Tenemos en México, clasificadas, 78 etnias, ubicadas a lo largo y ancho del territorio nacional. Una habla español; es la mayoritaria.

Desde hace siglos, perdidos en el ayer o si se puede decir el antier, se investiga a los aborígenes, de donde muchos de nosotros procedemos. Parte de esas raíces o grupos están en Guanajuato.

No vamos a presentar una exposición antropológica sino, simplemente a hacer notar que cuando hay ferias, principalmente en las grandes ciudades, llegan en oleadas personas de zonas deprimidas en donde el sustento y la economía son escasos. El progreso no se asoma ni por una ventila.

No acuden a la Feria, en este caso leonesa, ni a sumarse al desarrollo de la misma, menos a divertirse. Su precaries no da para tanto. Acuden a trabajar.

Primero alquilan cuartos de vecindad. Allí se hacinan madres con lactantes, ancianos y puede ocurrirles, como sucedió ahora, que por horario cerraron la hospedería y madre con cuatro pequeños durmieron en el jardín de San Francisco, del Coecillo, con la consecuencia que al no tener con qué cubrirse se enfermaron.

Alguien, con alma de escaso samaritanismo, me podrá decir que eso es muy normal, que se trata de la lucha por la vida.

Y también puede que tenga razón, para sí mismo, no en orden a la justicia y menos en atención a los dictados de la Madre Teresa de Calcuta, quien postuló que “hay que dar hasta que duela” el funcionario menor o mayor, municipal, estatal, que alce la voz para aclararme que el DIF (Desarrollo Integral para la Familia) no tiene compromiso con aquellos que no se ven.

En efecto, son esos hermanos nuestros seres perdidos en su desempeño, anónimos, que venden por la orillita del evento ferial, pero lejecitos, hasta donde los dejan llegar; dulces, chicles y chocolates.

Reúnen unos centavos, de donde recortan para comer. Hacen un guardadito para sostenerse a su retorno.

Si alguien pregunta de dónde proceden o en qué parte de Guanajuato habitan normalmente, le diremos que son de San Felipe, Tierra Blanca, Atarjea, Santa Catarina, hasta de Oaxaca, sin olvidar San Miguel de Allende, que con todo lo turístico y emblemático, cuenta con etnias olvidadas.

Tal vez al enterarse de esta realidad, algún ilustre estratega de la Feria crea o suponga que me encamino a reclamar que les den a esos visitantes gafete y entrada a vender algo. No, la Feria es negocio. Y punto.

Lo que podría sugerirse y si se quiere exigir es que una autoridad los vea y les otorgue mínima asistencia, siquiera como la que últimamente se da a los jornaleros a quienes muchos los criticaban, aborrecían, sin entender que los necesitamos para que cebollas, jitomate, melones y sandías no se pudran en el campo.

Lo de fondo está en desarrollar esas comunidades, en su lugar de origen; escolaridad y mínima tecnología. Cuando fue Secretario de Educación el maestro Agustín Yáñez, se creó el programa “Aprender Haciendo”. Eran rudimentos de oficios: herrería, fontanería, mínimos conocimientos de electricidad, carpintería y otros.

Ese programa no fracasó, lo guillotinaron los políticos que juegan en algunos casos, a las adivinanzas en la SEP. Se va a decir que es muy costoso desarrollar esos pueblos, porque carecen de infraestructura.

¿Y los japoneses que siembran o cultivan hasta en las azoteas y hoy en día con métodos hidropónicos levantan cosechas por toneladas en terrenos chicos?

Antonio “La Tota” Carbajal ha sido no solamente un gran futbolista, sino impulsor  social que atiende un centro de rehabilitación y a la vez granja para muchachos.

Los huertos familiares que den alimento a los que se les enseñe a aprovechar tierra y agua hasta la de uso común, les parecen a los expertos de mentiritas ilusionismo.

El Rey del Nopal, Erasto Aldret, ha dicho y demostrado que una penca, hasta tirada en el piso, al año da tunas. 

¿Eso lo sabe únicamente él?.

Pero además, por seguir con esta planta originaria de México, en Valtierrilla, Salamanca, los nopales son una industria que da de todo y para todo, desde tortillas hasta cremas o nutrientes.

Los japoneses se llevan para procesar, cientos de toneladas de nopales de Milpa Alta, Ciudad  de México. Utilizan hasta la fibra. ¿Por qué ellos sí y nosotros no?

Las titularidades de agricultura y recursos hidráulicos le dan asistencia al que tiene, que garantiza. ¿Y al que no? Ese que viva en la inopia y cuando haya ferias grandes o chicas, que acuda a “torear” inspectores o cuidarse para vender chicles y chocolates.

Ya es tiempo de que esos seres invisibles, que sí existen y con los que tenemos gran deuda histórica, aparezcan en los programas de Gobierno. Que veamos y entendamos su miseria y les comencemos a pagar cuánto les debemos, porque sobre sus hombros ha crecido la parte de México en desarrollo.

No todos somos indiferentes a esta realidad. Les cuento que en El Coecillo, un barrio emblemático en León, frente a la situación de esos nuestros hermanos, un grupo de personas se organizó. 

Reunió objetos, principalmente ropa en excelente estado, y a los que retornaron a su comunidad, les entregaron paquetes de todo. Para los niños y niñas carpetas con libretas, cartucheras con lápices, colores. El número de los pequeños fue de 46.

Eso nos demuestra que sí se puede ayudar a progresar para pagar la gran deuda histórica que tenemos con esos hermanos y mayormente siendo gobierno responsable y sensible.

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