Recientemente, el papa Francisco beatificó a Juan Pablo I, un papa bueno. Este añoraba que la jerarquía volviera a vivir con humildad, con la pobreza de sus orígenes.
A lo largo de la historia, 26 papas de la Iglesia católica han muerto asesinados: unos han caído en la guerra comandando sus ejércitos, otros envenenados debido a conciliábulos internos y algunos más, apuñalados; también, hubo quien muriera a martillazos, Juan XIII, a manos de un marido celoso.
La historia del papado reconoce 265 papas, excluyendo a la papisa Juana. El más joven fue Benedicto IX, que fue pontífice a los 12 años de edad. El último papa asesinado fue Juan Pablo I, envenenado a los 28 días de su gobierno, en 1978.
Así las cosas, las sospechas sobre un asesinato comenzaron a apuntar hacia los impenetrables pasillos de San Pedro. ¿Por qué querrían asesinar a Albino Luciani? Pero, sobre todo, ¿había cómplices tras las puertas de La Santa Sede? Las intrigas en torno a la muerte de Luciani no cesaron nunca; fue hasta 40 años después que un sicario de origen italiano, de nombre Anthony Raimondi, confesó haber sido copartícipe del magnicidio.
De acuerdo con una entrevista dada por Raimondi al diario The New York Post, todo comenzó cuando este fue convocado a una reunión secreta por su primo, el cardenal Paul Marcinkus, apodado “El Banquero de Dios”. Entonces, el poderoso cardenal dirigía el Instituto para las Obras Religiosas, más conocido como Banco Vaticano. Tenía bajo su control miles de millones de dólares. Un verdadero poder dentro del poder.
La razón para aniquilar al Sumo Pontífice fue porque este estaba decidido a denunciar y limpiar al Banco Vaticano de sucios negocios: lavado de dinero, oscuras transferencias, cuentas apócrifas, dinero de la mafia y otros escándalos. A la sazón, el Papa representaba una amenaza para el cardenal Marcinkus, el “Banquero de Dios,” y otros poderosos prelados, hombres de negocios, políticos, mafiosos e importantes congregaciones religiosas que eludían al fisco.
Raimondi escribió un libro, “When the Bullet Hits the Bone”, donde narra que fue tanta la cantidad de Valium que le pusieron en la infusión de té, que la víctima no se habría movido “incluso si hubiera habido un terremoto”. La taza, con el somnífero, fue llevada por su primo el cardenal Marcinkus. Luego, ya dormido el pontífice, con un cuentagotas le fue introducido el cianuro en la boca. El Vaticano se negó a realizar la autopsia de ley y encubrió el nefando crimen… Este no es el único relato que señala que la muerte de Juan Pablo I fue un asesinato en el que se aliaron miembros del Vaticano y mafiosos estadounidenses.
“El Banquero de Dios” siempre estuvo involucrado en las altas intrigas palaciegas, haciendo el trabajo sucio, como la muerte del banquero Roberto Calvi, dueño del Banco Ambrosiano; este asesoraba a Marcinkus a encubrir lavado de capitales y el reciclaje de dinero mafioso, en concertación con Licio Gelli, gran maestre de la Logia masónica P2; a la vez, también participaba en esos sucios manejos, el banquero (gánster) Michael Sindona, que posteriormente murió envenenado en la cárcel: “Si hablo, haré temblar a mucha gente”, habría dicho.
Sin embargo, para el papa sucesor, Juan Pablo II, la máxima prioridad era la lucha contra el comunismo. El Vaticano, de manera subrepticia, empezó a enviar colosales sumas de dólares al sindicato polaco Solidaridad y a organizaciones anticomunistas centroamericanas. Para mantener la secrecía, el fondeo y la tarea la hacía Calvi y su Banco Ambrosiano. El Banco Vaticano llegó a acumular con el Ambrosiano una deuda superior a los 1,500 millones de dólares, nunca reembolsados. Sorpresivamente, una noche, Calvi desapareció de Roma, junto con sus archivos clasificados, para aparecer luego colgado del puente “Monje negro” de Londres.
En 1987, la policía italiana puso en la cárcel a varios miembros de la mafia relacionados con el asesinato y un juez emitió un mandato de captura contra el cardenal Paul Marcinkus; pero, era ya muy tarde: este viajaba con pasaporte e inmunidad diplomática, del Vaticano, a su tierra natal Estados Unidos, donde se dedicó plácidamente a jugar golf los últimos años de su vida.
Por desgracia, el Papa bueno fue asesinado por el cardenal malo, el “Banquero de Dios” y harán santo a Juan Pablo I. La Iglesia ya tiene más de siete mil santitos, ya no necesita más santones… pero tal vez lo que sí necesita para restaurar su imagen, sería un “Mea culpa”: es condición sine qua non dejar de encubrir pedófilos, a frívolos jerarcas, lavadores de dinero, congregaciones corruptas a las que siguen protegiendo porque son gallinas de oro, y decir la verdad sobre lamentables y bochornosos hechos de aberrantes conductas, entre otros. Lo anterior es necesario para la expiación de sus pecados y la reconstrucción de su dañada credibilidad. ¡Descanse en paz el Papa bueno y que al cardenal malo lo tengan a fuego lento!