De lo poco rescatable, para comentario, del viaje que nuestro presidente, AMLO, hizo recientemente a los Estados Unidos de Norteamérica, está la clara propuesta de seis mil visas para trabajadores del campo.
Tres mil serían para mexicanos. El resto se otorgaría a migrantes de otros países; según el proyecto.
La idea, se puede colegir con preocupación, que el actual jefe de la Casa Blanca, la escuchó, (como otros planteamientos que el visitante llevaba en una tira extensa), pero no dio ni una mediana luz o respuesta al respecto.
Ese silencio da a entender que tal tipo de permisos, visas o convenios, al menos por ahora, no procederán.
El proyecto, de todas formas es digno de análisis, primero para darnos cuenta que Andrés Manuel acepta de manera absoluta que aquí, en México, por ahora no hay suficientes fuentes de trabajo para los nacionales, por lo que se requiere que viajen, por lo menos unos miles, al exterior para satisfacer sus necesidades y nutrir la tesorería nacional y a sus familias, con divisas o sea dólares.
Se decía, hace unos meses, que “sembrando vida” era una muy aceptable solución contra la pobreza y falta de empleo. Es más, en un arranque de optimismo desbordado y exagerado, se invitaba a los migrantes que venían a nuestro territorio de paso hacia Estados Unidos, que se quedaran aquí a “sembrar vida”.
Ese proyecto, AMLO se lo endilgó a Trump, en su momento, para llevarlo a Centroamérica, a efecto de que ocupados los pobres muy pobres, no dejaran su patria ni expusieran sus vidas, teniendo mínimo vegetales para comer.
¿En qué consistía, realmente, ese plan? Aparentemente era, en teoría muy simple: plantar lo que la tierra aflora, sembrar árboles para al tiempo de cosecha, disfrutar los resultados convertidos en dinero. Lechugas, coles, jitomates, jícamas, cebollas, chiles, papas, frijoles y demás que ya en el mercado tienen un valor monetario nada despreciable. Igual la madera de árboles, como en Finlandia.
En ese esquema teórico, todo parecía encaminarse a combatir eso que se llama pobreza (de ahí la palabra “pobrería”) o miseria.
Lo que a los proyectistas se les olvidó fue que en el campo primero hay que invertir: trabajo, técnica, principalmente agua y, en ese tiempo vivir de algo, para cuando llegue el momento de cosechar que, en algunos casos lleva años, si se trata de bosques.
Todo fue convocatoria sobre las rodillas. El fracaso de algo que ni siquiera se aplicó en grande, está a la vista pese a lo cual AMLO va a ciertos sitios con su amigo, el embajador norteamericano, Ted Salazar, para presumir los frutos de “Sembrando Vida”. Pocos, muy pocos frutos, repetimos, a grado que no alcanzan a combatir la miseria, de donde es urgente un convenio para “braceros”.
No es probable que ese planteamiento de López, nuestro presidente, sea atendido satisfactoriamente y menos de manera pronta, por muchos motivos; uno de ellos, el principal es que los vecinos del norte no quieren ya tanto migrante, además avanzan a pasos agigantados en la tecnificación del campo.
En cuanto al “bracerismo”, México tuvo un programa en tiempo del presidente Ruiz Cortines. Miles de mexicanos contratados. Allá, al pagarles se les descontaba un porcentaje que era enviado al Gobierno de México, como “guardadito” para el “bracero”. Ese dinero el Gobierno mexicano se lo dejó o para decirlo mejor: se lo robó. Al descubrirse la realidad, a esos braceros, ya ancianos, se les dio una suma, a cuenta gotas. A los fallecidos nada, a sus familias menos. El hurto fue descomunal, descarado y hasta criminal porque al miserable le quitaron de su misma miseria.
Ahora, de hacerse el bracerismo, que repetimos, no se llevará a cabo, para afiliarse ¿tendría el aspirante que dar un “moche” o estar afiliado a la 4T? Es solamente una ligerísima pregunta.