Hace días recibí en mi teléfono un mensaje que hablaba de las medidas precautorias que se deben de tomar en caso de asalto o balacera; al son de un dos tres por mí y todos mis compañeros, algunas personas se proclamaron en la defensa del hay que hablar bien y de las cosas padres que hay en Celaya, no promovamos estos mensajes sentenciaron. Otros piadosos- sumaron rezar, pues los medios no cooperan en nada. Bola de alarmistas, exagerados, amarillistas, vende patrias. Y, ¿qué creen? No estoy de acuerdo.

Claro, que hay cosas muy bonitas y buenas en Celaya, para empezar esa valentía con la que muchos nos levantamos para ir a nuestros trabajos todos los días, salimos de compras, vamos al mandado, se tocan puertas con buenos productos para vender; los tantos que exponen a los niños para llevarlos a sus escuelas. Los médicos que siguen atendiendo emergencias por las noches; los empresarios que siguen pagando impuestos, trabajando e invirtiendo. Los obreros, empleadas, oficinistas quienes aprietan el miedo y lo sobreponen a la necesidad de proteger a los suyos con su honrada labor; los barrenderos quienes temprano limpian y desbrozan para alegrarnos el día. Decenas de bellos espectáculos se anuncian, promoviendo bien para que los celayenses sepan que el arte, las buenas obras, la comida, esa alegría que va de la mano con la prosperidad, es parte inmanente de nuestro diario vivir, por lo que no estamos resignados a ser carne de cañón. Los amigos se abrazan, las familias se unen, existe una preferencia de ayuda hacia aquel que ha sido tocado por la delincuencia, eso es solidaridad, la más bella muestra de cariño que hacia otro ser y para sí se puede tener.

No son malas ondas vibratorias que promuevan los medios, ni son anunciantes de delincuentes, tampoco hemos perdido la identidad o el profundo amor a este terruño o que los medios les aplaudan a los malhechores. Solo hay que dar las noticias, unos las darán con menos tintes y otros las colorearan, pero al final, noticia y hecho o suceso es. El estado es un polvorín -quizá igual o peor que otros, ni duda me cabe- las calles de mi ciudad están llenas de agujeros, no hay quien repare; la construcción del nuevo puente está en manos de la misma constructora que falló y tardos años en siglos. Muchas lámparas están sin luz, poco se ve la policía, mucho tránsito listo para morder en los mercados y en zonas públicas, en días pico y de venta. Todos los días sabemos de alguien víctima, muy pocos son los que se quedan en las cárceles y, los que permanecen, será que les falló el abogado con el pago de la fianza. Se evita salir, esquivando colonias, comunidades; los ojos están atentos. El miedo cobija el presente. Querido lector le cuento que, si rezo, pero no para que Dios me salve con su vara mágica, ni que como obra milagrosa venga a hacer lo que deberían hacer las autoridades -rechazando coludirse- o los padres de familia para poner en orden a sus chamacos sin valores o principios o los vecinos que no denuncian por miedo, pereza o vaya usté a saber que ideas o falta de ellas. Tampoco porque no me encuentre con estas personas que establecen su modo de vida haciendo daño, creando pavor. Rezo para que me abrace, dándome valor para continuar con todos los que amo y son mis compatriotas. Esto es una realidad, vestida de buena noticia.

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