La colocación de la manta de 100 metros y 80 kilos en la Estela de Luz tardó alrededor de 22 horas.

Ciudad de México.- Llegamos a la Estela de Luz, provenientes de Guanajuato, estado donde cotidianamente vemos llegar convoyes militares mientras buscamos a quienes amamos en fosas clandestinas, entre noticias de personas levantadas, ejecutadas y colgadas en los puentes, como lo que le hicieron a una mujer en el municipio de Yuriria un día antes de nuestra acción.

Llegamos recordando a Ángel, el estudiante de la Universidad de Guanajuato que la Guardia Nacional asesinó en abril. También a la mamá de Sergio Banda Delgado, desaparecido por la Marina.

Decidimos ir a la capital con el miedo de ser arrestadas, insultadas o reprimidas, nada importante frente al coraje de una promesa rota, una traición que lleva el rostro de nuestros desaparecidos y su sangre como saliva en la hipocresía de las mañaneras de quien disfruta la alabanza ciega hasta cuando defiende la guerra, porque cambió de opinión, mientras la senadora Citlalli Hernández dice que se disculparán si se equivocan al profundizar la militarización del país. Nunca pidió perdón a la madre de Ángel.

Comenzamos a reunirnos a las 9 de la noche del día anterior. Todas llegamos con entusiasmo y una torta en la mano. Sabíamos la hora de partida, pero no la del regreso, como cuando salimos a desenterrar verdades en nuestras búsquedas, dejando atrás hogares en ruinas en los que no haríamos falta porque no hay nada que te devuelva la alegría cuando tienes a un familiar desaparecido.

A las 11 de la noche estábamos todas en el camión. Primero cantamos y reímos por el gusto de sentirnos acompañadas entre nosotras. Después, el silencio le permitía al miedo adentrarse. Nos dijimos que, pasara lo que pasara, no regresaríamos sin haber subido y desplegado nuestra manta monumental de 100 metros contra la militarización del país, sobre la Estela.

Llegamos a las 4:30 horas a Ciudad de México, pero fue hasta las 6 que bajamos del camión para hacer una cadena humana y cerrar desde arriba las anchas escalinatas del monumento al narcisismo de Calderón, mientras una colonia de hormigas formada por hombres y mujeres cubría y protegía a nuestros escaladores.

“Marabunta” se llaman aquellos que, sin conocernos, pusieron el cuerpo para que comenzara el ascenso de nuestra escaladora y nuestro escalador. Ella y él concentrados, cargando en los 80 kilos de la manta a nuestros más de 105 mil desaparecidos que quieren salir de las miles de fosas clandestinas. Pienso que el alma de las víctimas de este país, subían con ellos.

A las 2:30 de la madrugada finalizaron el despliegue de la manta monumental. Foto: Cortesía.

Los activistas que nos acompañaban nos abrazaban con sus miradas. Sus ojos gritaban paz. Nos sentíamos amadas. No mucho después de las 6 comenzaron a llegar reporteros y a sonar los teléfonos preguntando qué haríamos ahí.

La vocera también está nerviosa y se le traba la lengua y las ideas a ratos, pero no se necesita un discurso cuando somos la prueba de la tragedia, el resultado de las malas decisiones del Presidente, del Congreso y el Senado.

La vocera se abraza en la mirada de sus hermanas, habla con su hermano desaparecido y le pide que su amor florezca en sus palabras, que su búsqueda se convierta en palabra, mientras ella se propone contar una verdad negada por muchos: La militarización no es la solución.

Peldaño por peldaño seguimos con la mirada los 104 metros de escalada en la horrible estructura. Los vimos llegar a la cima cerca de las 10 de la mañana, pero la lona llegó hasta las 2 de la tarde. El sol calaba hasta los huesos, después la lluvia, luego el sonido de nuestros estómagos. Llegaron pollos y cocas que comíamos mientras nos preguntábamos cómo se sentirá la brisa allá arriba.

Nos comunicábamos con ellos, pero no había tiempo de decirles “te amo” para no desconcertarlos. Antes, llegó un padre que nos vio en la televisión y no dudo en acompañarnos con una misa y en nuestro grito: Porque vivos se los llevaron vivos los queremos.

Miradas arriba, sol, viento, lluvia y frío. A las 11 de la noche nuestro escalador empieza a descender mientras en Palacio Nacional se daba el Grito. Y nosotros dimos los nuestros: ¡Mientras tú estás celebrando, una madre está llorando! ¡De qué me sirven tus abrazos, si nos están matando! ¡Si hay desaparecidos nos estás fallando!

A las 2:30 del 16 de septiembre, con la manta desplegada a la mitad, terminó la acción. Media manta, pero toda nuestra dignidad. Prendimos la Estela de Luz y se convirtió en la Estela de Paz. Ojalá que el mensaje llegue hoy al Senado.

LALC

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *