En la esquina que forman las calles Tresguerras y Hermanos Aldama, había una cantina, denominada El Puerto de Tampico.
Llegó un mediodía cierto parroquiano que a voz en cuello ordenó: “copas para todos”.
Se bebió el contenido de la suya, pagó y volvió a exclamar: “cobro para todos”. Y se fue.
Esta anécdota puede parecer vulgar, sin embargo resulta sumamente ilustrativa para entender el fenómeno, sobre todo social y económico, que representan diversas realidades.
Hablemos que el alcoholismo es un problema grave a grado que las estadísticas muestran adicciones muy marcadas en menores de edad, principalmente mujercitas.
Pues las autoridades, preventivas siempre, en su tiempo legislaron, desde la cumbre congresional, que se impusiera gravamen a las bebidas alcohólicas.
Lo anterior se cumple. Y esos recursos recaudados, es solo una simple pregunta: ¿se destinan a prevenir y curar semejante mal derivado de beber inmoderadamente?.
La respuesta la sabe usted, lector o lectora, que si no fuera por los grupos de Doble AA, no habría rehabilitación y control posible.
Los gobiernos, con todas sus capacidades no tienen ni los alcances, métodos para atender, ni con campaña que por cierto no realizan, preventivamente, esa pandemia.
Pero el impuesto allí está y cada quien, como el invitador del bar, paga su tratamiento hasta por adelantado.
¿Es simplista mi planteamiento?. Lo es porque se entiende que los gobiernos no van a tener “cajones” a la antigüita, para sus gastos: esto para lo rural, lo otro para obra pública. Hoy ya contamos con tecnología y mecanismos financieros. Lo que no hay son centros efectivos de rehabilitación.
Igualito ocurre con el tabaco. El impuesto se cobra y se paga. Y el cáncer avanza.
Sí, hay campañas para inhibir esa adicción, pero son tan impropias y hasta ridículas, como ponerle impresa una rata a las cajetillas. ¡Nadie de los fumadores empedernidos o no, se asusta con eso! Por lo mismo ni desde el gobierno y menos fuera de él se atreven a realizar evaluación de resultados. La inocuidad impera.
Pues ahora nuestros legisladores federales ya están afinando detalles para normar lo referente a la marihuana.
Su consumo, ya se advierte, tendrá una normativa o sea que pasará de cinco gramos a veintiocho o más, según se legisle, para los habituales fumadores.
Se prevé o sea que casi se adivina, que con tal estrategia terminarán las mafias, el contrabando y los crímenes que se derivan de todo ello.
Muy simple el planteamiento que se perfila: los adictos al consumo de la yerba, tendrán que registrarse en especie de directorio como aficionados a fumarla, untársela, comerla en chochos o masticarla en chicle.
Con su plaquita de enlistados estarán autorizados a portar, casi a la vista, un buen gramaje para consumo diario, semanal o mensual. Me dice un consumidor habitual que es mucha la cantidad referida de esa planta seca.
¿Podrán convidar?.¡Claro que podrán!.
Es más: se empujan las ideas a efecto de que el adicto esté en posibilidades de cultivar sus matas. Se menciona el número de las mismas. Hasta seis.
Viene una pregunta ingenua o si se quiere tonta o estúpida: ¿habrá inspectores que certifiquen los plantíos?
Va a ocurrir como con la amapola de hace setenta años.
Se plantaba a cielo abierto, en todos lados. Sus flores bellísimas que inspiraron una hermosa canción. Hoy esos sembradíos, en donde los hay, sirven para un mal mayor. Y por cierto en altas esferas del poder ya se piensa en quitarles a los procesadores y comercializadores el negocio.
¡Que lo hagan los campesinos y el gobierno!, proponen los más ilustrados.
En lo referente a la marihuana se avanza con simpleza que preocupa a grado que hay quienes destacan como lúdico el consumo de la yerba. O sea que sirve para divertirse.
¿Pensarán, cuantos dentro y fuera del poder empujan esas ideas, en sus hijos, nietos y demás descendencia?.Tal vez se los imaginan fumándose un carrujo como beber cerveza.
El tema no es simple aunque se trata como tal. Y digo que quienes lo abordan, sobre todo con calidad de legisladores @, debieran llevar a cabo una tarea de estudio a campo abierto.
¿Como qué?. Entrevistar a familias de adictos. Conocer la problemática en que se hunden.
La adicción tiene consecuencias en la familia, los hijos, los abuelos. El adicto es un eje que consume no únicamente dinero, sino que acaba la tranquilidad y desquicia los hogares.
Comienzan como jugando: un carrujo hoy, dos mañana. Saben que ya no pueden parar y obtienen dinero de donde sea. Roban en su hogar, piden prestado y no pagan; dejan de laborar muy pronto por la “cruda”.
Los adictos se olvidan de los padres o para mejor describir esa situación los explotan con la idea imperativa de que al fumar la marihuana, están normales.
Piden prestado y no pagan. Se esconden y la familia tiene qué responder. Luego escalan al consumo de otros enervantes y de allí hasta el infinito.
Aquí un teórico me va a frenar con decir que lo que demando es que no se haga nada.
De ninguna manera debe cerrarse el paso a lo legal.
Lo que se impone es un estudio verdadero, real, cierto. Que nazca del fondo social. Nada de inventos.
Lo preventivo es lo primero.
¿Cómo y de qué manera conviene ilustrar, educar, sobre todo a niños @ y jóvenes respecto al peligro y daño de esas adicciones?
Que los menores y chamacos se enteren que es un riesgo entrar al tobogán de las drogas; del tipo que sean. Y que se den cuentan que ellos son los dueños de su voluntad, no los narcos ni quienes alientan consumos lúdicos.
Entendamos que hay individuos inescrupulosos, dedicados, en cuerpo y por tiempo completo, a promover la legalización de la marihuana; porque están metidos en el negocio. Ellos ganan solo con la promoción. Ese es su bien.
Repetimos: legalizar, sí; pero con el uso de la razón, no a zancadas simplistas y supuestos y menos con datos falsos de que en otras latitudes ya es libre el consumo y se redujo o acabó el problema.
Todo lo anterior indica que deben imponerse el buen juicio, la razón y una voluntad político legislativa equilibrada, si no queremos exponer a nuestras generaciones al riesgo de enervarse como jugando.