Para que te comprendan necesitas comprender; para que te quieran debes querer”, Lógica elemental
Nos encontramos en el vértigo de una nueva realidad de la que no podemos escapar, aunque queramos. A la velocidad de la luz, 300 mil kilómetros por segundo, sabemos lo que ocurre en cualquier parte de la tierra. Tal fenómeno pareciera que fomenta un nuevo tipo de solidaridad.
Sacuden nuestra conciencia las catástrofes, sea terremoto, tsunami o incendio que destruye media amazona brasileña o el cambio climático que deshiela rápida e irremisiblemente el Polo Norte, lo que se cierne como amenaza para la humanidad entera.
Esos fenómenos ¿nos han convertido en una especie unida?
Creo francamente que no, porque en la misma medida del progreso comunicacional, ha crecido cierto individualismo fincado en “lo mío es mío y quiero más”.
No hablemos de una comunidad entera o nacional sino del núcleo familiar.
Padres, hijos, abuelos habitan en el mismo techo y las más de las veces cada uno crea su ambiente; come cuando puede o quiere, tiene el telesivor en su cuarto o del lado preferido de la cama, lo apaga cuando le da la gana; duerme las horas que se le antoja.
Cuando le llaman a la convivencia va de mala gana, porque siente que no tiene ataduras con nadie; “ya se ha liberado”. Es individual.
El diálogo en familia en muchos casos se esfumó y no por culpa de la ineficiencia en las charlas de sobremesa, no; sino porque dicen algunos “no coincidimos en el tiempo”; papá y mamá trabajan, los retoños estudian y ya creciditos, se van con los amigos.
Si en esta nueva dinámica, social y familiar, nos hacemos la pregunta: ¿Cómo nos irá en el 2020?, vamos a tener una respuesta ambigua, como si el presente y futuro no dependieran, en gran medida, de nosotros.
Sí, no podemos hacer solos cuanto queramos, porque somos personas sociales.
He aquí una clave: el primer núcleo es la familia. Hay, hoy más que nunca, urgencia de reconstruirla o si se quiere entender de otra manera diremos que conviene fortalecerla.
Nosotros, ustedes y yo, somos dueños de nuestros destinos; no es el inquilino de Palacio Nacional, ni un consejero social o gobernante local, quien ha de trazar el sendero por donde hemos de ir.
Ahora si que la familia unida no será vencida y menos aniquilada, ni por el tiempo o los avatares de la modernidad.
Reconstruyamos lo coloquial. Démonos un espacio para estar en charla familiar. Que, aplacados por un momento los aparatos modernos, incluidos celulares, fluyan los pensamientos, inquietudes, propósitos.
Escuchemos a los niños, lo que piensan de su realidad, cómo nos dimensionan o ven, qué proponen para que rectifiquemos la añeja conducta plagada de errores o vicios.
Abramos, aunque sea por momentos, el diálogo sobre la mesa familiar, con los muchachos y muchachas. No tengamos miedo a sus verdades o reproche y menos a las aspiraciones que les nacen de su querer y saber.
Reflexionemos en el absurdo que caemos, los mayores, cuando tenemos horas, en ocasiones tardes enteras y apoco hasta medias noches, para reir con los amigos, platicar tal vez hasta de cuestiones insulsas, vanas, irrelevantes; pero, decimos, a la hora que la familia requiere plantear algo: “luego lo vemos”. Y esa frase en ocasiones significa que… nunca.
No hay tiempo para reir, cantar; jugar serpientes y escaleras, ajedrez, damas chinas, dominó; recitar, contar cuentos o moralejas en familia; pero hay horas para el billar o cubilete con los cuates. ¡He allí el absurdo descomunal y destructor!
Reflexionemos en esa realidad.
Los mayores, por los años, creemos saberlo todo, entenderlo todo y hasta resolverlo todo. Por ese absurdo nos negamos a escuchar el hombre a la mujer y ella a él. Y los dos, en no pocas veces ponen una barrera frente a los hijos púberes, que urgen todo tipo de consejos.
Es, creo francamente, la hora, el momento urgente, de reconstruir la familia. Los hijos no necesitan únicamente dinero sino más que nada ser escuchados y recibir calor humano.
Le dijo una psicóloga a cierto padre de un muchachito: “Juegue con él, chuten la pelota; hágase como niño para que lo entienda”.
En no pocas ocasiones cuestión que no entendemos los adultos y peor si somos ya mayores, no se la consultamos a una muchachita, para no aparecer ignorantes o inferiores. ¡Qué absurdo!
Más lo grave está en que ese tipo de silencios no únicamente nos llevan a cometer errores, sino a irnos por rumbo vacío.
¿Qué color va a pintar el 2020?
El pincel, la paleta o brochita, la tenemos nosotros; no hay poder más grande que la suma de conciencia y voluntad. La educación y la acción son progreso.
Despejemos el horizonte, pero no solos, aislados, enervados con el creernos sabios por pura intuición; vivamos en la unidad de la familia. En ella está la grandeza de la vida y la fortaleza social.
Sí, hay en la historia de nuestros antepasados y de la patria paradigmas, ejemplos; dignifiquémolos con emulación, sigámolos; pero sin olvidar que nosotros, con los nuestros, la familia, estamos obligados a forjar un mundo de libertad y grandeza.
El gigantismo está en la voluntad, el querer y el hacer de cada ser humano, no en el reformismo de quienes pretenden manipular, para su efímera grandeza, nuestras conciencias.