Don Arnulfo Padilla Padilla fue producto de la cultura del esfuerzo del trabajo. Para él, el futuro tenía muchos nombres y pensaba que, para los débiles era lo inalcanzable; para los temerosos, lo desconocido y para los valientes era la oportunidad& “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar&”
Decía que la idea no era vivir para siempre, sino crear algo que sí lo hiciera y trascendiera la vida y el tiempo.
No esperó a que alguien le escribiera su historia, él la escribió, porque visualizó el futuro como una oportunidad, como empresario, y triunfó; pero, no solo fue el éxito económico, trascendió como ser humano, como persona, debido a la gran generosidad que le caracterizaba.
Como líder y empresario, logró influir en los otros para apuntar con miras altas y así avanzar y llegar a la cima. Con voluntad, carisma y talento, pudo cambiar sus propias circunstancias de haber nacido en un rancho y trabajar en labores propias del campo, cuidando el ganado de su padre.
Siempre estaba dispuesto a escuchar al otro, sus consejos sembraban esperanza. Solía decir que le gustaba escuchar a la gente, porque así ya aliviaba una parte del problema del otro.
A don Arnulfo no le gustaban los reflectores, aunque era una persona influyente, pero discreta con sus generosas obras y aportaciones económicas a la beneficencia.
No pretendía aplausos ni reconocimientos en los centros del poder político, como otros lo hacían; tampoco pedía a gobiernos apoyos económicos para hacer obras sociales y adjudicarse el mérito.
Privilegiaba sumar amistades y nunca restar, era un vaso comunicante entre los diferentes actores sociales, entre sus amigos y su familia, era alguien capaz de conectarse con las personas y conectarlas entre sí; disfrutaba, sobre todo, de ser generoso y tendía puentes para los ciudadanos que habían perdido la fe en el futuro.
Su estilo fuerte, contrastaba con su gran corazón.
En las empresas, no solo ejercía el don de mando, siempre de acuerdo con su hermano Librado, sino que utilizaba su liderazgo para mover a los demás con entusiasmo y optimismo, aunque también recurría a su magnetismo para las cosas cotidianas de la vida.
Pero, ¿cómo logra este niño del campo, originario de un rancho cerca de San Juan de Los Lagos, crecer como un gigante?
Según narra su sobrina, Dolores Padilla, su abuelo, el papá de Arnulfo, pensó en las oportunidades de educación y trabajo para sus hijos y decidió emigrar a León. Entonces, fue aquí en León, donde empezó a ir a la escuela y a trabajar por las tardes.
Platicaba que, en una época, repartía periódicos y que con gran orgullo recibía su paga los fines de semana.
Hasta donde la historia nos lleva de la mano, Arnulfo, siendo adolescente y en busca de nuevas oportunidades, emigró a los Estados Unidos en busca de un porvenir.
Allá, trabajaba curando durmientes del ferrocarril y al tiempo andando, regresó con unos dólares, ahorros de su trabajo.
Con ese pequeño capital, comenzó la comercialización de calzado y junto con dos de sus hermanos, fundó la primera zapatería en un pequeño local.
Por esa época, otros dos hermanos también abrieron una zapatería a poca distancia de la suya. Comenta su sobrina Dolores, que a ella le encantaba oír las historias de como los hermanos se peleaban los clientes en franca hermandad en su hogar.
“Esto sucedió hasta que mi abuela les sugirió que se unieran e hicieran un frente común. Así, se decide el nombre de “3 Hermanos”, respetando la antigüedad y la edad de los hermanos mayores”.
Y, es así, en los años 50, que se marca el inicio de la historia de una larga cadena de trabajo y éxitos.
En alguna ocasión que fui a visitar a “Padilla y Padilla,” como yo solía dirigirme a don Arnulfo, a sus oficinas centrales, me sorprendió la cantidad de gente que esperaba en la antesala para hablar con él; unos tenían cita y otros simplemente llegaban y solicitaban verlo.
Confieso que mi curiosidad pudo más que mi discreción y le pregunté a su asistente Lupita, si diariamente atendía Don Arnulfo a tantas personas humildes y otras no tanto.
Me respondió que sí, que la mayoría iba en busca de algún apoyo económico, o un consejo, o medicinas; unos eran viejos conocidos y otros desconocidos&
Pero, eso era a diario, tenía la norma de no salir a comer hasta que atendía al último parroquiano.
Y, qué decir de la clínica gratuita para atender enfermos de cáncer que sustentaban él y la excelente persona de su hermano Librado, no menos generoso que Arnulfo.
En el restaurante Grillos, compartíamos todos los martes el pan y la sal, gracias a nuestro gran amigo y anfitrión el caballero don Eduardo Bujaidar.
Padilla y Padilla disfrutaba regañando a todos y eventualmente echaba una que otra folklórica palabra, pero la decía de manera tan natural y oportuna, que disfrutábamos sus pintorescos calificativos.
Su agilidad mental, su claridad de pensamiento, su memoria e inteligencia, hacían esas reuniones inolvidables. Siempre preguntaba cómo les iba en los negocios, con la mejor intención de dar un consejo o una cálida regañiza.
“No le gustaba que lo contradijera, pero al final escuchaba y aceptaba los puntos de vista diferentes al suyo:” Dolores Padilla.
Algún día le pregunté ¿cuándo se iba a jubilar? Y su respuesta fue: “¿Por qué me quieres castigar? No dejaré de trabajar hasta que me muera”.
Para él, el trabajo era su pasión, checar las zapaterías, abrir otras, permanentemente estaba pensando en nuevos proyectos, nuevas ideas, le encantaba construir, hacer números y transformar el entorno en una nueva realidad.
El pasado martes 18 de febrero, don Arnulfo Padilla hubiera celebrado sus 87 años de edad; eso sí, sin que faltara el mariachi y su canción favorita: “Un puño de tierra”.
Él amaba la vida, decía que quería vivir, mínimo, unos 100 años, pero su naturaleza decidió de modo diferente. Sin embargo, su sensibilidad y contribución a las causas nobles le dan una dimensión atemporal y su recuerdo se marmolizará en el tiempo, lo que solo sucede con los grandes hombres.
¡Qué extraña es la vida! Nos une con personas que nunca habríamos imaginado y nos aleja de otras que pensábamos que siempre estarían ahí.