Hace casi 60 años, recuerdo aquí en nuestra ciudad, el gran cúmulo de revistas, comics, historietas, englobadas en la palabra “cuentos”, así las llamábamos en general, que llegaban a los distribuidores en el centro de la ciudad; había algunos puntos que visitaba con mi padre, por la calle 5 de Mayo, por la calle Pino Suárez, y por la Callejuela Padilla, pero el que no podía faltar era el de los Portales, no sé si ya se denominaba “Nanos” o ese nombre fue posterior.
El sábado o el domingo, me llevaba y me daba el gusto de comprarme algún cuento que escogiera; los primeros, fueron los de Walt Disney, El Pato Donald con todos sus personajes complementarios; luego otros, como Bugs Bunny “El conejo de la suerte”, “El Pájaro Loco”, o sea de caricaturas.
Pero a medida que crecía con mis otros ocho hermanos, iba seleccionando otros de mejor contenido cultural y educativo, como aquellos de “Clásicos Ilustrados”, donde nos adentrábamos a la literatura universal de los clásicos, como “El Conde de Montecristo”, “La Isla del Tesoro”, “Los Tres Mosqueteros”, “Ivanhoe”, “Las Aventuras de Tom Sawyer”, “La Guerra de los Mundos”, “David Copperfield”, “Los Miserables”, “El Jorobado de Nuestra Señora de París”; y muchos más de obras de Julio Verne, Salgari, H.G. Wells, Shakespeare, Dickens, Walter Scott, hasta de Homero.
Luego también llegaban a la casa, no sé si por mi padre o por mis hermanos mayores, unos cuentos denominados “Vidas Ejemplares”, que eran biografías de santos católicos ilustradas, y que al principio las leíamos con mi madre en grupo; así estábamos al tanto de los milagros más importantes de diversos santos cada cual con sus dones.
Había también unos que me gustaban mucho llamados “Joyas de la Mitología” pues transportaban mi imaginación hacia otras culturas y lugares; había de la griega como “Pegaso”, “La Tela de Penélope”, “Edipo Rey”, “La Gorgona o Medusa”, “Hércules”, “El Minotauro”, “Ulises”. Así de la romana, como “Las aventuras de Eneas”, “El Ocaso de los Dioses”, “Los caprichos de Juno”, “Mercurio”.
Pero no se omitía a la germana y a la nórdica, con “El Tesoro de los Nibelungos”, “Sigfrido y el Dragón”, “El fin de la Valquiria”, creo hasta había de la cultura y mitología Azteca, así como de la Inca, como “Las Doncellas del Maíz” y “Los dioses Viracocha y Pachamama”.
Ya otras publicaciones más comunes y no digamos tan especiales o temáticas como las anteriores, eran las de la Pequeña Lulú, Tobi, Periquita; y no se diga las de Superman y sus otros héroes complementarios como Batman, Aquamán, Mujer Maravilla, Linterna Verde y Flash; o las de vaqueros como el Llanero Solitario, Gene Autrey, y Red Ryder; La Familia Burrón, muy propia de la capital de la República y poco leída por acá.
Luego vinieron otros temas ya muy de origen local, pero exitosos, al menos para la escritora Yolanda Vargas Dulché, mujer creativa que vio su primer éxito con ” Memín Pinguín”, el negrito aventurero; luego vinieron sus series también semanales como Yesenia, Rarotonga, Rubí y muchas mas que luego fueron llevadas a la TV; otros cuentos locales fueron los de Chanoc, Alma Grande y Kaliman; y ya a fines de los 60 los famosos personajes de Rius, en Los Supermachos y después Los Agachados.
Si bien el costo de estas publicaciones era muy bajo, al principio como de 25 a 50 centavos y después desde un peso a 1.50 pesos, para un padre de familia era difícil adquirirlas, pues se mermaba el ingreso semanal, por ello solamente y de manera ocasional se compraban dos o tres; era difícil comprar en las colonias de menos recursos económicos o núcleos de pobreza.
Pero allí es donde surge el ingenio mexicano, ese tan característico de nosotros y ya identificado en el orbe por otros países; no sé dónde surgiría la idea, pero empezaron a instalarse en algunos localitos, en los pórticos de las casas, al lado de algunas tiendas de abarrotes, de parques, de jardines, o en áreas de comercio o tianguis, “negocios” de alquiler de cuentos, con sus sillas, banquitos o asientos improvisados; verdaderas áreas de lectura con grupos de consumidores que pagaban 5 ó 10 centavos por cada alquiler dependiendo de la antigüedad de la publicación; y claro los de estreno semanal en 15 centavos.
Los había en el Coecillo, en el Barrio Arriba, en San Miguel, en San Juan de Dios, en Bellavista, en la Obrera e Industrial, en la naciente Michoacán; creo hasta en el mercado “La Soledad” en el Centro de la ciudad.
Pero no identifico otro negocito de estos mejor organizado, como el que instalaron una pareja de homosexuales muy educados y de trato refinado y muy serios, respetuosos, allá por el rumbo del mercadito callejero del Espíritu Santo, en dos casetas por la calle Silao, casi llegando a la salida de San Juan; el vulgo los identificaba como las casetas de “los jotos”.
Tenían cuentos de alquiler de 5, de 10 y de 15 centavos; los de estreno semanal llegaban empaquetaditos y ya había clientes esperándolos, cada renta se anotaba en un libro con el nombre del cuento o revista y así sucesivamente; los colgaban en los hilos en las tres paredes de la primera caseta y los iban clasificando, hasta ofrecerlos en venta, los mas viejos y muy usados en dos cestas a un lado.
La otra caseta era digamos la “sala de lectura”, donde había dos entradas y como 10 o más banquitos o asientos y ofrecían vasos de aguas frescas de sabores, después agregaron canela y café, para los tempraneros; se complementaba con venta de dulces, chicles y frituras.
Y para vigilar que no se robaran los impresos, tenían a dos muchachos muy fornidos, uno en cada puerta, a quienes se entregaban los cuentos antes de salir y ellos los devolvían a la caseta aledaña.
Todo un negocio bien organizado y a diferencia de otros, allí se actualizaban semana a semana, con publicaciones “nuevecitas”, como decíamos entonces, pues en otras partes era notorio que se trataba de publicaciones ya viejas y acumuladas de tiempo atrás.
Eran exitosos esta pareja de comerciantes, siempre tenían clientela, hasta esperando lugar y el horario de 9 am a 18 o 19 horas dependiendo de la luz del día.
Al final, comentaban en el vecindario que ya con las ganancias hasta habían logrado comprar una casa allí cerca a un empresario zapatero, que andaba mal de finanzas debido a su alcoholismo. Así es la vida: unos suben y otros bajan.
¡Feliz Navidad y Año Nuevo a los amables lectores!