Tal vez Isaiah Berlin tenía razón y el buen juicio político -la eficacia del buen estadista de Max Weber- está enraizado en un territorio ajeno a la ciencia y roza las fronteras de la irracionalidad. En un largo ensayo de 1996* definió el talento político como la capacidad de integrar una vasta amalgama de datos cambiantes y evanescentes en un patrón único, entenderlo, y prever las consecuencias de sus decisiones políticas.

Muchos populistas y tiranos de hoy asumirían encantados la definición de Berlín y se pondrían en las filas de los políticos talentosos si no padecieran los males que destruyen el buen juicio político: la ideología y la ignorancia. No hay ideólogo que sea un político eficaz. La ideología -como conciencia falsa de la realidad- desde el “socialismo en un solo país” de Stalin, el nazismo racista de Hitler, hasta el imperialismo eslavo de Putin y la supremacía blanca de Trump, son imaginarios distópicos.

Idénticos al programa de la nueva secretaria de Educación en México. Una madeja de lugares comunes, ocurrencias que compran el wokismo de identidad (“eurocéntrico” por cierto) y pretende convencernos de que vivimos en el sometimiento “colonial”. Sólo los ideólogos de la 4T conocen la identidad de la potencia que nos ha recolonizado, pero el programa de la SEP se propone “decolonizar” a millones de estudiantes volteando el mundo al revés, a contracorriente de la historia.

La modernidad, y -cito- “sus procesos históricos, científicos, productivos, tecnológicos, culturales y artísticos” no son “procesos de colonización”, sino el conocimiento imperativo que deben tener, no sólo quienes quieren formar un buen gobierno, sino todos los ciudadanos.

Sólo el conocimiento profundo, la lectura a fondo de libros -que son el único antídoto contra el predominio de la imagen de las nuevas tecnologías digitales, que optan por la publicidad y la propaganda como los principales medios del quehacer político y acaban favoreciendo al populista en turno-, apuntala a un estadista visionario. Sólo el conocimiento (no hay “otros datos”) permite que un político tenga el sentido de la “proporción” weberiana: distancia frente a la realidad cotidiana y la capacidad de reflexionar y echar mano de la sabiduría acumulada para razonar analógicamente y tomar decisiones eficaces aun frente a crisis inesperadas. Sin él, cualquier político está condenado a dar palos de ciego.

Significativamente, eso es lo único que tienen en común los estadistas del mundo moderno que se han ido después de cambiar la historia y construir paradigmas de desarrollo económico, resolución de conflictos y, los mejores, consolidando libertades democráticas.

Los seis políticos que analiza Henry Kissinger en su último libro** son, con sus altas y bajas, excelentes ejemplos de estadistas dotados de buen juicio político y del conocimiento y pragmatismo para ejercerlo. Y promover la educación de sus gobernados. Tal vez el más interesante sea Lee Kuan Yew, el líder que transformó a Singapur (un Estado más pequeño que Chicago, multiétnico, pobre y sin más historia que el dominio británico) en un país armónico y riquísimo. Desde los sesenta dedicó un tercio de su presupuesto a la educación: el número de estudiantes creció 50% en 3 años. El mérito era el único criterio válido para medir su desempeño: su objetivo, la excelencia. De ahí salieron los millones de profesionistas, empresarios, burócratas y funcionarios bien pagados e incorruptibles que manejan y enriquecen al país.

Lee aprovechó el pasado colonial -el inglés, indispensable en el mundo moderno, es la lengua oficial- y dejó atrás los lastres de la Colonia en aras del futuro. Singapur estaba abierto para hacer negocios, no en el negocio de las recriminaciones. Para principios de los setenta la economía crecía ya 8% al año.

Hay números rojos en el balance, por supuesto. Lee enmascaró su autoritarismo con el disfraz de los valores confucianos. Singapur no es una democracia. Pero un Estado tan rico puede brincar a la democracia cuando la mayoría de los singapurenses, informados y educados, lo decida.

Un país como el nuestro, empobrecido, violento, hundido en la propaganda y las mentiras y gobernado por ideólogos ignorantes, perderá libertades junto con el deterioro de su nivel de vida. Por eso la guerra ideológica contra la cultura y la ciencia moderna de la SEP y Conacyt es tan grave.

* On Political… The NYRB, octubre 1996.

** Leadership…

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *