Los deseos se fundan en la necesidad de procurar bienestar, de dar algo más; los buenos deseos riman y rebotan como música alegre, se desplazan con pasos de baile y meneo de cintura; gritan dulce de leche; silban con carros de camote; se visten de esquites y se comen con tostadas. Más hay deseos que son diferentes cuando no son épocas de felicidad, sonrisa y carcajada; son anhelos  llenos de observancia, de otro tipo de deseos, los regalos y los moños no tienen cabida.

Estas líneas las escribo escuchando mi instinto, sin dejar de reconocer y felicitar los esfuerzos de  grupos en pintar de arcoíris nuestra ciudad, resaltando lo bueno y cacareando las maravillas -que, aunque ciertas- desafortunadamente no tienen el peso de equilibrio para defender que en mi ciudad hay una vida saludable y apetecible para vivir o visitar.

Relato lo que es un día cualquiera,  en avenida Irrigación a eso de las diez de la mañana un automóvil detiene la circulación hecho pedazos, impactado por armas de alto poder y un cuerpo de lo que sería una persona cubierto por una manta; las pláticas de robos y asaltos son frecuentes, el silencio reina, las calles están solas, las noches huelen a murmullos, las sombras aterran, la desconfianza y la velocidad por encerrarte son prioridad. Los problemas que llenaban mis páginas era promover que no dejáramos basura en las calles, perder malas rutinas como ir tirando lo que se comía, aventando por las ventanillas pañuelos, pañales o cuánta cosa estorbara; paredes pintarrajeadas de absurdos rayotes que nada tenían que ver con el arte que ahora se imprime  en varios lugares; me acordé que los enojos residían por el volumen de los estéreos que los vecinos manejaban, buscar que los chavos no bebieran en la calle, quejarte de los cohetes y los campanazos para que no tronaran los tímpanos de los animalitos. Llegar temprano a Abastos, mirar aquella algarabía de colores, reclamar los profundos agujeros en sus calles y los malos olores que despedía la fruta y la verdura en descomposición. Pasearte en la Alameda a eso de las diez de la noche, dejar que el silencio te abrazara con sus añosos árboles, amorcillado en el aquí no hay nada que hacer. Quedarte a las más, esperar el amanecer con los amigos, cantando o descomponiendo mundo, salir del baile rematar en los taquitos titiritando de frío. Ir a la feria, subirme a la rueda desde lo alto mirar las torres de Catedral. Sorprenderme por esa maravillosa planicie que llena de calor mis ojos con los bellísimos atardeceres. Regocijarme al mirar tanto edificio, construcción, hoteles, inauguraciones, la prosperidad por fin se abre llegando a muchos; pelear porque los trabajos fueran primero y para los celayenses, reclamarle airosa a los fuereños: los malos sueldos no se toleran; buscar estrategias para que las personas se queden a trabajar en las empresas, volvernos atractivos&

Hoy mi ciudad está sola, tengo miedo, es Navidad, hace frío; no hay ponche ni mantas que borren estas lágrimas, no sé ni cómo desearles prosperidad;  rezo y desgasto la plegaria para que todos estén en bien.

Cuídense, parece que no hay manera, la solución es lejana; no dejes solo al que veas y sepas víctima, observa, protege a los tuyos y recuerda que seguiré rezando porque nos encontremos en el 2020 en bien para el bien, mis letras te abracen y encontremos la paz que todos anhelamos.

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