Sha de Irán Mohammad Reza Pahlavi vino a conocerla y pretendió comprarla, pero su oferta fue rechazada por la señora de Longoria.
No obstante la belleza de aquel recinto caprichoso y al gusto de Jeanette Jaffe de Longoria, propietaria también del North Star Mall en San Antonio, Tx., años después fue vendida a una persona muy ambiciosa y con una visión netamente comercial, quien la destruyó para fraccionar el terreno en 13 lotes de mil metros, rescatando solamente como símbolo de aquel derroche la tina de baño en forma de concha, emulando a la Venus de Botticelli, tallada en mármol de carrara de una sola pieza, así como dos leones de tamaño original también de mármol blanco de carrara que se encontraban flanqueando la puerta de entrada.
Así terminan a veces las posesiones materiales a las que nos aferramos.
Un saludo y felicitación a mi amigo “Chacho” Medina por brindarnos de forma generosa y sincera gran parte de su vida y trayectoria como profesionista y fiel a su afición por el automovilismo.