El Gobierno de México acarrea un vicio alentado por el propio presidente López Obrador: insiste en confundir la crítica con el antagonismo. O, peor todavía, con un supuesto anhelo de fracaso. En esta lectura, los críticos del gobierno o incluso quien mira con simple y llano escepticismo su quehacer, necesariamente opera desde intenciones aviesas y desea el fracaso del Presidente y su equipo.
Por supuesto, hay voces críticas con intenciones políticas. Suponer lo contrario sería ingenuo. Pero la mayoría de quienes analizan el desempeño del gobierno actual, lo hace desde un ánimo crítico y, me parece, constructivo.
Hay partes de la agenda del gobierno en donde este vicio se manifiesta con triste frecuencia. Una de ellas es la relación bilateral con Estados Unidos.
Desde los primeros atisbos de la dinámica entre López obrador y Donald Trump y hasta ahora, en el incómodo equilibrio con Joe Biden, las voces afines al Gobierno de México —y, de un tiempo a la fecha, dentro del mismo aparato de la Cancillería— acusan a los críticos y analistas escépticos de la política exterior mexicana de buscar el fracaso de la agenda bilateral y hasta la confrontación abierta entre el Presidente de México y sus contrapartes en Washington.
Esta descalificación sistemática de la crítica es una lástima por injusta e irracional. El crítico no desea el fracaso de lo que critica, sino su mejoramiento. Esto es sobre todo cierto en la crítica al ejercicio de un gobierno.
Pensemos por ejemplo en la agenda migratoria. Desde las concesiones históricas de López Obrador a Donald Trump, hay prácticamente un consenso de analistas, académicos y organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes que señala que el gobierno mexicano ha maltratado constantemente a la comunidad inmigrante. Varias organizaciones han documentado, con evidencia incontrovertible, la terrible situación en Tapachula, por ejemplo. Otras más han puesto el dedo en la llaga sobre las consecuencias de programas como el “Permanezca en México”. Observadores en Estados Unidos y México han advertido, refiriéndose al famoso discurso humanista del López Obrador candidato, que este maltrato va en sentido contrario a lo que el presidente prometió.
Estamos hablando de voces críticas de probada independencia y, en muchos casos, afines a la agenda progresista —en migración y otros asuntos— que el Presidente de México dice defender. ¿Esos críticos, en lugares como el Wilson Center, el Migration Policy Institute, por no decir nada de Human Rights Watch o Amnistía Internacional, son provocadores incendiarios, cínicos antagonistas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador? ¿Buscan hacer daño al Presidente de México o más bien cumplen con su trabajo de señalar medidas dañinas para intentar mejorar el rumbo de la política migratoria y la vida de miles de inmigrantes que no paran de sufrir en México? Cualquier persona de buena fe sabe la respuesta.
Esta reflexión sobre lo que ocurre en la discusión de la dinámica migratoria aplica para otras áreas de la relación bilateral. Advertir, por ejemplo, que hay un número considerable de voces en el Congreso de Estados Unidos que se manifiestan, en público (y más en privado) con preocupación sobre el rumbo de México no implica desear el fracaso del gobierno. Supone, eso sí, hablar con la verdad, que al final construye más que la adoración ciega o los desplegados propagandísticos. Uno pensaría que esa lección habría quedado clara con el fin del priísmo más rancio. Que se había quedado en aquellos años de Echeverría, pues. Comprobar lo contrario es triste.
@LeonKrauze