Del 4 de julio de 1982 a estos días, se han cumplido cuarenta años de que Miguel de la Madrid Hurtado, candidato del Partido Revolucionario Institucional, resultara electo como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos en una situación muy difícil para nuestro País, verdaderamente agobiado por una crisis económica que parecía sin solución, con una corrupción galopante como no se había visto desde el sexenio de Miguel Alemán y con un hartazgo del populismo superlativo que nos había envuelto los dos sexenios anteriores, el de Luis Echeverría y el de José López Portillo, dejando con la suma de ambos un panorama deplorable, sobre todo en lo económico, con inestabilidad, desequilibrio, incertidumbre y en trance de valores.

Se ha comentado desde aquella época que, por diversas circunstancias, sobre todo de carácter coyuntural fue elegido por el dedo presidencial como candidato, el Lic. Miguel de la Madrid, oriundo de Colima, quien sin ser o percibirse como el favorito surgió la decisión en el año de 1981, atribuyendo ese arribo principalmente a la gran relación y afecto que había nacido con el hijo del Primer Mandatario, de nombre José Ramón López Portillo, designándolo como subsecretario de Programación y Presupuesto bajo su abrigo.

No nos explicamos qué fuerzas extrañas influyeron para que este personaje con una personalidad austera, moderada, de finos modales, de voz pausada, sin estridencias ni actitudes histriónicas como sus antecesores, llegara para dar un giro a las políticas y a la forma de gobernar que hasta entonces ya agobiaba a gran parte de nuestra población; esto es, un cambio de carácter pendular como periódicamente había sucedido en otras etapas. Su campaña política fue intensa durante lo que quedaba del año de 1981 y los seis meses de 1982, recorriendo según investigaciones periodísticas 114 mil kilómetros a lo largo y ancho del país, lo que acarreó algunas críticas en el sentido de que era innecesario tal despilfarro si su oposición era muy débil, pero aclaró que era menester dar la cara hacia quienes serían los votantes para mantener un contacto directo y poder explicar sus seis tesis que contenían su propuesta de gobierno, a saber: 1) Nacionalismo revolucionario 2) Democratización integral 3) Sociedad igualitaria 4) Descentralización de la vida nacional 5) Desarrollo, empleo y combate a la inflación 6) Renovación moral de la sociedad. Su formación como universitario, maestro y autor de un texto de “Derecho Constitucional Mexicano” muy reconocido en la Facultad de Derecho de la UNAM, explicaba su forma ordenada de diseñar y explicar distintos temas con el rigor, disciplina y metodología de un buen docente.

El tema que más caló entre los electores de todo el país fue el relativo a la renovación moral, pues se había llegado a niveles escandalosos de corrupción en varias áreas del servicio público y hasta en muchos ámbitos del área familiar del propio presidente en turno, lo cual despertó mucha simpatía porque efectivamente convencía y daba esperanza a la ciudadanía de atacar esa parte tan vulnerable y deplorable de los gobiernos.

El otro aspecto que conformaba su promesa política y que aún después de haber ganado la elección lo apartó de la simpatía y de la cercanía de las políticas del presidente saliente, fue el económico, pues debido a la baja de los precios del petróleo los ingresos se vinieron abajo, el peso mexicano sufrió una fuerte devaluación que no se contenía y que ya para fines del sexenio fluctuaba en una situación de “flotación” en más de 140 pesos por un dólar estadounidense, pero el punto de quiebre vino cuando en un acto desesperado el Presidente López Portillo nacionalizó la banca, confrontó a los empresarios del País, los acusó de saqueadores precisamente en el acto de su último informe, notándose la incomodidad de Miguel de la Madrid para en definitiva apartarse de su antecesor.

No olvidemos que precisamente ya durante la administración federal a partir del 1 de diciembre de 1982 se tiñó con mayor claridad con las características de antipopulismo, anticorrupción, se le atribuyó el arribo de tecnócratas a gran parte de los miembros de su gabinete y la adopción franca y directa de una política de neoliberalismo tanto en lo político como en lo económico, retomando el apoyo a la libertad del mercado, a la privatización y a la desregulación para fincar el progreso en la reducción del gasto público y el acceso a la globalización en una modernidad que en esos años así lo exigía. En ese periodo nacieron los grupos de personajes que posteriormente arribarían a las nuevas administraciones y a varias gubernaturas de los estados de la República perfectamente identificados con esa doctrina y tendencias.

Valga la pena recordarlo ahora en que nuevamente el péndulo se encuentra en el extremo opuesto.

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