Vaya semana. Desde la madrugada del martes decenas de miles de personas en municipios aledaños al río Tula vieron cómo sus viviendas se llenaron de agua y poco pudieron hacer para evitar la pérdida de sus pertenencias pues la prioridad fue salvar sus vidas. Un día antes, pobladores de Ecatepec, Estado de México, padecieron de igual forma con la terrible inundación que afectó 19 colonias y causó al menos dos personas muertas.
En el caso de Tula la cifra de víctimas fatales fue de 14, todas de pacientes en el hospital del IMSS. El mismo 7 de septiembre, por si hacía falta, un temblor con epicentro en Acapulco, Guerrero, sacudió varios estados del país, incluido Hidalgo y al menos en Pachuca se sintió con ganas por si algunos capitalinos extrañamos los movimientos tectónicos.
El 10 de septiembre se desgajó el cero del Chiquihuite en Tlalnepantla, Estado de México, y sepultó tres viviendas. Hasta la tarde de este lunes el saldo era de tres personas desaparecidas y una fallecida, Mariana Martínez Rodríguez, quien era estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
A estas tragedias podemos agregar los daños causados por el paso del huracán Grace semanas atrás y las tormentas de temporada que persisten en las costas mexicanas y que acarrean viento y lluvias intensas.
Con facilidad podemos pensar que los hechos anteriores y sus consecuencias para la población son ineludibles al ser eventos naturales incluso impredecibles, como los temblores. Sin embargo, es una verdad parcial, pues aunque son fenómenos naturales, sus efectos son mucho más sensibles en personas que se encuentran en condiciones vulnerables muchas veces derivado de acciones y decisiones humanas, principalmente políticas.
Las inundaciones por el desbordamiento del río Tula, por ejemplo, fueron causadas en última instancia por las obras hechas para que tal situación no ocurriera en la Ciudad de México, la joya de la corona del país. Por eso ahora miles de habitantes en varios municipios tienen que lidiar con los resabios de aguas negras que saturan sus viviendas y que exponen su salud por el caldo de cultivo de patógenos diversos.
Ni se diga de lo ocurrido con el deslave en el Chiquihuite, porque incluso se habla de que si no quieren estar en riesgo mejor que no vivan en sitios así; ¡vaya!, que aun tras la tragedia 200 personas no quieren dejar la zona. Mejor que cambien su empeño de vivir a dos horas de los centros de trabajo porque es más seguro habitar en la Roma. ¡Haberlo pensado antes!
Aunque las tragedias “naturales” son siempre potenciadas por condiciones generadas por decisiones y políticas de distintos gobiernos, estos siempre hacen que la Virgen les habla a la hora de hacer las cuentas.
Por medio de su cuenta de Twitter el gobernador de Hidalgo Omar Fayad pidió a medios de comunicación, a los tres órdenes de gobierno y a partidos políticos actuar solidarios ante la emergencia, lo cual, para el mandatario, significa que “el Estado mexicano no debe fragmentarse y buscar culpables de una situación tan complicada”.
No sean así, en lugar de andar pidiendo rendición de cuentas mejor ayudemos a las personas afectadas, y pues sí, lo segundo sí hay que hacerlo, pero sin olvidar que una cosa no excluye a la otra, porque responsables hay y son muchos.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de su autor (a) y no necesariamente representa la postura de AM Hidalgo.