Oscar Wilde dijo que la guerra es como el amor: fácil de empezar, difícil de terminar y nunca puedes saber adónde habrá de llevarte. Si esta frase se ha verificado una y otra vez, en nuestra época se vuelve todavía más relevante: el mundo se halla más interconectado que nunca, convertido en un sistema complejo -o caótico- donde una pequeña causa es capaz de generar enormes e imprevistas consecuencias, y donde una acción en contra de un enemigo puede revertirse con facilidad. Hasta el final de la Primera Guerra Fría (1945-1991), las grandes potencias todavía podían asumirse más o menos autosuficientes, centradas en sus respectivas áreas de influencia; desde entonces, la globalización económica y financiera ha ligado hasta los rincones más lejanos, con apenas algunas excepciones.
En este mundo plano -para usar la metáfora de Thomas Friedman- y a la vez ferozmente interdependiente, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que en otro momento hubiera sido apenas un conflicto interno, puede provocar un terremoto en Pekín o Washington y convertirse en la antesala de una conflagración nuclear y del fin de la humanidad como la conocemos. Un mínimo error de cálculo, una reacción apresurada o un descuido táctico se vuelven, en estas condiciones, filos de la navaja: nos encontramos en una situación límite, a punto de perder el equilibrio, sin que ninguno de los grandes actores involucrados -Putin, Biden, Xi Jinping o la OTAN- sean capaces de prever todas las consecuencias de sus decisiones.
Gran Juego era el nombre usado en el siglo XIX para designar a Asia central, el tablero donde las potencias de entonces -Gran Bretaña, Francia, Rusia y el Imperio Otomano- debatían su primacía. Hoy el Gran Juego está potencialmente en cualquier parte, como sucede ahora con Ucrania, donde cualquier movimiento puede resultar potencialmente catastrófico para los involucrados y el planeta en su conjunto.
Putin es quien se arriesgó a activar el mecanismo de esta bomba de tiempo: aún no sabemos si la guerra buscaba contener el avance occidental en su frontera o reapropiarse de toda Ucrania ni si estaba consciente de que se trataría de una operación lenta y desgastante o -como se empeñan en afirmar los medios occidentales- si su plan de una Blitzkrieg ha fracasado y nos hallamos ante un escenario B aún más peligroso. En cualquier caso, su apuesta se ha tornado tan alta -con su preponderancia en la propia Rusia en entredicho- que difícilmente se contentará con un acuerdo con los ucranianos.
Estados Unidos -y por ende la OTAN- se han decidido a responder con una firmeza no del todo previsible: hasta hacía poco, con Trump, se hallaban descoordinados y divididos, hoy en cambio, salvo casos como Hungría, parecen haber conciliado sus intereses. Aun así, las sanciones contra compañías rusas avizoran riesgos para su propia estabilidad. La inflación que ya remonta a causa del aumento de los precios del gas y el petróleo podría llevar -pese a la unanimidad ante la respuesta- a un desgaste suficiente como para que Biden pierda estrepitosamente las elecciones legislativas e incluso pueda permitir el regreso de Trump en dos años, lo que constituiría una paradójica y enrevesada victoria para Putin.
China se encuentra en una posición semejante: si bien a primera luz podría convertirse en la primera beneficiaria del conflicto, al apoderarse de todos los espacios económicos dejados por Occidente en Rusia, la inestabilidad política no le conviene demasiado, como han demostrado las estrepitosas caídas de su bolsa en estas semanas. Si a nivel geopolítico puede convertirse en ganadora -y en la única competencia real de Estados Unidos-, no es claro que un torbellino prolongado le convenga mucho.
Los resultados a mediano y largo plazo dependerán de la duración del conflicto, de las sanciones y de la crisis global que estas generen: en cualquier caso, ninguno de los actores principales tiene nada asegurado. Y, como en la Primera, en esta Segunda Guerra Fría, tanto Ucrania como el resto del mundo somos apenas los pasmados testigos de una tormenta que nos agita y pone en peligro a todos.