Un compadre de Miguel Alemán, Presidente, contó para la historia de México el episodio. Grupo pequeño, de íntimos, conversaba con el Primer Mandatario aún en funciones, respecto de la sucesión a la que ya le faltaba un año.

El “destape” era inminente. Los políticos de primer nivel buscaban signos, señales, oteaban el horizonte para, lógico, antes de la hora señalada u oportuna, colocarse con “el bueno” a efecto de seguir en el candelero.

Vivían para el Gobieno y de él nutrían sus carteras. Le daban nombres al primer jefe del Ejecutivo civilista.

Movía su dedito -ya se usaba- para decir “no”.

¿Casitas, su pariente y regente  del entonces Distrito Federal?

Tampoco.

Hubo quien, como una mera aventura o puntada, que siempre han salido a relucir, mencionó con timidez al burócrata más eficiente. Con su moñito de gato, impecablemente vestido, llegaba a Los Pinos temprano, con el sombrero al pecho, sontenido por un brazo. 

En las manos libreta y pluma para anotar. Era tan ortodoxo, para don Miguel Alemán, que cuando le dijeron:

“¿Y Ruiz Cortines?”.

La respuesta fue una luz: “Don Adolfo, me adivinaría el pensamiento”.

Salieron los ilustrados rumbo a la Secretaría de Palacio Nacional.

Acordaron, -siguió ilustrando Alfonso Flores Mancilla-,no llegar en tropel sino uno a uno. Ya el tiempo diría lo que les correspondería en la lotería política.

En efecto, el personaje mencionado fue entronizado. Le ganó la carrera a un Secretario de Gobernación preparado, Ángel Carvajal.

Hay una constante en la historia de nuestro País: la de la enmienda o corrección. 

Salvo el sexenio de López Mateos quien no se ensañó con quien lo impuso, los demás entronizados, de una o de otra forma lanzaron dardos, ya con el cetro en la mano, en contra del antecesor. Tocaremos en otra entrega el tema sexenio por sexenio.

Recordemos,sin embargo, la frase de López Portillo: “¿Tú también, Luis?”, que luego mandó al destierro temporal a Echeverría.

El hecho fue que del alemanismo se destaparon muchísimas trapacerías ya que un lema nada oculto era: “¿Quieren dinero? Hagan obras”.

Así se construyó Ciudad Universitaria y una cantidad importante de kilómetros en la carretera Panamericana.

El mismo compadre del presidente Alemán, Flores Mancilla, comentó que hasta el general que cuidaba a doña Tomasita, mamá del Mandatario, en la calle Fundidora, se volvió rico por las propinas que le daban quienes acudían con la dama que ejerció, para algunos casos, de gestora.

Ruiz Cortines le “adivinó el pensamiento” a su antecesor para desligarse de él con una campaña abierta de austeridad y la marcha al mar a efecto de alimentar al pueblo. Que, por cierto, fracasó.

Este dintel, puerta o entrada nos hace entender que el poder absoluto puede golpear para adelante o para atrás.

Así que cuando se es agraciado con un nombramiento por parte de quien ejerce aún el mando supremo hay que cuidarse para no resultar heterodoxo.

Nadie, nombrado por un Presidente en funciones, se atreve a contradecirlo.

Si hay discrepancia renuncia o lo destituyen. ¿Que le pasó al primer Secretario de Hacienda del actual sexenio?

Luego entonces, en esa especie de “lógica” del poder, el doctor López Gatell, Subsecretario de Salubridad, tuvo urgencia de acomodar una respuesta, absurda y todo, cuando le preguntaron respecto de por qué AMLO no cumplía el código de recomendaciones ante el peligro de la pandemia.

Si hubiera dicho que “está obligado a sujetarse a ellas”, se habría cortado el cuello político.

Prefirió doblar los criterios y exaltar la fortaleza moral del Presidente. Con él quedó requetebien; pero ante el pueblo de México perdió credibilidad absoluta y total.

O sea que, a la luz  de su dicho respecto a las actitudes desparpajadas del Presidente hay dos tablas de la ley: una que implica no saludarse de mano, ni darse apapachos, ni abrazos y menos besos. 

Eso es obligado para todos los mexicanos comunes a efecto de que haya prevención ante la pandemía que ya viene, irremisiblemente.

La otra tabla de la ley, es para los fuertes de espíritu. Ellos sí que abracen, apapachen, besen; porque son fuertes de espíritu. ¡Ajá!

Este modernísimo Moisés (discípulo en realidad de don Servilio), se fue al terreno de la sumisión, nada más por quedar bien con el Jefe.

Invalidó con ello, pero de una plumada, toda la normativa a la que nos había convocado a nombre precisamente del Gobierno.

Si al doctor López Gatell le hubiera llegado una neurona de alerta para ser consecuente, apoco hubiera contestado simple y llanamento: “Esperamos que el Señor Presidente cumpla la normativa, para que se cuide”. Punto.

Nada de agregar que a efecto de que nos dé ejemplo de disciplina social o cívica; no, eso no porque AMLO es él y ya.

Conviene entender que los mexicanos, creo que todos, no deseamos ningún mal para López Obrador, por más que en mucho discrepemos de su ideología y praxis política y sí, por el contrario, esperamos que ante esta realidad del coronavirus, que ya está aquí, obre con fortaleza pero principalmente buen criterio.

Si tiene el Presidente fe, qué bueno; pero no hay que olvidar que “a Dios rogando y con el mazo dando”, como se decía desde los tiempos de Ripalda.

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