“Demasiado fatal es la localidad de la ciudad de México al lado de los lagos de Chalco y
Texcoco, situada en un lugar pantanoso, rodeada de acequias y ejidos de la misma
naturaleza. Los miasmas de que estos sitios de desprenden son bastantes para infectar la
atmósfera”. Tal cita apareció en el diario El Fénix de la Libertad el lunes 21 de enero de
1833.
El miasma se define como efluvio maligno que, según se creía, desprendían cuerpos
enfermos, materias corruptas o aguas estancadas. Hace 187 años estimados lectores, los
miasmas emanaban de los hospitales, cementerios, muladares y de los pozos donde se
depositaban las materias fecales, así como de unas cuantas industrias como curtidurías,tenerías y fábricas de productos químicos.
Los miasmas servían para explicar el origen de las enfermedades infecto-contagiosas, que
se suponía se transmitian por el aire, para aplicar las medidas de higiene personal y de
salubridad pública tendientes a prevenirlas y, en fin, a elegir los recursos curativos.
La término “contagio” apareció también por 1833, considerándosele el elemento
responsable de la trasmisión de una enfermedad de un individuo a otro a través de un
contacto directo o indirecto. El contagio era pues un principio material capaz de transmitir
directamente la enfermedad que causaba, del individuo atacado por este mal a uno que no
lo tenía, ya fuera tifo, viruela, rubeola o sífilis.
El descubrimiento de los microbios patógenos por Roberto Koch, primero el bacilo de la
tuberculosis en 1882 y un año más tarde del vibrión del cólera, iniciaron el cambio.
A mediados del siglo XIX se acuño el vocablo “virus”. Asi se nombraba al contagio que
estaba incorporado a la sangre, al pus, a la serosidad o a un tejido sólido, como las
membranas de la difteria, y que podía “transplantarse” a otro organismo, el cual
desarrollaba la enfermedad. Los padecimiento que podían transmitirse en esta forma (tal era
el caso de la viruela) se llamaban “enfermedades inoculables”.
Era el virus algo “invisible”. Al microscopio, decía un médico de entonces, nada distingue
el pus sifilítico del pus normal; sin embargo, aquél contiene el gérmen creador de la sífilis.
Confiado en los progresos de la ciencia, este médico agregaba, algún día no lejano la
palabra virus perderá su oscuridad y se traducirá por organismo vegetal o animal.
Los virus venían a ser una especie particular de contagio; podían encontrarse, como
invisibles partículas en suspensión, en el aire expirado y en los productos de evaporación
cutánea de los enfermos y de este modo llegar a la atmósfera o adherirse a la ropa de cama
del enfermo, a sus vestidos, a las paredes del cuarto o sala de hospital, o a cualquier otro
cuerpo sólido. Además el virus podía estar en secreciones del paciente y de este modo
contaminar el suelo, el agua y el aire.
Los médicos de hace 180 años decían que las enfermedades inoculables, producidas por
virus entraban por la piel y las mucosas. No había necesidad que existiesen heridas o
laceraciones para que penetrara el virus de la sífilis, gonorrea, oftalmía purulenta y difteria.
Las fiebres tíficas, la peste y la tosferina entraban al cuerpo por las vías respiratorias; en
tanto que la fiebre tifoidea, el cólera y la disentería se adquirían a través del tubo digestivo,
con el agua que se bebía.
La ciencia es maravillosa estimados lectores, y su luz debe guiarnos para tomar decisiones.
Hoy el concepto de virus ha cambiado, tenemos su taxonomía, y los avances han sido tales
que a unos cuantos días de haber afectado con enfermedad respiratoria aguda y neumonía
grave a varios pacientes en Wuhan, sabemos que su genoma está formado por una sola
cadena de ARN (Ácido Ribo Nucleico) monocatenario. A partir de allí, se podrán y se están
desarrollando vacunas, medicamentos y pruebas para diagnosticarlo temprano y tratarlos
opoertunamente.
Decenas de años para aprender de los miasmas a los microbios. Hoy tardamos días como
humanidad para identificar nuevos agresores aunque no sean seres vivos como los virus. En
aquella época existió el Consejo de Salubridad del departamento de México, cuyo
reglamento se publicó por Bando el 4 de enero de 1841. Lo integraban el Gobernador del
estado de México, tres médicos, un químico y un farmacéutico como titulares, siete
adjuntos y otros honorarios.
Desde 1917 cambió de nombre a Consejo de Salubridad General, que depende directamente
del Presidente de la República, sin intervención de ninguna Secretaría de Estado, y sus
disposiciones generales serán obligatorias en el país. Integrado por el Gabiente y otras
instituciones de prestigio como las Academias Nacionales de Medicina, Cirugía y Pediatría,
la UNAM, el Politécnico Nacional entre otras.
Ayer, tuvo su primer sesión extraordinaria reconociendo la epidemia de enfermedad por el
virus SARS-Cov-2 como una enfermedad grave de atención prioritaria. Se instaló en sesión
permanente. Hago votos porque lo tardío de su instalación -sin el Presidente de la
República que ha manifestado su desprecio por las Instituciones- permita una discusión de
gobierno abierto y la toma de medidas específicas que apoyen. Por ejemplo: ¿porqué no la
declaran como “enfermedad que provoca gastos catastróficos” a finde que las y los
mexicanos sin seguridad social puedan ser financiados con recursos del fideicomiso para el
bienestar existente en la Ley General de Salud? Esto para empezar.