Es una bomba de destrucción masiva. Y se define en tres palabras: neumonía, diarrea y malaria (paludismo).
En muchos lugares de este mundo saben bien lo que significa tal trío trabajando al unísono: la muerte multiplicada, la muerte empeñada en ganar la batalla. Y lo logra, sobre todo, si se trata de menores desnutridos y sin defensas o de embarazadas…
Pocas guerras tan desiguales. Algunos las llaman enfermedades de la pobreza porque arrasan allá donde encuentran buen caldo de cultivo.
El investigador Pedro Alonso va más allá. Él asegura que son brechas del subdesarrollo y los magros recursos. Y usa una expresión para definirlo, lo llama “la brecha”, “el Gap 10/90”: “allí donde se producen el 90% de muertes por enfermedades transmisibles se invierte el 10% de recursos, y donde las muertes son el 10% se invierte un 90%”.
Un sinsentido, dice este hombre quien confiesa que se hizo médico para venir a África a investigar, y lo consiguió, pues ya lleva tres décadas entre idas y venidas por Gambia, Tanzania, Mozambique… Precisamente el mismo lapso de tiempo de historia de la RTS,S, la vacuna que tiene entre manos.
Lo cuenta muy de mañana en la puerta de su despacho del Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM), en Mozambique, acompañando sus palabras con gestos constantes de sus manos y una voz grave que le define y él usa en su provecho para enfatizar y hacerse oír la mar de bien.
Poco a poco se despierta la localidad y también este laboratorio africano: los porteros cambian turno, los técnicos abren las puertas de seguridad de las salas repletas de papeles y microscopios, cruzan el patio central y se sitúan en sus puestos los de administración, los becarios, los médicos… La calle empieza a poblarse de colores, de transeúntes camino del cercano hospital.
El CISM es un lugar acogedor que se extiende a un lado de la carretera desde Maputo, la capital de este País pobre -ocupa el sitio 185 en el índice de desarrollo humano, de 192 países-, y aun así uno de los más prometedores gracias a su proceso de paz y sus recursos naturales.
Ocupa una manzana amplia de edificios bajos y funcionales en colores cálidos y tierra, salpicada de palmeras y tantos otros árboles inmensos del África austral. El comedor -una construcción de estilo africano, con techo de paja y madera, mesas con manteles con telas locales- al que llaman palhota, es un verdadero centro social, lugar de encuentro, comida y debate para los que aquí residen y trabajan, y para los invitados, que no cesan de llegar. “Hay que decirlo claro: la investigación es la gran herramienta de salud y desarrollo”, sigue Alonso.
Tener salud significa para un ser humano crecer, y para una familia, poder dedicar tu tiempo en otras tareas que no sea cuidar a los tuyos para que sobrevivan. El primer mal citado antes (neumonía) es el que más menores de 5 años mata en el mundo. Solo, y sola, el último (malaria) acaba con alrededor de 700 mil personas al año y mantiene unos 220 millones enfermos.
Un niño muere cada minuto por su culpa en África. “Estas enfermedades evitables hunden aún más en la pobreza”, asegura Alonso, quien ha convertido la búsqueda de una vacuna para la prevención del paludismo en su batalla y su forma de vida (es miembro del comité de expertos dedicado al tema en la OMS).
Un mundo, el suyo pleno de cifras de financiación, iniciales de organizaciones internacionales y mucho mosquito. De estos aspira a saberlo todo, se diría. Pero sin descuidar otras áreas, advierte mientras va mostrando dependencias del centro: “Aquí se sabe quién la tiene, un poco de sangre en estas láminas gruesas y… Nos conocen por el estudio de la vacuna, pero hacemos mucho más: somos centro de investigación biomédica, formación y desarrollo, y esta es una de las pocas instalaciones de este tipo en el continente”. Investigación, formación y asistencia es su carta de presentación. “No se pueden desligar una de otra, reforzar el sistema público de salud en la zona, eso lo llevamos a rajatabla”.
Y sí, aquí viven a diario sobre el terreno los efectos de bacterias, virus y parásitos testarudos. El que más, sin duda, el Plasmodium falciparum, el que produce paludismo (no todo mosquito es culpable, conviene saberlo). “Trabajamos en lo que más mata en la región: malaria, SIDA, tuberculosis, neumonías, diarreas…”, bromea Eusébio Macete, mozambiqueño de 45 años, director del CISM, al salir a recibirnos. Él nos guiará luego por el hospital distrital de Manhiça, asociado, justo en la otra acera.
“En este lugar hay una prevalencia de SIDA de un 37%, se encuentran en pleno pico; el País reaccionó tarde, entraron tarde los retrovirales. Hemos visto progresos extraordinarios en la supervivencia infantil en una década en todo el País: la mortalidad se ha reducido a la mitad”. Y la esperanza de vida, de 41 a 50 años en una década.
Aun así, hay mucho “innominado” (niños a los que no se pone nombre, pues no se confía en que pasen de los primeros días), se lee en los registros que cuelgan de las camas de la recién paridas. “El momento más peligroso de la vida de una persona son los primeros 28 días, luego, llegar al año, y un triunfo, cumplir los cinco”, indicará Alonso después, al enseñarnos el extenso archivo de documentación donde guardan datos digitales de muchas de las 100 mil personas de su área desde hace tres lustros, en un radio de 500 kilómetros cuadrados.
Lo hacen con un sistema especial de vigilancia demográfica y de geolocalización (cada casa, cada persona, un número), del que se ocupan brigadas de jóvenes locales que representan la primera cara y contacto del CISM, casa por casa, familia por familia, y ahora mismo se preparan ya en el patio. Así, desde finales de los 90’s, visitan y monitorizan a los enfermos, recogen variaciones, si ha habido embarazos, accidentes, muertos… Cada ficha, la vida de una persona.
Es un tipo de registro este poco habitual en África. “El registro civil no funciona aquí y no lo hay fiable en casi todo el continente, por eso es tan difícil tener datos precisos para actuar. Registrarse debería ser considerado un derecho humano básico”.
Hay quien vive sin que se sepa que lo hace. Lo más exitoso de su trabajo, asegura el científico, es la relación de confianza que se ha establecido con la población tras 18 años: “Quien crea que investigar es llegar en avión, tomar cuatro muestras e irte, pues no, ni funciona eso ni es aceptable”. Esa excelente relación es la que les permite ser útiles, mejorar la salud en la zona y poder emprender estudios complejos y a largo plazo con recién nacidos, niños, embarazadas… Como el de la vacuna RTS,S que tienen entre manos ya en su fase III.
Contra los grandes males infecciosos que arrasan en África y en otras zonas del mundo, se lucha hace tiempo ya desde muchos estamentos públicos y privados en decenas de iniciativas (Malaria No More, Malaria Consortium, Iniciativa por la Malaria, PATH, Global Fund…), en alianzas, estrategias y planes globales que justo ahora -cuando India acaba de anunciar la erradicación de la polio- están de enhorabuena.
Prevenir y controlar es la clave. La malaria parece haberse colado en todas las agendas (si lo hubiera estado siempre, quizá ya no existiría, opina Alonso), hay programas especiales intensos desde hace una década, medidas preventivas domésticas (campañas sobre uso de mosquiteras impregnadas de insecticida, acciones por la mejora de la higiene y el saneamiento…), tratamientos de primera línea con artemisinina o medicamentos quimiopreventivos que funcionan y son bien aceptados, como acaba de comunicar el equipo de Médicos Sin Fronteras por boca de su equipo de Níger… Y aunque esto ha hecho disminuir un 30% de media la mortalidad y la OMS asegura, en su informe de 2013, que se han salvado así 3.3 millones de vidas, sigue siendo del todo insuficiente.
La vía más esperanzadora es encontrar vacunas eficaces.
Para la neumonía existen ya, también para el rotavirus (diarreas), muy costosa y complicada. Ambas se han ido incluyendo en los calendarios de inmunización de distintos países a través de diversos organismos, como la llamada Alianza GAVI (compuesta por organizaciones y aportaciones de los estados), que las suministra a más bajos precios durante algunos años hasta que los países las asumen en sus sistemas de salud.
Las dos mencionadas arriba se introdujeron hace nada en Ghana, también en Mozambique. Incluso la del papiloma humano (cáncer cervical) está en el punto de mira. Una cumbre se celebró recientemente en el País para darla a conocer -enormes carteles lo anunciaban ya desde el aeropuerto de Maputo con el rostro de personalidades, incluida una princesa nigeriana, para dar confianza a la población- y, sentados ya en la palhota, Alonso comenta las dificultades añadidas de normalizar algunas vacunas en países musulmanes.
De ahí a otro tipo de resistencia hay un paso: la de los grupos antivacunación en países occidentales. Basta citarlos para que él arremeta: los considera unos “irresponsables sociales” por el potencial daño en salud global que pueden ocasionar.
“Las vacunas son la gran herramienta de salud pública de la historia, el mayor logro de la ciencia mundial en esa área”, otra vez voz y manos al unísono. Cargar con ligereza contra ellas, se ríe, le pone como “una moto”. “En Ecuador se había erradicado el sarampión y ha rebrotado debido a niños procedentes de Europa por esta razón, por no estar vacunados”, afirma. Pura ironía visto desde este lado sur del mundo, donde tantos mueren por no tener acceso a ellas.
Para reforzar su teoría y desmontar otras pesimistas (sobre lo mal que va todo en el mundo) abre su computadora y muestra los gráficos Wealth and health of nations, de Hans Rosling (Gapminder), sobre esperanza de vida desde 1800 hasta hoy.
“En 1941, España tenía una de 48 años, menos que Mozambique hoy, que es de 50: el periodo más exitoso de la historia de la humanidad es este siglo, y la tecnología representa el cambio para el futuro: la ciencia y la tecnología unidas permiten saltar etapas en el desarrollo”.
Y él cree que por ahí andará todo en el futuro cercano. “Cuando estaba en Gambia, en 1984, usábamos correos que iban río arriba y luego esperábamos respuestas, esa gran zancada han dado las comunicaciones.
Aun así, y aunque el poder de la ciencia sea desatascar el producto, como él nos muestra en un famoso dibujo de Ronald Ross, aún no se ha conseguido: la vacuna de la malaria no existe al día de hoy y las decenas de prototipos en estudio se han resistido o resisten a salir adelante, aunque cada vez que surge un claro en el horizonte salte de inmediato a los titulares de los periódicos como la respuesta mágica y definitiva, el principio del fin o el cuento de nunca acabar, en esa horquilla.

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