Si en algunos políticos incubados en la antidemocracia o el totalitarismo, encubierto o disfrazado,existe mínimamente eso que se conoce como pudor, dignidad o vergüenza, debieran no acudir a las ceremonias del Dos de Enero.

Tampoco resulta fecha para que se manifiesten quienes de la democracia o con ella hacen el más vil de los negocios, “maiceando” a los ciudadanos para manipularlos.

Menos hay sitio, en la rememoración del Dos de Enero, para cuantos de la administración pública hicieron y hacen un comercio que los enriquece.

¿De quiénes, entonces, es la fecha epónima?

Rememoremos y entendamos.

Fue una jornada grandiosa del civismo que maduró por años y años hasta crear la conciencia de que la Democracia es el poder del pueblo, por el pueblo y en beneficio del pueblo.

Desde lejos venían las cadenas para atar  y manipular las voluntades cívicas y humillar la conciencia patriótica.

El partido oficial, primero Nacional Revolucionario y luego de la Revolución Mexicana, constituyó instrumento para hacer de las elecciones una farsa.

En cada evento nacional, regional o municipal siempre ganaban los oficialistas. Por la mala o a la legalona.

Los primeros en adueñarse de las casillas, en cada elección eran las gentes del gobierno o sus serviles, que disfrutaban migajas del poder.

Todo el tinglado les pertenecía, los materiales, las cuentas a su modo y las denominadas juntas computadoras que nunca le fallaban al poderoso caballero, ahora sumado poder y dinero.

Un grupo de leoneses, como se aproximaba la renovación de autoridades municipales, se reunió informalmente primero, para ir deliberando, sin excesiva formalidad, en cómo actuar ante la acción perversa de los que a nombre de la Revolución, se repartían  el País a tajadas.

Casi sin querer constituyeron una denominada Unión Cívica Leonesa.

No tuvo dicha agrupación la forma propiamente legal de un partido, pese a lo cual logró dos méritos iniciales:

Uno, despertar las conciencia en el pueblo-pueblo.

Dos, poner a temblar al Gobernador de entonces, de nombre Ernesto Hidalgo, que percibió la clarinada como amenaza para sus decisiones.

Prontamente, el “dueño” del Estado lanzó candidato que perfilaba una imposición más, tan ordinaria, creyó el pueblerino cacique, como todas las que León y los demás municipios habían, por años, tolerado.

Pero ocurrió que los leoneses tenías anhelos de libertad, querían arrojar lejos las cadenas imposicionistas, pensaban muchos como cantaría el poeta sinarquista José Trinidad Cervantes frente al tirano: “Puedes pegar, golpear, azotar,matar; pero me vas a escuchar, en las urnas y a todos los vientos”.

La inquietud se mecía en las calles, ranchos, barrios y colonias. El caldero iba en ebullición.

¿Qué lo alimentaba?.

Para los necios y el oficialismo rastrero, era una incógnita, muy difícil de descifrar.

En esa oposición naciente no había dinero, ni dádivas de ninguna índole. Los promotores de la Unión Cívica salvo una modesta publicación, carecían de todo.

Bueno, dicho sea para honrar la historia y la verdad, no tenían dinero; pero su principal razón, que era lucha por la democracia, resultaba el aliento que cruzaba los aires leoneses y contagiaba a cuentos bajo el signo de una lucha cívica lograrían romper las cadenas del imposicionismo.

El día del evento comicial, el oficialismo se vio copado, superado en todos los sentidos por la conciencia y voluntad libertaria.

Se pretendió hacer los cómputos a la legalona; pero no se pudo. Las boletas abrumadoramente demostraban que el partido del gobierno había sido derrotado. La prueba del triunfo cívico y político, estaba allí, en las cifras que la bribonería oficial no sería capaz de retorcer ni alterar, menos manipular. Era la decisión de los ya cansados, hombres y mujeres resueltos al rescate del supremo valor democrático.

Ante la verdad se encrespó la maldad.

El cacique mayor, esto es el Gobernador Hidalgo, impuso a los suyos; pero la gente se alzó.

Un pueblo unido, sin distingo  de clases, salió a las calles a protestar.Llevaban un ataúd simbólico, al que se metió un atrevido apodado El Bofo.

Todos clamando respeto al sufragio y rindiéndole tributo a la libertad a efecto de que fueran arrojadas al pasado las cadenas del totalitarismo. 

Se cimbraron  las céntricas calles de un pueblo con alma de gigante, en manifestación de civismo pleno.

Ese despertar inesperado por los tiranos, alimentó el  terror en el gobierno Central y Estatal.

Se ordenó para tratar de aplastar la dignidad cívica, la ejecución de uno de los más grandes y condenables crímenes contra el pueblo inerte.

Desde las alturas del Palacio Municipal se ametralló a la multitud.

Respeto humano ¿por qué y para quiénes?. Se trataba, peor que en cualquier guerra, de demostrar la supremacía de la fuerza.

Luego la soldadesca bajó para rematar heridos y asesinar a quienes se cruzaban en su camino.

Fueron levantados muertos y heridos en gran número que saturó el Hospital Regional. Murió un ambulante de la Cruz Roja, a cuya institución para nada se respetó.

El voto de sangre  fue más grande que la estulticia de los bárbaros que seguramente desde su poltrona, Federal y Estatal, recibían el parte de que la imposición y la tiranía se habían cubierto de “gloria” aunque con manto sanguinolento.

Los mártires,hombres, mujeres y niños, sobre sus vidas, principalmente ellos, izaron la bandera de la democracia.

El candidato oficial cayó.

Fue defenestrado o sea lanzado fuera del poder estatal, el cacique Hidalgo.

Y Manuel Ávila Camacho, Presidente de la República en turno, ordenó no que se reformara el sistema político sino que el órgano electoral del Gobierno simplemente cambiara de nombre; ahora se denominaría: Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Esta es parte de la historia de un pueblo que votó con sus vidas y su sangre, por la democracia que todavía ahora hay quienes envilecen y manipulan.

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