Vicente Leñero en su obra “El Evangelio de Lucas Gavilán”, crea un personaje para hacer una interpretación latinoamericana de la encarnación de Jesucristo. 

Con su habilidad literaria y sólida formación teológica, Leñero recrea el contexto de pobreza e injusticia de nuestras sociedades, de la mano de este hombre común de nuestro tiempo.

No me refiero al Mesías López Obrador comparado él mismo con Jesús por considerar que su gobierno es el reino esperado. No. Me refiero a un personaje creado por Leñero y en realidad creado como Jesucristo Gómez. Pudo haber sido Pérez, Hernández, López, Sánchez, los apellidos comunes de los mexicanos. 

Leñero, el fundador con Sherer y Maza de la revista Proceso, en este Evangelio “aterrizado”, concibe a Belén como la realidad latinoamericana. 

Es el mundo de las mayorías pobres, de países saqueados desde la colonia; de sociedades de grandes contrastes con concentración de la riqueza en pocas manos; de grupos discriminados por el color de la piel; de angustias por el desempleo; de enfermedades e inseguridad laboral; de horas de traslado en camiones y orugas; de viviendas alquiladas; de vivir al día y no tener un peso en la bolsa.

Leñero describe en su prosa el rostro de los 60 millones de mexicanos pobres: empleadas domésticas; jornaleros; indígenas; obreros sin escolaridad ni capacitación; niños y jóvenes que desertan de las escuelas públicas; de quienes, en fin, no tienen el futuro asegurado y son llamados frívolamente “nacos”,”prietos” (ahora “chairos”) por nuestros juniors fifís (mirreyes).

Para Leñero, Belén son los suburbios colmados de gente. Su historia se da desde la óptica de una joven pareja que siente a diario la crudeza de sobrevivir, y que encuentran en el nacimiento de su hijo Jesucristo (Gómez), una boca más que alimentar, pero también una promesa. 

Desde esta realidad descrita con maestría, es donde Leñero crea sin adornos teóricos, mejor que un teólogo y con la sencillez de un guionista, a un personaje que termina siendo admirado por el lector. 

Jesucristo Gómez es un joven sencillo y vestido de mezclilla que nace en la barriada de una 
ciudad latinoamericana descrita con todos sus problemas sociales. Obrero, de raza de bronce y formado en Nazareth, perfil de la miseria real, el personaje trae al lector el drama de las limitaciones de quienes menos tienen. 

Con padres obreros y rodeado de una banda alivianada de amigos, Jesucristo es un chavo comprometido con los suyos y que toma las mejores causas. 

Crítico del sistema neo liberal que privilegia a pocos y empobrece a las mayorías, Jesucristo Gómez descubre paulatinamente esta vocación en el contacto con su gente.

Alejado del poder y del dinero, Jesucristo Gómez es un joven mexicano que disfruta el rock y el futbol, que busca y fracasa, que lucha por sobrevivir y encontrar oportunidades. 
Su madre es una sencilla mujer morena a través de quien Jesucristo aprende a querer a la gente y de su padre, a tener el gusto por el trabajo. 

Leñero recrea episodios claves del Evangelio en una hermenéutica maestra, con un enfoque social tremendo que pocos tienen, reconociendo en los personajes bíblicos a personas de carne y hueso como los que tratamos día a día: el buena onda, el gandalla, el alivianado, el rico, el político, en fin, los roles reales que todos jugamos. 

Una de las escenas más fuertes es la que tiene con el joven rico, donde Jesucristo Gómez después de echarse una “cascarita” con unos niños, invita a un comprometido empresario a seguirle.

Para los cristianos, quizá el misterio de la encarnación de Jesucristo es el más difícil de 

entender, y el más retador ejemplo a seguir, pues la muerte es consecuencia de la vida.
Pero ¿por qué nacer pobre? Es cierto que otras religiones tienen en la figura de sus profetas el paradigma de su religión. De su estilo de vida y testimonio se desprende el ejemplo. Pero el cristianismo predica a un hombre nacido pobre y muerto crucificado.

¿Cuál es la fuerza de un nacimiento pobre entre los pobres? Por el mercado de los lectores 
de nuestro periódico (clase media y alta), es poco probable que un lector haya tenido una experiencia de vida entre los pobres; no la experiencia de visitarlos para sentirnos bien y aliviar cargos de conciencia; no de enviarles dulces y cobijas; no de llevarles juguetes y organizarles posadas esporádicamente; no de visitarles para impartirles catecismo. 

No me refiero a la actitud en la que muchos fuimos formados, de la buena caridad cristiana. No. Me refiero a encarnarse con ellos. A vivir voluntariamente años con ellos, a nacer con ellos.

Es cierto que Jesucristo está en el corazón de todos, ricos y pobres. Pero solo se le reconoce nítidamente en el rostro del pobre; este es el misterio de la encarnación. No hay más. No entenderlo así, se debería a nuestros prejuicios de clase. 

Allí y solo allí, donde todo hace falta; donde el frío es la cobija; donde se debe invadir la tierra para tener algo propio; donde se aprende a poner diablitos para tener un foco; desde la esquina, donde nos mira tras el cristal de nuestros vehículos de lujo.

Al final del libro, Jesucristo Gómez muere por una causa, como consecuencia de sus actos y es asesinado por gatilleros. Enfrentado al poder religioso y político, pues resulta incómodo para el status. 

Muere alejado del poder y querido -pero al mismo tiempo traicionado- por los suyos. La fuerza subversiva del Evangelio está de origen en entender el nacimiento de Jesús. 

La mentalidad conservadora de nuestro catolicismo se sacudiría al contacto con la realidad de los pobres. 

Al igual que en su tiempo, el nacimiento de Jesús pobre, no es solamente el fundamente de nuestro catolicismo, sino el referente más radical de nuestra conversión…

*Director de la Universidad Meridiano, AC
 

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